* No se sirve de los argumentos históricos ni acuña frases acordes a esta supuesta nueva normalidad. Queda la impresión de que se deja intimidar, o peor, se asusta ante la dimensión nacional que puede alcanzar su imagen, de animarse a asumir un liderazgo que está vacío y que, por el momento, nadie tiene los tamaños para llenar
Gregorio Ortega Molina
Conocí a Javier Corral hace muchos años, cuando él buscaba a los periodistas y no a la inversa. Fue durante un desayuno convocado por Jorge Meléndez Preciado, eficiente anudador de amistades.
Me sorprendió que llegara al gobierno de Chihuahua, lo que se confirmó con sus patinazos por el asesinato de Miroslava Breach. Pienso que no está forjado para el poder en grande ni para ser un buen organizador de cambios y reformas, pero puede dar la sorpresa.
Lo pienso así a raíz de su protagonismo en dos frentes: el de los gobernadores de Acción Nacional, para buscar un reordenamiento fiscal acorde a los tiempos de la post-pandemia y los descalabros económicos, y por su defensa de los agricultores del Estado que gobierna, aunque tibia en algunos casos.
Pero ¿cómo defenderse del encono del presidente de la República? Las palabras pueden ser distintas, aunque los argumentos sean los mismos, porque están registrados en la historia y en los acuerdos binacionales con Estados Unidos. Supongo que conoce -como el presidente de México- en términos generales los problemas que ha de resolver y su origen y consecuencias, pero también creo que no desciende al detalle, porque considera que los asesores y los funcionarios bajo su guía están para ello, lo que es un error, porque muchas veces dejan de hacer su tarea.
El conflicto por el agua con Estados Unidos plantea un falso dilema y provee de retórica e insidia a AMLO, para intentar disminuir el desarrollo político de alguien que puede ser un real opositor. Resolverlo nada más exige acudir a los documentos del Tratado Internacional de Aguas. Allí están las respuestas.
En 1945 Manuel Ávila Camacho, como presidente de la República, fue específico en su V Informe de Gobierno: “Los estudios técnicos que se han realizado permiten asegurar que el volumen de agua que recibirán los Estados Unidos, procedente de las descargas de los afluentes mexicanos en el río Bravo, no puede perjudicar a los usuarios de tales afluentes, ya que es un sobrante que tiene que descargar en el cauce principal, una vez que los ribereños mexicanos hayan usado el agua que aprovechan actualmente y la que utilicen cuando lleguen al máximo todos los desarrollos futuros susceptibles de previsión”.
Sabemos que estos acuerdos no son inamovibles y que seguramente se han modificado desde 1944 a la fecha, como ocurrió cuando el problema de la salinidad del Río Colorado, o cuando se corrigieron los límites debido a las desviaciones del Bravo. La naturaleza está viva, se mueve y modifica, tanto o más que los humanos.
Sin embargo, Javier Corral no se sirve de los argumentos históricos ni acuña frases acordes a esta supuesta nueva normalidad. Queda la impresión de que se deja intimidar, o peor, se asusta ante la dimensión nacional que puede alcanzar su imagen, de animarse a asumir un liderazgo que está vacío y que, por el momento, nadie tiene los tamaños para llenar.
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Porfirio Muñoz Ledo ganó al perder, porque a los mexicanos y a él se les aclara el panorama sobre la doble vía que puede seguir AMLO. Lo importante será poder determinar con anticipación el camino que elegirá.
El de la desvergonzada reelección sin miramientos y con prisas, con desprecio por la Constitución y las normas electorales, montado en la popularidad política de los programas sociales.
O la ruta del neo Maximato, sustentada en las lecciones de Plutarco Elías Calles para formar al partido, en este caso MORENA, y convertirlo en un verdadero instrumento político-electoral, para que actúe de acuerdo a su voluntad. Tendrá su Pascual Ortiz Rubio, su Emilio Portes Gil y Abelardo L. Rodríguez. ¿Cuál de ellos será Marcelo Ebrard?
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