EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Teoría de la clase ociosa de Thorstein Veblen.
Ciudad de México, sábado 1 de mayo, 2021. – Karla Aguilar, Coordinadora Operativa del Consejo le propuso a Raciel Martínez, representante del Presidente del Consejo Ciudadano para el Premio Nacional de Periodismo –del que formo parte como director de Aulabierta, S.C.–, para que diera una plática en Zoom en “Los viernes de periodismo”, cosa que hice ayer, cuando platiqué sobre la importancia de la cultura en los medios de comunicación, días antes que lanzáramos la convocatoria para los premios que se entregan este año.
Fue la hora del recuerdo pues, compartí la experiencia que tuve de 1987 a 1994 en El Economista, periódico especializado del que fui creador, socio fundador y responsable de La Plaza, la sección cultural que tuvo éxito por dos razones: conocíamos bien al público lector e integré a un buen grupo de colaboradores. Dos temas que siguen siendo válidos para cualquier suplemento cultural en cualquier medio.
Había leído Teoría de la clase ociosa de Thorstein Veblen, misma que John Kenneth Galbraith explica como “el más comprensivo tratado jamás escrito, sobre el esnobismo y presunción social. Parte de él se aplica a la sociedad norteamericana de fines del siglo XIX pero, sigue vigente en la opulencia moderna.”
El grupo lo integré empezando por Cecilia Kühne Peimbert quien aceptó la invitación que le hice para hacerse cargo de La Plaza –título que transferí de la revista que publicaba entonces. Para diciembre de 1987 estaba recién egresada de Filosofía y Letras de la UNAM, así que era una buena representante de la nueva generación: inteligente, culta, liberal y desparpajada, bisnieta de Justo Sierra, nieta de Catita e hija de Margarita Peimbert, con una cultura amplia que me cautivó desde el primer día porque, además de ser buena escritora, es original, creativa y arriesgada.
Estoy seguro que, en agradecimiento a ese acto de total confianza, escribió en su columna Almanaque del 15 de mayo de 1994, pocos días después que yo había renunciado, lo siguiente: “las personas nacidas el día de hoy cuentan con el favor de los dioses, el cariño de los propios, la envidia de los ajenos; una buena estatura, una pinta mucho mejor y les da por dedicarse a los libros, las literaturas, las computadoras y el rescate de aquellas almas perdidas que no saben más que hacer chistes, obras de teatro, películas o un enredo increíble de sus vidas. No habría palabras o columnas suficientes para agradecerles tanta e infinita paciencia, ni para decirles cómo se les tiene amor del bueno.”
Cecilia invitó a varios amigos de su generación para colaborar en La Plaza: Rodrigo Johnson, ahora actor y director de teatro, quien en el 2000 me propuso leer las obras completas de Shakespeare; el poeta David Huerta y sus Vidas perpendiculares; Flavio González Mello, guionista y director de teatro, autor de “1821, el año que fuimos imperio”, obra que dirigió Antonio Castro, también colaborador; René Franco, ahora famoso conductor de radio y TV; Mónica Lavín, conductora en la TV cultural y escritora famosa; Catalina Corcuera, que nos salvaba la vida con la publicidad, ahora directora de la Casa Luis Barragán; Javier García-Galeano, intelectual y escritor que dirigía Los Celtas, “aficionados al futbol y a las letras” quien me propuso publicar en entregas semanales la novela Contacto en Bucarest, cada capítulo escrito por un miembro diferente.
Fueron años felices que me hubiera encantado decirles esta paráfrasis de la arenga que hizo Enrique V en la batalla de Agincourt, diciéndoles: “los viejos olvidan, pero, aunque olvidaran todo, estoy seguro que recordarían las proezas de estas jornadas y de estos nombres que siguen siendo familiares y tendrán el sabor del hogar: Casillas, Corcuera, Kühne, Johnson, González Mello, Huerta, Franco, Lavín, García-Galeano, nombres que, con el tiempo, serán evocados al choque de las copas desbordantes y perdurables para siempre en la memoria”, tal como sucedió ayer mismo, en este agradecimiento de vuelta, sabiendo que con estas y muchas otras anécdotas se había alimentado el alma de La Plaza, esa sección cultural que tuvo tanto éxito a pulso.