Luis Farías Mackey
La política sólo puede ser en libertad, por tanto, en el tiempo y en lo imprevisible.
La meta de lo político es el futuro, el hombre político debe tener la vista puesta en el futuro de largo aliento, en su riesgo e imprevisibilidad. Quien guía, camina sobre lo imprevisto, porque la acción es siempre un nuevo comienzo.
La política y la acción son como el punto y aparte en la redacción, que permite cerrar el momento y el párrafo previos para empezar otro desde un nuevo comienzo con entera libertad.
Lo político no es dialéctico ni está circunscrito al circuito de causa y efecto. La política trabaja sobre el instante irrepetible con amplitud de libertad, imprimiendo en el devenir el ser en un nuevo comienzo.
La contingencia y arbitrariedad de lo político se niega a ser supeditado a cualquier teleología: “la idea de que todo lo real ha de estar precedido por una potencialidad como una de sus causas niega implícitamente el futuro como un tiempo auténtico” (Arendt). Si en la acción y sobre el instante en política debe privar la libertad del nuevo comienzo, éste debe de ser, además, virtuoso; no nada más en el sentido aristotélico de lo que es bueno para el hombre, sino, también, en la versión de Arendt de ejemplar, único y digno en su ejecución, porque la política es más un arte que un oficio: lo político es creación. De alguna manera la teleología es apolínea, es una interpretación instrumental y dialéctica, toda vez que socava la libertad de la acción, la circunscribe a lo predefinido por sus causas, impone sobre la acción lo conocido y su teoría. La creación es dionisiaca, propia de la embriaguez por lo desconocido. “Lo extraordinario, lo milagroso es siempre la salvación y no el derrumbe, pues solo la salvación, y no el derrumbe, dependen de la libertad del hombre y de su capacidad de cambiar el mundo y su curso natural” (Arendt), toda vez que lo vivo siempre camina hacia la muerte.
Por otro lado, la política no se aviene a la inmediatez, es siempre un experimento del que —mientras se experimenta— se desconocen sus resultados. Arendt dice que “su pleno significado (de la acción política) sólo puede revelarse cuando ha terminado”. Pero para terminar requiere del tiempo que le permita extenderse.
De allí que lo digital y lo político sean tan disímbolos: lo político es creación, requiere tiempo y solo se revela una vez terminado; lo digital “aspira a la previsibilidad total. Todo tiene que ser previsible y calculable. Pero no hay ninguna acción (política) que sea calculable: En tal caso sería computo, una cuenta. La acción siempre llega hasta lo imprevisible, hasta el futuro (…) El futuro es la dimensión temporal de lo totalmente distinto”. (Byung-Chul Han)
Lo verdaderamente político es creación y comienzo en la pluralidad, en la libertad y en lo imprevisible. Se puede tender hacia un fin, pero nadie puede asegurar llegar a él hasta que se llegue. Por eso Arendt sostiene que “la erradicación total del hombre en cuanto hombre es la liquidación de su espontaneidad”, y de la mano Han tercia: “El datismo y la inteligencia artificial cosifican el propio pensamiento. El pensamiento se convierte en cálculo. Los vivos recuerdos son reemplazados por la memoria maquinal (…) El big data hace posible pronosticar el comportamiento humano. De este modo el futuro se vuelve predecible y manipulable. El big data resulta un instrumento piscopolítico muy eficaz, que permite controlar a las personas como si fueran títeres. El big data genera un saber dominador, que hace posible intervenir en la psique humana e influir sobre ella sin que los afectados lo noten. La psicopolítica digital degrada a la persona humana a objeto cuantificable y controlable. El big data anuncia por tanto el fin del libre albedrío”.
Cierra Han advirtiendo que el panóptico digital es la explotación y la vigilancia total.
Por eso yo interpelo por la política, apuesto a la libertad y aguardo el tiempo.