* ¿En qué momento, para su trato con la sociedad, los políticos solemnes, o torvos, decidieron cambiar la sonrisa por la jeta?
Gregorio Ortega Molina
¿Hace cuánto desaparecieron de las primeras planas de los diarios las notas y reportajes de color? ¿Y de los noticieros de TV? ¿Saben, los hijos del nuevo siglo, lo que fue el <<color político>> en el periodismo?
Lo cierto es que al menos desde los crímenes políticos y <<el error de diciembre>>, los integrantes de los tres poderes decidieron cambiar la sonrisa por la jeta. Pero no me malinterpreten. ¡Claro que sonríen!, para la prensa, para los electores, por los chascarrillos que se cuentan entre ellos durante las ceremonias cívicas y civiles a las que asisten por trámite, aunque sin interés alguno por estar allí. A las claras se les nota ausentes, aburridos.
Carlos Salinas de Gortari todavía tuvo a Fidel Samaniego detrás de él, pero a mucha distancia de Guillermo Ochoa y Miguel Reyes Razo, ese par de reporteros que eran capaces de ver en el trabajo cotidiano de los políticos o durante sus actividades públicas, esa pasión, esa alegría, esa aceptación de asumir como parte de su personalidad lo que los hace un poco ridículos, y ese deseo de comunicar sorpresa o descontento porque “Don Concho no fue a la gira”, por mencionar uno de los memorables textos del Ochoa de Excélsior.
¿Será que desaparecieron los periodistas capaces de descubrir esas debilidades, pasiones y sonrisas que a todos nos hacen humanos? Creo que sucedió a la inversa.
Los que dejaron de existir son los políticos apasionados por estar en contacto con los integrantes de la sociedad, sin importar clase, color o capacidad de diálogo. Quienes gobernaron hasta hace unos años fueron capaces de mirar a los ojos, no hubieran enviado a la cárcel a Jacinta, pero tampoco les hubiese temblado la mano para satisfacer los requerimientos de servir al Estado, sin considerar los “achuchones” de la conciencia. Tenían fe en el hombre y en las instituciones de la República, hoy deshuesada.
Actualmente no creen ni en ellos mismos, son incapaces de sonreír por la pasión política, porque la cambiaron por una obsesión de poder, pero vacía.
Hace un par de semanas di pábulo a una versión que desacredita la congruencia ideológica y la lealtad partidista de Manlio Fabio Beltrones Rivera; hice propósito de enmendar mi error, corregí sin solemnidad alguna, pero quedaron con mal sabor de boca, porque esperaban un párrafo formal, ajeno a la alegría de estar vivos.
¿En qué momento, para su trato con la sociedad, los políticos solemnes, o torvos, decidieron cambiar la sonrisa por la jeta?
A saber, pero no hay excepciones, en todos los partidos aparecen políticos cortados por la misma tijera, incapaces de sentir pasión por sus coterráneos, porque no creen ni en ellos mismos. Sonríen para la imagen, pero olvidaron que deben hacerlo para construir puentes y edificar el futuro.
Es posible que Xóchitl Gálvez sea la excepción que confirma la regla.
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