Magno Garcimarrero
Nos contaba nuestra vieja tía Anacleta… o Anacleto, como le decíamos cuando nos regañaba, que su padre, nuestro abuelo portaba algunas monedas de oro, quizá “centenarios”, dentro del cincho con que se sujetaba los pantalones; con el nombre de “culebra” se refería a ese cinturón hueco relleno de dinero. Corrían los años finales del siglo XIX cuando ese uso se hizo corriente; época en que, como dijo el poeta Renato Leduc: “Tiempos en que era Dios omnipotente y el señor don Porfirio presidente.”
Pero la Revolución cambió la economía y la psicología del dinero, proliferaron los pequeños monederos de uso femenino y, el salario diario de un trabajador, cabía holgadamente en la bolsa “secreta” del overol. Se gastaba en centavos, “tlacos” les nombraba el pueblo a las moneditas de cobre que alcanzaban para una cena de tacos de nopales o quintoniles. “Un quinto” … cinco centavos, ya era buena cuantía, aunque bien a bien “un quinto” debiera haber sido veinte centavos que son la quinta parte del peso.
Un “de a veinte” … color de nuestra raza… ya era una fortuna que servía hasta para echar rayuela. Pero el gobierno revolucionario también revolucionó la riqueza, aunque la miseria siguió en las mismas: proliferó el billete, los bilimbiques emitidos por gobiernos revolucionarios locales, dejaron de servir cuando en septiembre de 1925 se inauguró el Banco de México, constituido como sociedad anónima e, inmediatamente centralizó la emisión de billetes y moneda acuñada. Se deprimió el monedero y comenzó a usarse la billetera o cartera, en la bolsa de atrás, a veces abultada, pero flaca para la mayor parte del pueblo.
Entonces los bancos privados crecieron parasitariamente adheridos al tronco del banco central y, nos vendieron una ilusión llamada “crédito” o sea creencia, que se gana por medio del ahorro, o sea, dándoles a “guardar” nuestras tristes ganancias poco a poquito. Inventaron la “libreta de ahorro”, los papás indujimos a nuestros engendros a llevar una libretita de esas, donde la cajera apuntaba el depósito; luego los bancos se sacaron de la manga la tarjeta de crédito, más adelante perfeccionaron su seguridad con la tarjeta de débito, con la que ya no tienen que creer en la solvencia del cuentahabiente, y finalmente apareció el dinero ficticio que lo trae uno en el teléfono celular y con el cual se puede uno dar el lujo de adquirir hasta lo que no hace falta. El dinero ahora es una bonita ficción, igualito que las indulgencias.
M.G.