* Azora que la intelectualidad española se vuelque, sin reparo alguno, en la defensa del discurso de Mariano Rajoy y de Felipe, monarca. Muestran pavor al efecto mariposa, dan la espalda a lo que siempre combatieron desde que Francisco Franco se hizo con el poder por la fuerza de las armas
Gregorio Ortega Molina
El destino de Carles Puidgemont es secundario, el que importa, trasciende y modifica, ya, el futuro de España, es el de Cataluña y las consecuencias que en el estado de ánimo de millones de sus habitantes ejercerá -para bien o para mal- la aplicación del 155.
El Rey y Mariano Rajoy olvidaron sus cursillos de religión. Decidieron pasarse por salva sea la parte la parábola del hijo pródigo. La negociación con su contraparte fue insuficiente, asumieron el papel de ese vástago fiel que reclama al padre por el perdón y la prodigalidad concedidos al que dilapidó su herencia.
Prefirieron olvidar la historia de su patria. España es una suma de voluntades, a veces forzadas, en otras ocasiones de manera voluntaria; también es una nación de persecuciones violentas y expolio religioso: a los judíos les confiscaron su dinero y a los musulmanes su saber.
¿Qué es lo que resucita con la terquedad de Carles Puidgemont? ¿El populismo? Los políticos distorsionan a voluntad el auténtico concepto que da identidad a cada una de las palabras usadas en su discurso. Hoy tener ideas soberanistas es pecado grave, pero más lo es la sobrerreacción gubernamental, porque oculta el regreso del fascismo, lo disfrazan de democracia, dicen convocar a la unidad.
Azora que la intelectualidad española se vuelque, sin reparo alguno, en la defensa del discurso de Mariano Rajoy y de Felipe, monarca. Muestran pavor al efecto mariposa, dan la espalda a lo que siempre combatieron desde que Francisco Franco se hizo con el poder por la fuerza de las armas.
Olvidaron lo que tan oportunamente me recuerda Raúl Moreno en La nave va: “¿Es legítima la lucha de Cataluña por ejercer el derecho a la autodeterminación? Vaya pregunta, que así planteada exige una respuesta puntual: sí o no. Pero como se puso la bronca y se seguirá poniendo, es necesario ensayar algún razonamiento: la Constitución de 1978 dice que España está integrada por nacionalidades, entre ellas la catalana.
En consecuencia, en 2006 la Cámara de los Diputados de España reformó el Estatuto de Autonomía de Cataluña para reconocerla como nación. La reforma, que era decisiva para la evolución de la democracia española lastrada por la cuantiosa herencia del franquismo, fue impugnada por el Partido Popular, entonces en la oposición. El Tribunal Constitucional desconoció la reforma y por consiguiente, a Cataluña como nación; aceptarla en esa calidad implicaba reconocer su derecho a la autodeterminación, prohibido por Franco.
Así, lo que se perfilaba como una vía para que España se reconociera a sí misma como un Estado plurinacional, se truncó y dejó el paso a un conflicto de imprevisibles consecuencias. Porque la autodeterminación es un derecho establecido en la Carta de las Naciones Unidas que al negárselo a Cataluña hace retroceder a España a los tiempos de la colonia. Esa prohibición viola también los derechos humanos de todos los españoles.
Para los mexicanos no hay dilema: hace 200 años nos independizamos de una monarquía borbónica y alcanzamos nuestro derecho a la autodeterminación. El Constituyente de 1824 expidió el decreto por el que México reconoció el derecho a la autodeterminación de los pueblos de Centroamérica. Luego de un largo y ascendente camino, en 1988 el derecho a la autodeterminación fue llevado por Miguel de la Madrid a la Constitución”.
Tras la lectura de Para combatir esta era sólo queda rescatar algunas de las palabras de Rob Riemen, con el propósito de intentar saber dónde están parados los españoles, todos. “Si la sociedad cambia, pierden su poder… Lo única conclusión posible es que las élites del poder son, en sí mismas, la crisis. Sus ideas y sus acciones son la encarnación de todos esos valores que hacen inviable a la verdadera democracia en nuestros días. No es que sean malas personas; ésa no es la cuestión. Simplemente no saben lo que hacen”.
Por lo pronto y como resultado inmediato, se incubará el resentimiento de uno y otro lado de esa moneda en el aire que hoy es Cataluña. Tal como actuaron Mariano Rajoy y Felipe, monarca, a nadie dejaron contento, y como consecuencia aparecerá ese fascismo disfrazado de democracia, que se inoculará hasta llevarlos a la tragedia. No para Navidad ni San Silvestre, pero el fantasma de Francisco Franco vela armas y se hace con las llaves de los palacios de la Zarzuela y El Pardo. No más Pazo de Meirás, o Valle de Los Caídos, desea regresar a vivir en Madrid.
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