* La pincelada primigenia en la tela de Estados Unidos y en el óleo mexicano, saldrá de nueva cuenta a la luz, una vez que los gobernantes actuales concluyan constitucionalmente sus funciones
Gregorio Ortega Molina
Lo públicamente ocurrido en la Casa Blanca durante la visita de AMLO a Donald Trump invita a evocar el título de la novela de Milan Kundera, La insoportable levedad del ser. En ella describe el oficio de vivir, tan similar al ejercicio del poder.
Hacer lo que ha de hacerse en la vida, equivale a pintar al óleo. A riesgo de rasgar la tela (o acabar con la vida) lo dejado sobre ella no puede borrarse. Como lo hemos constatado en algunas obras maestras, los pintores geniales bordan sobre sus errores u horrores, pero lo que está debajo, la pincelada original, permanece, termina por verse.
Lo que los “líderes políticos” de uno u otro país hicieron para llegar al poder, allí está, sobre su propia tela. Sus primeros actos de gobierno permanecen, sus palabras son imborrables, la memoria colectiva, ayudada por el tiempo real y las redes sociales, las conserva.
Sí, pueden decir misa, pero la manera en cómo se prepararon en la sacristía para oficiar, determina la atención que los fieles presten durante el rito. Lo que dijo el presidente de México ante Donald Trump, lo define. Transcribo sólo unas palabras.
“Es también importante señalar que este acuerdo significa la integración. Los tres países aportamos capacidad productiva, mercados, tecnología, experiencia, mano de obra calificada y terminamos complementándonos.
“Por ejemplo, México tiene algo sumamente valioso para hacer efectiva y potenciar la integración económica y comercial de la región, me refiero a su joven, creativa y responsable fuerza laboral.
“No olvidemos que la participación de los trabajadores en los procesos productivos es igual de importante que el papel de las empresas. De poco serviría tener capital y tecnología si no se cuenta con buenos obreros que se destaquen por su imaginación, su talento y su mística de trabajo.
“Además, con acuerdos como éste y con respeto a nuestras soberanías, en vez de distanciarnos, estamos optando por marchar juntos hacia el porvenir. Es privilegiar el entendimiento lo que nos une y hacer a un lado las diferencias o resolverlas con diálogo y respeto mutuo.
“Ciertamente, en la historia de nuestras relaciones hemos tenido desencuentros y hay agravios que todavía no se olvidan, pero también hemos podido establecer acuerdos tácitos o explícitos de cooperación y de convivencia. Por ejemplo, en los años 40 del siglo pasado, durante la Segunda Guerra Mundial, México ayudó a satisfacer la necesidad de Estados Unidos de materias primas y lo respaldó con mano de obra de los trabajadores migrantes que fueron conocidos como braceros. Desde entonces y hasta la fecha, hemos venido consolidando nuestras relaciones económicas y comerciales, así como nuestra peculiar convivencia, a veces de vecinos distantes y otras de amigos entrañables.
“También, como es sabido, la historia, la geopolítica, la vecindad y las circunstancias económicas de ambas naciones han impulsado de manera natural un proceso de migración de mexicanas y mexicanos hacia Estados Unidos, y se ha conformado aquí una comunidad de cerca de 38 millones de personas, incluyendo a los hijos de padres mexicanos. Se trata de una comunidad de gente buena y trabajadora que vino a ganarse la vida de manera honrada y que mucho ha aportado al desarrollo de esta gran nación.
“Asimismo, en México, más que en ningún otro país del mundo, viven y forman parte de nuestra sociedad un millón y medio de estadunidenses, de modo que estamos unidos, más que por la proximidad geográfica, por diversos vínculos económicos, comerciales, sociales, culturales, sociales, culturales y de amistad”.
La pincelada primigenia en la tela de Estados Unidos y en el óleo mexicano, saldrá de nueva cuenta a la luz, una vez que los gobernantes actuales concluyan constitucionalmente sus funciones. A lo peor antes, y entonces sí…
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