* Si requirió 18 años para sembrar, se equivoca si cree que la cosecha se resolvió en 30 millones de votos; no, el fruto que ha de recoger está medido en el tiempo constitucional
Gregorio Ortega Molina
La relación entre tiempo y poder ha tenido pocas variantes. Ocurrieron por las modificaciones e incluso cambios radicales en el origen del segundo. Al ser humano que manda dejó de imponerlo la divinidad, ahora depende de la democracia y sus perversiones, del modito en que interpretan la legalidad. Obvio, todavía hay quien lo toma por la fuerza y se transforma en dictador, con las armas en la mano, o con el robo electoral. El resultado es el mismo.
El tiempo es una constante. Adelantarse equivale a llegar anticipadamente, se deja de estar en el momento adecuado; retrasarse es peor, porque se llega a destiempo. Me aclaro, porque esta reflexión es tan vieja como la llegada de la agricultura o el ordenamiento de los cultos religiosos.
AMLO dedicó 18 años a sembrar para hacerse con el poder. El clima político le fue adverso, o la sociedad, o su muy personal percepción de lo que los mexicanos y los consorcios internacionales esperan de él. Encontró el lenguaje idóneo para hacerse escuchar al tercer intento. Emilio Renzi lo explica con claridad: “… curiosamente lo más difícil no son las grandes catástrofes que nos dejan helados y ajenos a todo y nos enfrentan con decisiones decisivas, sino estos momentos ambiguos y lentos en los que un gesto mínimo y contingente -mover una mano en el aire- puede cambiar súbitamente la realidad, y los hechos parecen depender de nosotros y no ya del destino.
La cuestión, entonces, consiste en vivir con la conciencia alerta y apasionados por el simple transcurso del tiempo, porque, a veces, toda la vida está en juego en una simple mirada o en una palabra mal usada”.
Entramos así al terreno del lenguaje, que después de la siembra es el de la cosecha. Si AMLO requirió 18 años para sembrar, se equivoca si cree que la cosecha se resolvió en 30 millones de votos; no, el fruto que ha de recoger está medido en el tiempo constitucional, a menos de que tenga ya el deseo de violentarlo.
Su cosecha es de seis años. Un sexenio. Que el tiempo sea suficiente o insuficiente depende del proyecto de gobierno que desee imponer o negociar. La restauración del presidencialismo cardenista es un mal sueño. La transición, con reforma del Estado y fundación de la IV República es viable si decide no perder “su” tiempo en tonterías como las consultas populares. Imposible sustituir la toma de decisiones que atañen a su mandato constitucional.
Es su tiempo, ya lo desperdicia a pesar de que EPN abdicó a llenar su sexenio.
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