* ¿A quién sirve el crecimiento de la economía? Viven con intensidad la presencia de un malestar porque saben que unos viven bien y ellos ahí la llevan: su ropa no está limpia, quizá no pueden bañarse cotidianamente, los zapatos les duran muy poco
Gregorio Ortega Molina
Para muchos la mendacidad es autodefensa, manera de ser, debilidad; otros la llevan como la piel de la cebolla: capas y capas de mentiras, de cuentos, de tergiversaciones para justificar su proceder, la decisión que tomaron y terminó por afectar a millones.
Durante esta época electoral, ¿a quién creerle? Se ha demostrado hasta la saciedad que las estadísticas parecen sacadas del caletre de Humpty Dumpty, porque significan lo que sus difusores quieren que signifiquen, y distan mucho de ser fiel espejo de la realidad.
Ahora resulta que de acuerdo a los datos proporcionados por el Inegi, la economía creció 2.4% durante el primer trimestre de 2018, en comparación con el mismo periodo del año pasado, impulsada principalmente por actividades primarias; en comparación con el último trimestre del 2017, nuestro PIB creció 1.1% de enero a marzo de este año.
Por otro lado el Coneval indica que cinco de cada 10 niños en México son pobres, lo que significa que viven de milagro, pero más pronto que tarde se convertirán en víctimas, por necesidad, por ganas de comer o por deseo de vengarse; indica también que si son indígenas su situación es peor, ya que ocho de cada decena viven muertos de hambre.
Esta situación exige que nos preguntemos: ¿a quién sirve el crecimiento de la economía?
Para profundizar nuestro desconcierto, el Coneval indica que los datos más recientes de la medición de este fenómeno (2016), dan cuenta de que 52.3 por ciento de los menores de 11 años vivían en carencia económica, 9.7 por ciento de ellos estaba en pobreza extrema y 42.6 en pobreza moderada; pero si tenían entre 12 y 17 años, 41.1 por ciento estaba en pobreza y 7.8 en pobreza extrema. Esto significa que hay 20.7 millones de niños y adolescentes que viven en hogares que experimentan algún tipo de precariedad. Mucho les falta.
¿Cómo reaccionan los niños y adolescentes que intuyen, primero, saben después, que algo les hace falta, porque mantienen ese vacío estomacal que indica algo más que el hambre siempre insatisfecha? Es la presencia de un malestar porque saben que unos viven bien y ellos ahí la llevan: su ropa no está tan limpia, quizá no pueden bañarse cotidianamente, los zapatos les duran muy poco, y los tenis, bueno, no pueden sus papás darles esos con los que ellos sueñan, a menos de que sean piratas y adquiridos en los tianguis, o robados.
Claro, me dirán que es cierto que todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros. Sería estúpido que todos pudiesen vivir como Carlos Slim, porque el asunto es bíblico, aunque la disparidad no puede ser tanta.
En san Pablo a los corintios (12,3-7 en adelante) dice: “Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios que hace todo en todos, es el mismo. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”.
Y esto es precisamente lo que olvidaron: EL BIEN COMÚN.
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