Por: Ricardo Burgos Orozco
Con su estrategia u ocurrencia de abrazos no balazos, Andrés Manuel López Obrador concluyó su sexenio con una cifra nada presumible de 199 mil 619 personas asesinadas durante su sexenio, la más alta registrada en las administraciones presidenciales recientes, según datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística, del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad y de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.
Con su estrategia u ocurrencia de abrazos no balazos, Andrés Manuel López Obrador concluyó su sexenio con una cifra nada presumible de 199 mil 619 personas asesinadas durante su sexenio, la más alta registrada en las administraciones presidenciales recientes, según datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística, del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad y de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.
López Obrador y la continuidad con Claudia Sheinbaum Pardo han criticado hasta la saciedad la llamada “Guerra de Calderón” en la administración de Felipe Calderón Hinojosa de 2006 a 2012 cuando el expresidente combatió intensamente a las bandas criminales. Sin embargo, en ese tiempo el número de muertes llegó “únicamente” a 120 mil 463.
El pasado 9 de octubre, el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana federal, Omar García Harfuch, presentó una nueva estrategia de seguridad nacional, basada en cuatro ejes: atención de las causas, consolidación de la Guardia Nacional dentro de la Secretaría de la Defensa Nacional, fortalecimiento de la inteligencia y la investigación y coordinación con los estados. Alejados ya de la ocurrencia de abrazos no balazos, pero que no lo quisieron decir en ese momento tal vez para no afectar la sensibilidad del líder tabasqueño.
Hasta ahora la nueva estrategia sinceramente no ha dado resultado. García Harfuch declaró en su momento que los resultados se iban a observar de manera paulatina, pero ya hemos pasado muchos años con las mismas promesas y no hemos visto claro porque cada vez las redes criminales de cualquier nivel se han extendido por el país; todos los días leemos de asesinatos, ejecuciones y masacres en distintos puntos.
Los límites se acabaron para criminales, sicarios y autores intelectuales porque se saben con total impunidad. Lo mismo balean a una persona en un restaurant de Polanco que asesinan a seis parroquianos en un bar de Villahermosa o ejecutan a la gente haciendo ejercicio, caminando o manejando su auto. No importa que sean periodistas, ministros, empresarios, supuestos lavadores asociados al narco o simples ciudadanos que estuvieron en el lugar y el momento menos indicado.
Desde hace varios años la guerra la ha estado ganando el crimen organizado, en complicidad muchas veces con las mismas autoridades de los gobiernos, ya sea municipal, estatal o federal. Ha sido claro, por ejemplo, el contubernio que existe – no sabemos hasta qué punto — entre el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya y el Cártel de Sinaloa.
Hace un mes detuvieron — con mucha cobertura mediática — a seis mandos de seguridad de diferentes municipios y a la presidenta municipal de Amanalco, todos del Estado de México, en un operativo que me recordó más una escena de la película mexicana El Infierno en la cual capturan a narcos de baja ralea para distraer la atención pública de los capos importantes. Otra acción muy sospechosa y oportuna fue el decomiso récord hace unos días de más de una tonelada de pastillas de fentanilo en Ahome, Sinaloa, después que el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump urgió a México para combatir el tráfico de esa droga.
México necesita acciones concretas y permanentes que se vean, no operativos de impacto para quedar bien con tal o cual personaje o para distraer la atención de la gente. Está visto que la guerra, desde hace varios años, la está ganando el crimen y hasta ahora no ha habido estrategias que den resultados por más que las quieran pintar del color que sea.
Una entrega de Latitud Megalópolis para Índice Político