*¿Estamos inmersos en el cambio de estafeta? ¿Toca, ya, el turno a la prevalencia de la civilización y la cultura de Oriente? ¿Estará el cristianismo moralmente derrotado? ¿Fueron el libre comercio y la globalización la puerta de acceso a la economía china además del inicio de la derrota del imperio estadounidense?
Gregorio Ortega Molina
Si aplicamos a la cultura y la civilización el término decadencia, pensando en las similitudes con un cuerpo humano que se hace viejo, erramos, no equivale a la decrepitud. ¿Perecen las sociedades, las organizaciones políticas, las economías, los idiomas y las artes que decaen? No en término estricto. Se degradan y transforman en diversas opciones para resurgir.
Es un equívoco pensar que estamos ante lo analizado por Oswald Spengler o lo anunciado por Francis Fukuyama. El fin de la historia no está en Kabul… y la decadencia de Occidente no está prefigurada por el regreso de los talibanes. Los cambios civilizatorios iniciaron hace mucho y se incubaron en los laboratorios tecnológicos que nos obsequiaron con la comunicación instantánea y la realidad virtual. El tiempo real exige que nos veamos a nosotros mismos de manera diferente.
Quizá la primera manifestación de lo que hoy nos agobia, precisamente porque lo aceptamos y lo alentamos, reside en las modificaciones de lo que debió ser inmodificable por referir a conceptos precisos y claramente ideados para que la palabra sea (¿fuese?) símbolo de identidad universal. Festinamos lo incluyente, sin percatarnos siquiera de que lo que incluye nos excluye, nos convierte en sectarios y en distorsionadores de los principios fundamentales de lo que es origen del ser e idea de permanencia.
Lo aclara una lectura estudiosa de Victoria, novela en la que Joseph Conrad nos invita a convivir en el inexistente mundo ideal de una compañía carbonífera destinada a fallecer en medio de la selva. Heyst y Lena así lo requirieron para suponer el mundo cómodo, adecuado a sus necesidades -momentáneas o eternas, da igual- y ajeno a la violencia del mundo. La conclusión es sencilla: vivir equivale a hacerlo en medio de la violencia, que se manifiesta de una u otra manera.
¿Estamos inmersos en el cambio de estafeta? ¿Toca, ya, el turno a la prevalencia de la civilización y la cultura de Oriente? ¿Estará el cristianismo moralmente derrotado? ¿Fueron el libre comercio y la globalización la puerta de acceso a la economía china y el inicio de la derrota del imperio estadounidense?
Tenemos demasiadas preguntas, y es posible que muchas queden sin respuesta. Difícil saber de las consecuencias e incidencia del cambio climático en la derrota de Occidente, pero también es necesario aceptar que Oriente carece de control sobre la naturaleza. Crecer no es suficiente, lo importante es poder determinar para qué se crece.
En su introducción, Spengler indica: “debemos convencernos de que la época actual representa un estadio de tránsito que se produce irremisiblemente en determinadas condiciones, que hay, por lo tanto, otros determinados estados postreros, no solo los modernos occidentales, y que esos estados postreros han existido ya en la historia pasada más de una vez, y que el porvenir de Occidente no consiste en una marcha adelante sin término…
“Mantenerse en la esfera de las reflexiones pragmáticas y renunciar a consideraciones metafísicas y trascendentes era tanto como renunciar también a que los resultados llevasen el sello de una profunda necesidad. Comprendí claramente que un problema político no puede entenderse partiendo de la política misma; hay muchos rasgos esenciales que actúan en las profundidades y sólo se manifiestan en la esfera del arte y aun en la forma de pensamiento científico y puramente filosófico”.
Allí está el problema. Permitimos que los algoritmos y el tiempo real tomen el lugar de las ideas y la reflexión; cambiamos la emotividad y los abrazos por los clics, el compartir en redes y los emoticones.
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@OrtegaGregorio