Jorge Miguel Ramírez Pérez
Para cualquier persona en su sano juicio resulta absurdo lo que estaban realizando los líderes y pobladores que efectuaban el robo de combustible en el estado de Hidalgo. Los evidentes riesgos de usar el combustible como si fuera agua inocua, no son sino una manifestación de la forma errónea como los mexicanos hemos llevado ciertas conductas, imaginándonos que somos indestructibles en un grado de irresponsabilidad extrema.
Mujeres y aún niños enervados en la acción febril de robar en la toma clandestina, fueron también víctimas fatales de esa nociva práctica.
Lo que sucedió en Tlahuelilpan es un episodio mas en el que se conjugan líneas criminales, desprecio a las leyes y autoridades, pero sobre todo, una enorme irresponsabilidad de la propia gente que so pretexto de ganarse unos pesos más, ponen en riesgo lo mas preciado: su propia vida.
Subyace en esa cultura de fatalidades un escudo falso, el argumento que a los pobres o los que dicen serlo, se les debe permitir todo, aún atentar contra su salud y la vida incluso de sus cercanos, porque se dice: ”pobres, los orilla la necesidad”. Esa falacia ha cobrado carta de naturalización en nuestro país; y lo mismo alberga actos vandálicos, como la persistencia a no pagar las contribuciones aunque se tengan los recursos; porque en consonancia a lo anterior, se cree que hay que fregar al gobierno incluso no pagando los servicios del agua o la luz eléctrica, usando diablitos y una suerte de mañas, cuyo fin es presumir astucia en contraposición de cumplir las obligaciones. En ese caldo de cultivo se mueve el huachicol.
Es cierto y no se debe negar que México es un país de disparidades sociales. Que la movilidad social es lenta y son pocos los que pueden lograr un ascenso social por las vías correctas, las legales. De hecho casi nadie cree que se pueda hacer sin tener que usar los medios de la otra cara de la moneda; por eso el dicho popular: “el que no tranza no avanza” resume meridianamente esta realidad. Pero esa problemática no debe resolverse como se ha dejado a la deriva: motivando el sendero colectivo de la corrupción, sino fortaleciendo instituciones que proyecten justicia y valores, no cotos de poder infranqueables.
Porque resulta ilustrativo que los mas poderosos y enriquecidos oligarcas siguen siendo los intocables de siempre, los que acaparan todos los negocios sin que aporten al país, a la economía en general, ni a sus empresas logros tecnológicos y patentes que demuestren un liderazgo empresarial creativo que asume riesgos. No, la oligarquía mexicana por el contrario es pobre en perspectivas y pobre en su visión del mundo y del país. Sus miras son tener residencias poco habitadas en el extranjero, flotillas de vehículos de lujo y presumir fiestas. Nada de innovación verdadera, nada de aportaciones dignas de su preponderancia. Una tragedia de los ricos, que tienen consumidores cautivos y conformistas que tampoco encuentran los cauces para exigir otras plataformas de mejor calidad e inventiva.
Y es en ese contexto que los pobres son la suma de los que no los son tanto, pero que acreditan su marginalidad oficial mediante los padrones de los apoyos sociales y los que si los son, pero con perspectivas ominosas porque requieren de todo.
En el primer estrato es donde se da el fenómeno que engrosa las filas de huachicoleros, punteros y sicarios. Es allí donde la esquizofrenia social tiene fincadas sus columnas ideológicas: se votó y se apoya la lucha contra la corrupción, pero siempre pensando que es la de los demás las que debe ser erradicada, nunca la propia; y si se llega asumir que la propia es también obstáculo, en lo que se combate, seguimos haciéndonos de la vista gorda.
Porque se justifica el crimen y se buscan culpables entre las autoridades, no porque no deban ser incluidos en los hechos que pudieran imputárseles; sino porque jamás se señala la irresponsabilidad desquiciada de hacer lo que mas daña, con tal de no alinearse por donde sea como, se debe transitar.
Porque usted puede ir a ciudades como Culiacán y otras del país donde sobran los letreros para contratar despachadores y meseros, -ninis pues- y nadie se engancha, prefieren perder la vida en el huachicoleo usando armas contra otros, que servir en la línea, que antes se enseñaba en la educación cívica hoy desterrada erróneamente de la enseñanza de la escuela, incluso de la casa.
Con lo de Tlahuelilpan se van a agregar más víctimas de ellos mismos a las largas listas de desaparecidos, que salvo honrosas excepciones no pertenecen a los inmolados por causas de la codicia huachicolera o narca, incluso de los padres que quieren purgar sus culpas culpando a todos les demás, menos a ellos mismo de lo que vieron y no detuvieron.