Rodolfo Villarreal Ríos
Desde hace mucho tiempo hemos insistido en que la celebración del triunfo de la República, en 1867, debería de ser un acto de relevancia mayúscula en el calendario cívico nacional. Por supuesto que hay historiadores que, ayer y ahora, le han dado el lugar preponderante que merece, pero en términos generales el aniversario pasa entre azul y buenas noches. Aun cuando sea difícil de creerse, todavía existen huerfanitos de Max quienes se lamentan de su derrota y continúan gimiendo por que el “imperio” se deshizo en medio de las lluvias queretanas. Este escribidor, sin embargo, no olvida que fueron una serie de escritos, sobre el 150 aniversario del acontecimiento mencionado en el renglón inicial, los que vinieron a cambiarle su vida profesional como historiador. Por ello, de manera recurrente nos gusta abordar el tópico que da para mucho. Sobre algo ocurrido en torno a eventos de aquellos días, nos permitiremos comentarle a usted, lector amable.
Era el 25 de mayo de 1867, diez días antes el Ejército de la República había derrotado, y apresado, a Maximiliano. Ello, al parecer, no terminaba por convencer a los imperialistas de que todo había llegado a su fin. Todavía estaban en la creencia de que la visita de los franceses y Max era lo mejor que hubiera podido sucederle a México. En ese contexto, el órgano vocero de los invasores, El Diario del Imperio, continuaba publicando historias mediante las cuales buscaba justificar que los europeos hubiesen venido a civilizar a la partida de salvajes que moraban estas nuestras tierras. Procedamos a revisar aquel texto.
Para empezar, el autor de la pieza buscaba dejar bien sentado que el pertenecía al grupo de los civilizados, nosotros lo calificaríamos como un miembro del grupo de los maxhincados que mencionábamos la semana anterior. Ello, se confirmaba al leer como evocaba que “hace más de veinte años que en el pensamiento de algunos hombres verdaderamente políticos y dignos del título de patriotas, estuvo el procurar esforzadamente destruir la causa primordial y eficiente de todas las desgracias que pesaban sobre México; restituir a este las condiciones propias y adecuadas de su existencia, como sociedad civil y como nación independiente, en conformidad con sus hábitos, con sus creencias, con sus tradiciones con su historia; cegar la fuente envenenada de tantos desórdenes y de tantas discordias, de tanta inmoralidad y de tanta ruina que arrastraban al país a su perdición”. Esos sujetos a quienes se alababa no eran otros que los que ya andaban por Europa en busca de que un príncipe de aquellos lares viniera a salvarnos del expansionismo estadunidense. Eran los mismos quienes, desde 1821, se habían amancebado, cuanta vez fue necesario, tanto con la curia católica como con el López (De Santa Anna) del Siglo XIX con el objetivo de retrasar el reloj de la historia y nunca les importó que el país estuviera sometido al desorden y se sumiera en el retraso.
Dichos sujetos estaban convencidos de que era necesario hacer prevalecer “el pensamiento… que precedió a la emancipación del país del dominio español; el establecimiento de la monarquía moderada, como la forma de gobierno en que se conciliaban en perfecta armonía el principio de autoridad asentado sobre una base firme y estable, y revestida de la fuerza, del prestigio necesarios para hacerlo respetable y eficaz, y los de una libertad sana y juiciosa, apoyada en la justicia y garantizada por las leyes y la Constitución de Estado”. Lo que en realidad proponían estos era una sociedad de vasallos dispuestos a someterse a los dictados del grupo gobernante, eso sí, todo bien barnizado con la prevalencia de un estado de derecho existente solamente en la imaginación de los detentadores del poder político. Hasta nos hizo recordar lo que proponen los de ahora próximos a quedarse con los tres poderes.
El autor de la pieza no quiso que fuera a quedar duda alguna de su inclinación monárquica y escribió: “La experiencia de los males sufridos bajo la república, era tan completa, tan persuasiva y tan elocuente; que no era posible creer ni esperar ya que pudiera constituirse, bajo un sistema que entrañaba la anarquía, un gobierno justo, verdaderamente ilustrado y nacional”. Para que no hubiera duda de sus buenas intenciones, se asumían como salvadores de la patria.
En ese entorno, clamaban que “esta convicción profunda, este sentimiento patriótico que animaban a los hombres más distinguidos del partido conservador, y que instintivamente comprendía la mayoría sana y pacífica del país, vino a desarrollarse y robustecerse al ver los peligros que amenazaban la independencia en la invasión norteamericana, en cuya ocasión se manifestaron los intentos de la facción liberticida e inmoral, que tantos duelos, tantos errores y tantas desgracias había causado a la sociedad. No era ya solo el justo, el natural deseo de tener un gobierno que diese la paz al país, que restaurase su dignidad, que le abriese otro porvenir, sino también el de salvar la independencia y con ella la existencia de nuestra raza, de nuestras costumbres y de nuestras instituciones sociales”. Vaya con aquellos preocupados por preservar lo nuestro, eran escasos de memoria.
