* El monroísmo se trastocó en Ellis Island y cuando en las universidades estadounidenses abrieron los centros de estudios sobre México, se auspició la literatura chicana y en la vida cotidiana el tex-mex llenó cocinas, los music-box y las estaciones de radio
Gregorio Ortega Molina
La estupidez política no es para toda la vida, ni siquiera para ocho años. Donaldo Trump desea reelegirse, para lograrlo endurecerá el discurso y se correrá más a la derecha y al proteccionismo. El resultado es previsible.
Constataremos que hoy, con la comunicación instantánea y la realidad imaginada por sobre la realidad virtual, la razón y la cultura se impondrán, desde la lógica de la globalización, el libre mercado y el incremento de las ganancias a como dé lugar, sobre ese nacionalismo absurdo del America first. El monroísmo se trastocó en Ellis Island y cuando en las universidades estadounidenses abrieron los centros de estudios sobre México, se auspició la literatura chicana y en la vida cotidiana el tex-mex llenó cocinas, los music-box y las estaciones de radio. Hay ciudades norteamericanas donde no se necesita hablar inglés para vivir, comerciar, hacer negocio. No hay muro que detenga hábitos y lenguaje.
La historia de Estados Unidos está permeada y significada por nuestra propia historia. La voluntad, la presencia cultural, política y económica es algo más que significativa. El País rescata para nosotros la imagen y el rostro de una mexicana que contribuyó a que la aportación de los mexicanos al crecimiento de esa nación fuera mejor aceptada y se evaluara en su verdadera dimensión.
En nota de Alberto López para el diario español, nos enteramos de cómo durante el siglo XX “una de esas voces que lideró el movimiento en favor de los derechos civiles de los inmigrantes mexicanos que se establecían en Estados Unidos fue María Rebecca Látigo, que dedicó toda su vida familiar a luchar por la igualdad, especialmente en la educación, creando en el país norteamericano organizaciones para defender y preservar los derechos universales de sus compatriotas mexicanos.
“María Rebecca Látigo de Hernández nació el 29 de julio de 1896, en Garza García, a las afueras de Monterrey (México). Su padre era profesor y encauzó su vocación por esa rama, ya que en el lugar donde nació trabajó como maestra de primaria; se casó a los 19 años con Pedro Hernández Barrera y ya lo hizo al otro lado de la frontera, en Herbbonville, Texas. La pareja se mudó a San Antonio en 1918 para establecerse de manera definitiva y tuvieron 10 hijos. Eran dueños de una tienda de ultramarinos, conocida por los mexicanos como de abarrotes, y también de una panadería.
“En esos años María Rebecca comenzó a destacar por sus escritos en la lucha en contra de la segregación, la opresión racial y la paupérrima educación que recibían los niños mexicoamericanos.
“El 10 de enero de 1929 María Rebecca y su marido Pedro ayudaron a fundar la Orden de los Caballeros de América, una organización dedicada a actividades cívicas y políticas para beneficiar a los mexicoamericanos y a los inmigrantes mexicanos, especialmente en asuntos educativos”.
Fue a través de Luis Ortiz Monasterio como accedí al conocimiento de ese híbrido cultural que es la cultura chicana, fuerte, poderosa, con novelistas portentosos como Miguel Méndez con Peregrinos de Aztlán, o Aristeo Brito y Angélico Chávez. Las ideas acercan mucho más que lo que los muros y el racismo separan.
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