Javier Peñalosa Castro
Hechos como la contingencia ambiental que afectó a la Ciudad de México lunes y martes de la semana que termina y el panorama que se vislumbra para la Capital del País hacen pensar en la necesidad de impulsar un cambio estructural más allá de los buenos deseos, que pase por un verdadero desarrollo regional, que rompa con la concentración de actividades que se da en unas cuantas ciudades, cambiar la vocación de lo que se produce para desechar la industria contaminante así como, de paso, deshacernos de la maquila, que poco o nada deja a los países que mendigan su instalación a cambio de un puñado de empleos con mano de obra cuasi esclava (con salarios de menos de cuatro dólares diarios).
El momento actual es propicio para impulsar cambios trascendentes, toda vez que los beneficios que trajo la Revolución Mexicana para los desposeídos han sido conculcados en su totalidad y se ha despojado a los trabajadores incluso del valor de su mano de obra, que hoy se paga a razón de poco más de 70 pesos diarios.
Este nuevo modelo de desarrollo pasa por el replanteamiento de la verdadera vocación de cada región, la reordenación del transporte de pasajeros y de carga con opciones como los trenes rápidos, tan útiles y eficientes en Europa, los centros de acopio y distribución y verdaderas aerolíneas de bajo costo.
Ciencia y desarrollo
Parece mentira cómo se desaprovechan los invaluables activos que tienen los institutos de investigación de la Universidad Nacional, el Politécnico, la UAM y las instituciones públicas de educación superior de los estados (siempre y cuando no padezcan los arranques de sátrapas como el Idi Amín veracruzano, Javier Duarte).
Si bien la mayoría de estos centros de estudios logra salir con pocos raspones y magulladuras de los recortes que periódicamente deciden imponerle Peña y Videgaray, es imprescindible potenciar el alcance de sus investigaciones y otorgar estímulos fiscales para el desarrollo de innovaciones, inventos y patentes que nos permitan dejar de ser un país de mano de obra barata y poco calificada para desarrollar una poderosa industria propia.
Son ampliamente conocidos los logros de los investigadores de la UNAM en campos como la robótica, la industria aeroespacial y el desarrollo de vehículos eléctricos, entre muchos otros, y los del IPN a través de instituciones como el CINVEDSTAV, en medicina, ciencias exactas y biología, así como los de los institutos del Sector Salud en trasplantes de órganos y miembros y atención a quemados en los que goza de reconocido prestigio internacional.
También es sabido que obreros mal pagados de las maquiladoras aportan soluciones que aprovechan las trasnacionales, mientras aquí desaprovechamos el talento de nuestra gente.
En lo que respecta a los energéticos, es del dominio público que países petroleros del Mar del Norte han desarrollado tecnología que no sólo aplican en su industria energética, sino que comercializan además de sus haberes de hidrocarburos. Aquí bien podríamos desarrollar este sector, en el que existen expertos y especialistas a la altura de los mejores, siempre y cuando se desista del remate del sector organizado por el peñismo.
Educación, condición para todo desarrollo
El basamento del desarrollo es, sin duda, la educación. Para que nuestro país pueda avanzar, debe ampliarse sustancialmente el presupuesto en este rubro, a fin de promover la innovación y la creación en todos los niveles educativos y formar los profesionales altamente calificados que demanda este enfoque de desarrollo y derribar las barreras que los llamados neoliberales han puesto para servir a los intereses de la globalización, según los cuales, nuestro papel no es desarrollar e innovar, sino aportar el esfuerzo, desempeñar el trabajo más duro (ese que, según Fox, ni los negros quieren hacer), peor retribuido y poco apreciado, y seguir padeciendo el dominio del decadente imperio yanqui (cuya caída anticipa el ensayista —también estadounidense— Morris Berman en su obra “El crepúsculo de la cultura americana”, en el que destaca las enormes desigualdades sociales y económicas y el la cada vez más escasa educación de sus paisanos que, entre otros factores, están llevando a la caída de ese imperio.
Un paso más allá de la maquila
Países como España dejaron de lado la maquila de ropa y desarrollaron emporios multimillonarios como Zara, de Amancio Ortega. Japoneses, coreanos y chinos pasaron, en su momento, de ensamblar a copiar, para finalmente desarrollar su propia tecnología en muy diversos campos de la industria (claro, con un programa estatal coherente y de largo plazo, apoyos específicos y una fuerte inversión en educación y desarrollo científico y tecnológico.
Lo mismo debería ocurrir aquí. Antes que pensar en obras faraónicas o en quién hará negocio con el terreno que, en teoría, en algún momento de este siglo, dejará libre el actual aeropuerto para dar paso al elefante blanco del peñismo en Texcoco.
Tenemos que convertirnos en un país que premie la iniciativa; que estimule la producción, más que una nación de buenos comerciantes; de intermediarios entre quien produce y quien consume.
Solicitar a la caterva de subnormales que mal gobierna que apliquen los recortes a sus fuentes de enriquecimiento; que inviertan pata multiplicar, pero no su fortuna, sino el patrimonio nacional, es como pedir peras al olmo. Por eso es tiempo de definir cómo y por quiénes habrá que remplazarlos dentro de dos años.
Por lo pronto, no parece haber opción entre el infame trío formado por los priistas Videgaray, Osorio y Nuño, las cartas del PAN, que incluyen al gris Ricardo Anaya, a Margarita Hillary Zavala y algún bicho como Döring o Arne, los del PRD, con el no perredista Mancera a la cabeza, seguido por diversos chuchos y otras alimañas y en Morena el Peje, como única opción aparente.
Habría que empezar a pensar en un verdadero candidato independiente, capaz de atender estas necesidades y orientar el crecimiento del País por un nuevo rumbo, toda vez que el neoliberalismo ha demostrado palmariamente que, más que un peligro, la verdadera perdición de México.