Sintiendo para Sanar
Por María José González Alonso
CIUDAD DE MÉXICO.- Las emociones son todas aquellas fuerzas internas que nos llevan al movimiento, a tomar decisiones, y sobre todo, están relacionadas con garantizar nuestra supervivencia. En los últimos años, se ha dado un cambio de paradigma donde la inteligencia emocional ha tomado un papel fundamental en el mundo de la salud mental y en otras esferas cómo la laboral, la social y cultural.
En la década de los sesenta se le daba mucho más peso e impotancia al coeficiente intelectual, pues se creía que tener una clasificación elevada de IQ era la clave del éxito. Sin embargo, después de muchos años de observar cómo personas realmente brillantes no triunfaban en la vida, tenían dificultad para persistir frente a los óbstaculos , no construían relaciones sociales sólidas, y no podían compormeterse al largo plazo; diversos investigadores se dieron a la tarea de estudiar que era lo que sucedia.
A partir de estos estudios, fue en 1990 donde el término de “inteligencia emocional” comenzó a aparecer en escritos psicológicos. Los primeros que hablaron de ella fueron los psicólogos Peter Salovey y John Mayer. Sin embargo, el concepto se volvió relevante cuando Daniel Goleman publicó su libro “La Inteligencia Emocional” en 1995.
Goleman la define cómo, “la capacidad de reconocer sentimientos propios y ajenos, de autocontrolarnos, de motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones.”
El gestionar asertivamente las emociones es clave para una vida plena. Una persona emocionalmente inteligente puede darse cuenta de lo que siente, tener autocontrol sobre sus emociones, es capaz de postergar la gratificación para llegar a objetivos, persiste frente a las frustraciones, es empático, tiene hablidades sociales y puede regular sus niveles de estrés.
Vivimos en un mundo donde constantemente se nos invita a evadirnos, a no conectar con nuestras emociones, y una de las multiples formas de hacerlo es a través de utilizar la comida como un mecanismo para distraernos de sentir emociones que nos incomodan.
De acuerdo a estadísticas publicadas por el Hospital Psiquiátrico Infantil Juan N. Navarro, “se estima que, en México, 25% de adolescentes padece en diferentes grados un trastorno de la alimentación.”
Muchos de los trastornos alimenticios están asociados con otros problemas relativos a la salud mental. Sin embargo, un componente muy importante es que las personas que tiene problemas con la comida, no tienen un manejo emocional asertivo, y dichas conductas alimentarias son sólo un síntoma.
Ya sea el comer compulsivamente, el restringir las calorías o realizar purgas para no subir de peso; todos son síntomas de un malestar emocional profundo que encuentra “salida” o “alivio momentáneo”, a través de manipular el consumo de alimentos.
Existen muchas falsas promesas cómo operaciones quirúrgicas, medicamentos, dietas, programas de ejercicio, que en el largo plazo no funcionan y la persona recae en conductas compulsivas alimenticias porque se trabaja solamente con el síntoma y no se realiza un trabajo psicológico y emocional profundo.
Cuando trabajamos con nuestras emociones, aprendemos a sentirlas, gestionarlas y tener más posibilidades de reacción, los síntomas autodestructivos disminuyen drásticamente, y en muchos casos desaparecen. Sin embargo, el trabajo emocional es una práctica constante y cotidiana que debe realizarse continuamente para mantener un estado interno centrado y en equilibrio.
Si consideras que tienes conductas no sanas con la comida, que ocupa mucho tiempo de tu vida y de tus pensamientos, que te recompensas o castigas a través de los alimentos, que no te sientes cómodo en tu cuerpo, quizás sea momento de empezar a trabajar tus emociones y dejar de enfocarte en el síntoma.
Una buena relación con la comida implica tener un equilibrio saludable entre la alimentación, las emociones y las señales internas de hambre y saciedad. El trabajo emocional juega un papel crucial en el establecimiento y el mantenimiento de una relación sana, disfrutable y plena con la comida.