EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
El hombre en llamas de Clemente Orozco.
Ciudad de México, sábado 23 de noviembre, 2019.– Me gusta leer en los libros impresos para poder subrayarlos y hacer notas al margen como esas que tienen que ver conmigo –como también se puede hacer en los e-Books, excepto, que cuesta trabajo verlas en su contexto– sobre todo, cuando lo asociamos con un hecho real o imaginario, como lo acabo de hacer en Como la sombra que se va (Seix Barral, 2015), el libro de Antonio Muñoz Molina en donde le sigue la pista a James Earl Ray, prófugo asesino de Martin Luther King quien se refugió unos días en Lisboa. El escritor intercala en esta crónica su amor a esa ciudad y algunas ideas sobre el arte de escribir.
He seleccionado algunas de esas notas para ejemplificar lo que sucede cuando se da la conexión entre lo que leemos y lo propio en diferentes contextos y tiempos de nuestra vida, enriqueciendo la lectura de esta manera.
Cuando Muñoz Molina llegó por primera vez a Lisboa dice que no podía pensar en el libro que iba a escribir, pues “todo era una mirada, todo oídos, una cámara objetiva y el vigor de las piernas y el gozo de respirar el aire húmedo y fresco”, entonces, anoto al margen: “cuando llegué a Chapala en 94” para ir después a mi bitácora y anotar el suceso:
“Por fin estaba libre. Había renunciado a El Economista y tenía todo el tiempo para poder imaginar, esbozar y darle de vueltas a lo que iba a contar. Me fui un mes al Hotel Nido de Chapala para respirar ‘el aire húmedo y fresco’ más el bromuro del lago, elucubrando, cámara en mano, cómo podría contar la vida de Maclovia, mi abuela, cuando no sabía ni por dónde empezar.”
Muñoz Molina trata el tema de Lisboa en dos tiempos: cuando fue la primera vez para escribir “El invierno en Lisboa” y, luego, muchos años después, cuando le siguió los pasos al asesino prófugo.
“En la soledad y en la inminencia de la partida a Lisboa obraba una misteriosa exaltación en los actos más comunes; una ebriedad limpia que se alimentaba de sí misma”, tal como me sentí cuando llegue a Chapala con esa “ebriedad limpia” para irme documentando sobre la historia de Cova y sus últimos meses de vida en Chapala. Por eso, salía a caminar al atardecer como lo hacía ella en el malecón, para sentir esa “misteriosa exaltación” de la que habla el escritor de Úbeda.
Por ahí dice que “las cosas más raras suceden en la vida sin que uno se de cuenta” y, cuando leo esto, me detengo y trato de acordarme de esas cosas que me han sucedido sin darme cuenta hasta tiempo después y, a veces, hasta mucho tiempo después, tal como recordé haber escrito y vivido “cosas inesperadas”, como la epifanía el día que se me apareció la diosa del amor como lo cuento en “Las batallas del General”, el día que estaba recostado en una de las bancas del Hospicio Cabañas bajo la cúpula del “Hombre en llamas” de Orozco y, de pronto… “sentí la presencia de una mujer… A lo mejor es mi imaginación, pensé, o a lo mejor es un ángel caído a mi lado al que había que dejarle su lugar. Hizo un gesto, como si pidiera permiso, antes de recostarse a mi lado, recoger su vestido blanco y plegarlo a su cuerpo…”
Lo inesperado es parte de la vida.
Por eso lo subrayo y anoto al margen, para luego escribir eso que tiene que ver con aquella huella que encuentro en esas lecturas que nos pueden remitir al pasado para ver la vida desde otra perspectiva y, de ser posible, reconocer los disimulados engaños.
“¡Qué rico huele, Dios míos! Huele a mujer, a menta, a tierra mojada, no, no, la tierra mojada huele diferente, huele a campo traviesa, a flor, como si estuviera recién bañada, a lavanda, a lavanda cristalina, eso es, a fresca fragancia tal como le llamamos al deseo.”