EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Como mi primera bicicleta: divina, hechiza, hecha a mano…
Ciudad de México, sábado 26 de febrero, 2022. – “La pandemia nos ha hecho recordar” es el título del mini ensayo que escribió Mildred Castillo para ser publicado en la página Web de Bonilla-Artigas Editores en mayo del 2020. En esa brevedad, dice que durante esta época “recordamos los lugares por los que pasamos para llevar a nuestros hijos a la escuela, la ubicación de la panadería… El recuerdo insulso que da sentido a nuestra vida. Poco después descubrimos que a esa rememoración se suma el eco de ciertas imágenes literarias… en los que habríamos querido intervenir si viviéramos en ese libro.”
La lectura de este texto me provocó para escribir el recuerdo de la nostalgia que experimenté a los 14 años cuando venía a México de vacaciones y recorría el mismo camino para ir a la escuela cuando a los 8 años me iba solo al Colegio México con la intención de provocar algunos sentimientos de tristeza, mezclados con el placer y el afecto de un pasado feliz, como si fuera el alimento de la nostalgia, así como, para reconocer los grados de libertad adquiridos.
Vivíamos en la ciudad de México hasta el día que mi padre a sus 52 años de edad decidió cambiar su vida y ser dueño de sí mismo, con un rancho de 50 hectáreas de riego cerca de Atequiza que compró con sus ahorros.
Salimos de la ciudad de México hace 60 años, en enero de 1952, para irnos a vivir a Guadalajara. En estos días de la pandemia, rescato esas oleadas de la nostalgia que me invadía a los 14 años, extrañando lo feliz que había sido de niño. Entonces, de vacaciones en la ciudad de México me dedicaba un día a recorrer (como si de esa manera pudiera recuperar el pasado) el camino de la casa a la escuela, cuando ya lo hacía solo y mi alma, cuando me otorgaron un primer grado de libertad.
Mi casa estaba en una privada en Hamburgo 150, entre Florencia y Génova, de la que ya no quedaba ni su sombra. Entonces, me iba hasta Génova, daba vuelta en la esquina donde vivía Martín Luis Guzmán autor de “La sombra del caudillo”, sonriendo al acordarme cuando su hijo nos proponía por un peso, que le podíamos dar un beso a su hermana.
En Génova y Londres vivía un amigo francés —no recuerdo su nombre— que me invitaba a practicar el florete: careta y protector de por medio, atacando y defendiéndome tal como lo hacen en las olimpíadas.
Algunas veces, de regreso de la escuela, hacía escala en el Hotel Geneva, donde me sentaba en un rincón de la tienda y hojeaba los recién llegados comics en inglés, después de haber librado los peligros al cruzar la Av. Chapultepec e Insurgentes, entre el tráfico y los tranvías, dejando en los rieles clavos para recoger espadas.
En la tiendita que estaba en la calle de Mérida compraba estampas para el álbum de béisbol, esperando que me saliera la del zurdo Ángel Castro, primera base de los Azules del Veracruz,
campeones en 1951. Luego, entraba al Colegio, espantando la mosca en la sopa: los castigos del maestro que nos obligaba a levantar los brazos en cruz hasta las lágrimas.
Un año antes de irnos a Guadalajara aprendí a andar en mi primera bicicleta: divina, hechiza, armada a mano con partes de las bicis de mis primos los Pani hasta lograr otro grado más de libertad cuando me atreví a ir hasta la Condesa, para pasar frente a la casa donde vivía una niña Tazzer que tanto me gustaba.
“Así, la pandemia asesta con su fría cuña en nosotros como si fuésemos de madera en la que cada hundimiento del filo fuera separando parte de la memoria, fragmentándonos”, dice Mildred Castillo. Sí, durante esta pandemia, hemos tenido recuerdos insulsos como la nostalgia que me invadía en la pubertad, así como, la felicidad de haber logrado dos grados de libertad a esa temprana edad.