* Mientras ocurre ese fenómeno legal, social y “aparentemente legítimo” que causa muertes violentas, es difícil de discernir y hacer público el sustento constitucional, ético y moral de esas decisiones
Gregorio Ortega Molina
¿Estarán documentadas todas las maneras de morir? ¿Es posible que siempre encuentren otra moda para dejar de vivir? Supongo que la soledad absoluta, el abandono total al momento de fallecer es terrible, pero ¿qué ocurre cuando la muerte te sorprende por tus ideas, o entregas la vida en manos de quienes tienen la obligación de preservarla?
Múltiples han sido mis lecturas sobre lo ocurrido en los campos de concentración, en los centros de contención de ilegales o de refugiados, en los reclusorios, durante los trayectos por mar y tierra en la búsqueda de otra oportunidad de vida, pero pienso que nunca, nada, se compara con lo que experimentan las víctimas de las ejecuciones extrajudiciales.
Por ejemplo, la mujer que huye de alguna república centroamericana para darse otra oportunidad, y al llegar a México se transforma en víctima de los tratantes de personas, de los coyotes y de las autoridades migratorias, que la violan, la torturan y, si ven en sus ojos la fuerza de carácter para la denuncia de hechos, deciden asesinarla.
De allí el valor social y ético y político adquirido por Las Patronas.
Ejercer el periodismo equivale al aprendizaje de las lecciones básicas del oficio político: observar primero, con detenimiento, paciencia y despojado de pasiones, de filias y fobias, para después poder formular las preguntas adecuadas. Quizá es lo mismo que hacen los visitadores de la CNDH.
¿Qué pasó, realmente, en Tanhuato?
Supongo, quizá con ingenuidad, que hay que preguntarse si es necesario establecer diferencias entre las víctimas. ¿Eran delincuentes? ¿Es justificable su muerte si eran abigeos, o guerrilleros, o autodefensas? ¿No son, antes que cualquier otra cosa, seres humanos con derechos consagrados en la Constitución? Y, ¿por qué se convirtieron en lo que realmente fueron? ¿Tuvieron oportunidad de ser distintos, de comportarse como seres humanos políticamente correctos, con el decoro y la dignidad que hubiera evitado su muerte violenta, o su ejecución?
Creo que es un asunto de percepción, que mientras ocurre ese fenómeno legal, social y “aparentemente legítimo” que causa muertes violentas, es difícil de discernir y hacer público el sustento constitucional, ético y moral de esas decisiones.
Por ejemplo, hoy nos quedan claras las razones por las cuales los reyes católicos decidieron expulsar a los judíos de España, o convertirlos, o servirse de la Inquisición para la tortura moral y física, como también ahora son públicas, conocidas y suficientemente estudiadas las razones y consecuencias del genocidio nazi.
Lo ocurrido en Tanhuato dista de ser un accidente, una equivocación. Todo parece indicar que lo allí sucedido es consecuencia de una política pública, cuyas consecuencias todavía no pueden preverse.