* Ahora puede comprenderse que México sea la economía número XIV del mundo. Aquí se produce una gran riqueza, porque quienes la elaboran con su esfuerzo cotidiano, viven de milagro junto con sus familias, y porque el Estado dejó de protegerlos
Gregorio Ortega Molina
Los problemas de esta nación se diversifican y agudizan. Unos son resultado de la globalización, pero otros -los más- son derivaciones de los heredados por las consecuencias de una época colonial de esclavitud, y una independencia dedicada a satisfacer la voracidad de los gobernantes, o una revolución que a pesar de haber sido parcialmente exitosa hoy es satanizada, porque su ejemplo se contrapone a lo que se necesita cumplir con el vasallaje solicitado por EEUU, porque les urge que contribuyamos a satisfacer las necesidades geoeconómicas de América del Norte.
Todo indica que las estadísticas otra vez están amañadas. La idea es sostener hacia el exterior la imagen de ese México que causó asombro en el mundo durante su desarrollo estabilizador; sin embargo, lo cierto es que para muchos la vida es un milagro cotidiano, tanto por la remuneración y el poder adquisitivo del peso, como por los índices de violencia, que no es únicamente derivación del narcotráfico, sino una variante de las modalidades de la delincuencia organizada, y la respuesta de los que se niegan a someterse a la reingeniería social que aquí se impone. El resultado inmediato es el repunte en el robo: asalto a transeúnte, en transporte público y casa habitación, y ya no digamos el horror de los feminicidios, el derecho de piso y el asesinato por encargo. No hay procuración de justicia que los contenga, la ausencia del Estado es real, patética.
Lo cierto es que la dimensión del problema de los desaparecidos, de la trata (eufemismo políticamente correcto para no hablar de la esclavitud del siglo XXI) en sus distintas manifestaciones, es desconocida, por su carácter y su impacto. Las estadísticas dadas a conocer para evaluar ambos delitos, no satisfacen a nadie.
Además, el Departamento de Estado de EEUU, a través de un informe global sobre la trata en 2016, indicó que esta moderna esclavitud florece en México con la “complicidad oficial”.
Ahora sabemos que algunas industrias son más proclives a la trata y a la esclavitud, tan bien descritas por Rosario Castellanos o Bruno Traven: como las plantaciones de café, la minería o la extracción petrolera.
Resulta que durante la renegociación del TLC los sindicatos canadienses y de EEUU protestaron por los bajos salarios en México. El resultado de lo que aquí se practica es incuestionable: transitamos de país maquilador con salarios decorosos, a nación de mano de obra barata, que contrata esclavos como fuerza laboral.
Ahora puede comprenderse que México sea la economía número XIV del mundo. Aquí se produce una gran riqueza, porque quienes la elaboran con su esfuerzo cotidiano, viven de milagro junto con sus familias.
El rastro de los desaparecidos no necesariamente termina en las fosas clandestinas, quizá muchos de ellos están sometidos a ese trabajo esclavo que hoy califican de trata. ¡Vaya eufemismo!
Hemos de congratularnos por el país que construyen quienes derribaron el proyecto de nación nacido del triunfo de la Revolución y la Constitución de 1917.
Protestan -porque sirve a sus intereses nacionales y de empresa- en Canadá y Estados Unidos, pues sólo así se explica la explotación laboral en México, porque a ellos les quitan empleos para que aquí, insisto, vivan de milagro.
Huérfanos de Estado
El sistema político dejó de funcionar; los mexicanos de a pie quedan inermes ante los depredadores de la delincuencia organizada, sea ésta la que opera en la ilegalidad, o la que gracias a las legislaciones, los permisos y la impunidad, hace sus tropelía con todas las de la ley.
La partidocracia es una mafia auténtica, recibe de los contribuyentes las prerrogativas electorales para evitar la contaminación de narcotraficantes y otro tipo de mafiosos, cuando en la realidad, y todos lo saben pero no lo dicen, se embuchacan el dinero fiscal y también el que tiene sus orígenes en la sangre de las víctimas.
Cerrar los ojos a la realidad sería ingenuo. Los cárteles operan porque están enchufados con el poder, y esa relación se logra en la etapa preelectoral, durante las campañas y al momento de elegir el proyecto de gobierno.
Esos refugios del agio en que se han convertido la banca, las casas de inversión y otras instituciones financieras, autorizadas por las autoridades hacendarias al cobro de intereses que van más allá de lo racional y lo lógico y que impiden el impulso al consumo interno; no podemos dejar de lado el cobro de comisiones por servicios, o por emitir un cheque sin fondos, o por avalúos. A eso añadan los intereses del rescate bancario y el pago del principal.
Mafia de neo banqueros, casa bolseros de pantalones cortos, que fueron beneficiados con la reprivatización de los bancos, pero que al menor susto, ajenos al patriotismo y muy preocupados por sus fortunas personales, enajenaron el sector financiero para ponerlo en manos de naciones ajenas al interés de México, salvo Banorte.
Y los constructores, que hacen lo que les viene en gana, sepultan los errores y el gobierno les levanta el cascajo.
La lista puede crecer, total, adelgazaron al Estado hasta desaparecerlo, lo que distorsionó al presidencialismo, hoy todavía con poder, pero sin ninguna autoridad ética ni moral, sin ninguna legitimidad.
Los mexicanos de a pie son huérfanos de Estado, y sobre ellos se construye la riqueza de la XIV economía del mundo.
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