Los procesos de relevo presidencial en México, suelen siempre ser tierra fértil para toda suerte de conjeturas y trascendidos, y el que actualmente vivimos no es la excepción. En un mundo dominado por la tecnología y con fuerte presencia de las redes sociales, el ascenso de Claudia Sheimbaum como primera presidenta de México ha generado un marcado interés previo a los anuncios que a partir de esta semana darán cuenta de quienes conformarán los próximos gabinetes legal y ampliado. Interés inusitado gira alrededor del relevo de los altos mandos de las Secretarias de la Defensa Nacional y Marina/Armada de México.
Cada seis años surgen las quinielas con respecto a quienes serán los secretarios de Defensa y Marina, y aunque en algunas ocasiones, pueden surgir sorpresas, de alguna forma u otra generalmente era previsible saber quiénes serían los elegidos tomando en cuenta al grupo de generales y almirantes que cumplían con los requisitos para ser secretarios. Usualmente las designaciones militares, por elemental prudencia suelen ser las ultimas y aquí es donde surgen las siguientes reflexiones en descargo de nuestras fuerzas armadas.
Hace poco el veterano columnista Raymundo Riva Palacio publicó un artículo donde deslizo el trascendido de un supuesto distanciamiento entre el presidente de la república y el general secretario. Ello dio pie a toda suerte de hipótesis y supuestos, algunos de ellos francamente rocambolescos con respecto a las fuerzas armadas y su papel en esta sucesión presidencial, así como su relación con quien será su comandante supremo hasta el 30 de septiembre del año en curso. Aquí es donde es oportuno mirar de manera objetiva el espejo de la historia y recordar cómo se ha consolidado el papel de los soldados, marinos y aviadores de México desde la revolución hasta nuestros días.
El cuartelazo contra el presidente Carranza en mayo de 1920 fue la última asonada exitosa en nuestra historia, a partir de entonces las fuerzas armadas mexicanas han honrado a cabalidad su lealtad a la nación y a sus instituciones, lo cual ha robustecido también a la sólida doctrina militar mexicana. Lo anterior no es chovinismo, tomando en cuenta que Iberoamérica ha sido proclive a dirimir la política por medio de la pólvora, para fines del siglo pasado buena parte de América Latina era regida por juntas y regímenes militares e incluso países de la comunidad europea como España y Portugal padecieron amagos de cuartelazos, eso simplemente hubiera sido impensable e imposible en México.
Tras mayo de 1920, no solo cualquier rebelión fracasó, sino que las fuerzas armadas evolucionaron profesionalizándose, fue particularmente destacada la labor del general Joaquín Amaro en el ejército y la consolidación de un magnifico sistema educativo militar con el Heroico Colegio Militar, La Escuela Superior de Guerra, la Heroica Escuela Naval Militar y el Colegio del Aire sin menoscabo del resto de las instituciones educativas castrenses.
Los militares mexicanos entonces no solo asumieron un rico legado que se remonta al Ejército Insurgente como pie veterano de nuestras fuerzas armadas sino hicieron de la lealtad su divisa suprema. Hoy para quienes pretenden llevar a los soldados y marinos al campo de las disputas políticas, es oportuno recordarles que los militares en México han servido con lealtad institucional a gobiernos emanados del PRI, PAN y ahora a la izquierda mexicana aglutinada en torno a Morena. Los militares en activo no hacen política desde que el presidente Ávila Camacho suprimió el sector militar del PRM. En cambio, las fuerzas armadas son ahora el firme garante para que se pueda hacer política y que la democracia tenga a las urnas como escenario.
El origen popular de las fuerzas armadas en nuestro país, también es manifestación de la equidad que existe, al menos en este rubro, en la sociedad mexicana, aquí los mandos no están reservados a grupos de elite como suele suceder en otros países del hemisferio, en México cualquier hombre o mujer joven sin importar su origen o condición social puede aspirar a ser general o almirante, el único límite que tienen es el que su propia capacidad o tenacidad les impongan.
Los ejemplos de lealtad institucional son muchos, para muestra un botón: después de una distinguida trayectoria revolucionaria y de haber sido Director del Colegio Militar, el general Marcelino García Barragán, se separó del servicio activo en virtud de su militancia henriquista, el presidente López Mateos posteriormente ordenó su reincorporación y al sexenio siguiente fue Secretario de la Defensa Nacional, más allá de la polémica, su actuación en las jornadas del 68 fue un ejemplo de lealtad institucional y a la investidura presidencial.
A diferencia de los políticos que llegan a los cargos públicos por la cercanía con sus jefes y pueden también brincar de una dependencia a otra, los militares solo ascienden por méritos propios y riguroso escalafón, ser general o almirante toma alrededor de tres décadas de servicio ininterrumpido y un expediente intachable. Esta trayectoria también se nutre de un espíritu solido de valores y virtudes militares. El general o almirante secretarios saben que acompañaran a su comandante supremo a lo largo de seis años, el único caso en nuestra historia reciente de relevo de un alto mando castrense se dio con el Almirante Mauricio Scheleske durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari.
Todas estas consideraciones deben ser tomadas en cuenta al momento de asociar a soldados y marinos con la sucesión presidencial y evitar gastar papel y tinta en rumores que a nadie benefician, seguramente la presidenta Sheimbaum sabrá elegir bien y los próximos Secretarios de Defensa y Marina no solo estarán a la altura de las circunstancias sino honrarán la bicentenaria tradición militar mexicana.