* Tengo enfrente los días santos, preludio de la Pascua, de la renovación de un contrato de esperanza, con tus creencias y los integrantes de la sociedad entre los cuales vives y convives, enterado de sus sueños y frustraciones, como los que de alguna manera compartieron la doctora Sheinbaum Pardo y Andrés Manuel López Obrador, cuando éste le comunicó a su sucesora esa palabras mayores y, al mismo tiempo, le recordó el mantra: 90 por ciento lealtad, 10 por ciento lo demás
Gregorio Ortega Molina
Hay una diferencia abismal entre guardar y guardarse. A los “culiches” les resulta imperioso encerrarse en sus hogares. Es decir, observarán los días santos porque de andar en las procesiones de la fiesta nocturna, corren el riesgo de perder la vida. Los de Sinaloa, entonces, se guardan.
En esta época de violencia total -en lenguaje, imágenes, inclusividad, corrupción, desenfreno por el poder, destape sexual- los días de guardar adquieren un significado distinto, que va más allá de esa prudente observancia de encomendarse a Dios al salir de casa y dentro de ella, porque un resbalón en la cocina o el baño puede conducir a la tumba, ya no resulta tan impensable la posibilidad de una bala perdida.
Pienso en la manera adecuada de observar mis días de guardar, ajeno al boato, al trabajo, la discusión, el tañer de las campanas de la parroquia. Guardarse es permanecer en silencio, permitir que te invada el aliento -¿por qué no decir soplo?- de vida y te convierta en un ser pleno, capaz de tomar tus propias decisiones y asumir, impasible, las consecuencia, o disfrutar con una sonrisa discreta y sin alardes, los aciertos, que siempre, por desgracia, son menos.
Aprendí el verdadero significado de cerrar la boca, meses después de que me diagnosticaran diabetes. La medicina es sólo un paliativo, la única manera de mantener a raya el exceso de azúcar es no comer, y cuidar de comer el dulce necesario para no caer en el coma diabético. Guardarse, entonces, equivale a medirse. Al no comer de más, aprendes también de la imprudencia de hablar de más, aunque los gobernantes consideran hoy que su poder está en el discurso, en la necesidad de marearnos con sus palabras, siempre vacías, siempre con esos otros datos que nunca pueden exhibirse, para constatar que nunca mienten, cuando es precisamente lo contrario.
Tengo enfrente los días santos, preludio de la Pascua, de la renovación de un contrato de esperanza, con tus creencias y los integrantes de la sociedad entre los cuales vives y convives, enterado de sus sueños y frustraciones, como los que de alguna manera compartieron la doctora Sheinbaum Pardo y Andrés Manuel López Obrador, cuando éste le comunicó a su sucesora esa palabras mayores y, al mismo tiempo le recordó el mantra: 90 por ciento lealtad, 10 por ciento lo demás.
Entonces, durante estos días de guardar, las sensatez nos lleva a comprender que el único que acertó en elegir sucesora fue él, Andrés Manuel, que logró esa lealtad a toda prueba, refractaria a los días de guardar y a cualquier renovación del contrato de esperanza.
Nos reencontramos el lunes 21 de abril, lunes de Pascua.
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