* Los políticos siempre han confiado en que, a la hora de sufragar, los electores olvidan las razones de su molestia o enojo con ellos. Quizá fue así mientras los medios de comunicación dóciles a sus instrucciones contribuyeron a que ello sucediera
Gregorio Ortega Molina
Las preferencias electorales se fragmentaron en la misma medida en que se desestructuró el poder presidencial, por diversas causas pero principalmente por mostrarse indiferente ante los anhelos y la esperanza de la sociedad, al declararse, en los hechos, incapaz de encausarlos y darles respuesta.
Explican los que dicen sabérselas de todas, todas, en las preferencias electorales, que éstas se muestran divididas en tercios -como los sufragios logrados por cada uno de las tres grandes expresiones ideológicas-, e indican que el 30 por ciento de los votantes mayores, maduros y desengañados del sistema político, se inclinan por AMLO (no por MORENA); la clase media conservadora está identificada con Acción Nacional (lejos de Vicente Fox y Felipe Calderón), y los jóvenes e indecisos, ese 30 por ciento restante que no sobrepasa los 30 años, muestra una gran indecisión.
En ningún momento de ese análisis, que me parece apresurado, aparecen las preferencias priistas, ni siquiera en ese restante 10 por ciento, que ahora es el margen en que se mueven las posibilidades de un fraude electoral.
Sin ser experto, pero con la capacidad de análisis acumulada después de vivir con interés las contiendas electorales a partir de 1970, considero que las observaciones ofrecidas son apresuradas y, además, sesgadas, con el propósito de servir a los gustos e intereses de quien encargó esa prospectiva electoral.
Deduzco lo anterior porque dejaron fuera de sus consideraciones analíticas la proletarización acelerada de la clases media, la amenaza constante sobre el modelo de pensiones impuesto, el outsourcing como fuente única de empleo para asegurarse un futuro, el quebranto en el modelo educativo, los efectos de la globalización en el nacionalismo, la idea de patria y el sentido de pertenencia, la desarticulación efectiva del presidencialismo, la corrupción y la libertad de la cual gozan los ex gobernadores con absoluta impunidad, la desnaturalización de la Constitución y su espíritu original y, por último, el costo social de un mal digerido gasolinazo por parte de la sociedad.
Los políticos siempre han confiado en que, a la hora de sufragar, los electores olvidan las razones de su molestia o enojo con ellos. Quizá fue así mientras los medios de comunicación dóciles a sus instrucciones contribuyeron a que ello sucediera, pero hoy no aciertan a comunicar y parecen mostrarse ajenos al Internet y los efectos de las redes sociales en el ánimo de los electores.
Mañana, los efectos de la ausencia de comunicación y la falta de expertos en el manejo de las redes sociales.
Del Demonio de Sócrates: La prensa le resulta incómoda a Donald Trump, cuyo discurso me recuerda al de los políticos mexicanos de los años sesentas y setentas. Quizá por ello y para comprender su dimensión de hillbilly habría que releer Para leer al Pato Donald, donde Ariel Dorfman y Armand Mattelart diseccionan el tema de la comunicación de masa y el colonialismo. Otra vez la confrontación entre populistas e imperialistas (¿?).
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