Olvidaban que, durante la invasión estadunidense, fueron los guías espirituales de los conservadores quienes cometieron una traición tras otra, todo por “preservar lo nuestro. Es conveniente recordar como los miembros de la alta jerarquía eclesiástica no tuvieron empacho en promover la reyerta de los polkos, con el financiamiento estadunidense, todo con tal de evitar dar ayuda pecuniaria al López de entonces. Y, cuando se les terminó la fiducia, solicitaron 40 mil dólares más al agente estadunidense Moses Yale Beach para continuar con la rebelión. Sin olvidar que previo a la visita estadunidense ya habían acordado con el gobierno, de los EUA, a través de los obispos católicos de ese país, que las propiedades y bienes que poseyeran en las tierras próximas a cambiar de dueño les serían respetadas y para nada se les molestaría a la hora de que ejercieran su profesión, lo cual se plasmaría más tarde en los Tratados de Guadalupe Hidalgo.
Dado que, como todos lo sabemos, la mitad del territorio se fue, pues entonces los escribanos a sueldo del imperio de Max, afirmaban que para poder revertir el estado de cosas y colocar a México en el camino correcto, solamente existía una vía. “Para la consecución de ese gran designio, era necesario el concurso y el apoyo de las potencias de Europa, a fin de contraponerlo a la influencia poderosa y activa de la democracia norteamericana; y los gobiernos de esas potencias que sacaban de México tantas riquezas, y que debería suponérselas interesadas por lo mismo, en asegurar la independencia y autonomía de una nación que figuraba de un modo tan importante en el continente americano, no comprendieron o no quisieron comprender entonces todo el alcance que en el porvenir tenía la realización del pensamiento de la menarquia que, afirmando la paz de México, aseguraba y enlazaba estrechamente los intereses políticos y mercantiles de éste con aquellos países”. Acorde con esto, se debería evitar a toda costa que en México fuese a infectarse con el virus de la democracia, la mejor vacuna para ello era someterlos a una monarquía y mantener a toda la “indiada’ en calidad de vasallos, solamente en esa forma el país habría de prosperar. Vaya postura tan tierna.
Aun cuando por acá sobraban los había rejegos, el redactor del artículo no dejaba de expresar que todavía aparecía un rayo de esperanza para salvar a quienes conformaban una partida de incivilizados (¡!). En ese sentido, indicaba: “Los acontecimientos que ofrecieron al mundo el espectáculo de los escándalos, desordenes y atropellos de la dominación demagógica, y que excitaron tan poderosamente el sentimiento del país por un nuevo orden político, por un remedio radical y eficaz, que pusiese término a tantos males, fue lo que vino a hacer conocer a las naciones europeas que tenían relaciones con México, que por los intereses de sus súbditos, por el decoro de sus gobiernos, deberían ya ponerse de acuerdo y dar un paso decisivo en el sentido que estaba indicado de tiempo atrás, la opinión ilustrada y juiciosa de todos los políticos previsores, tanto de América como de Europa”. Cuando todo indicaba que lo expresado prevalecería, el mismo redactor hubo de narrar la historia completa con un desenlace que enterraba su gozo.
Indicaba que “se celebró el Tratado de la Triple Alianza que firmaron los representantes en Londres, el 31 de octubre de 1861, de las potencias interesadas [España, Inglaterra y Francia]; pero una desgracia que no puede explicarse sino por el fatal destino que pesa sobre México…”. ¿Será ese mal fario el mismo que llevó, en marzo del 2015, al hoy extinto ciudadano Bergoglio Sivori a mencionar que “a México el diablo lo castiga con mucha bronca…”? Ni duda cabe, el linaje ideológico es el mismo, aun cuando lo cubran capotes que parecen distintos, pero no lo son. Pero, volvamos al Siglo XIX.
Esa fatalidad, la que apuntó el escribano de entonces, fue lo que “… hizo que se errase de medio a medio en la elección de uno de los principales comisarios, y que contra lo estipulado en la Convención citada, se reconociese a Juárez y se tratase con su representante, celebrándose los convenios de la Soledad”. Así que desde esa perspectiva la selección del general Juan Prim y Prats fue la razón de que se retrasara la obra “bienhechora”. Lo que en realidad sucedió es que la firmeza del estadista Juárez García y la habilidad del ministro de relaciones exteriores Manuel Doblado Partida fue lo que terminó de convencer tanto a españoles como ingleses, ambos representados por Prim, de que su aventura en México ninguna ganancia les arrendaría. Por ello, como bien lo señalaba aquel articulista. “bien sabido es el resultado de esta negociación que deshacía todas las esperanzas, que nulificaba el objetivo principal de la Convención, y que produjo la disolución de la alianza”. Aquella pluma, sin embargo, no iba a quedarse con el lamento y optó por narrar la quimera que se vivió.
Acorde con su versión, “la Francia asumió después únicamente la grande y noble empresa de intervenir en favor de la libertad de la nación, para darse un gobierno cual deseaban desde muchos años antes todos los buenos mexicanos, exento de la influencia de facciones, sólido, ilustrado, justo y respetable”. La mayoría de la población no les había requerido que vinieran a enseñarnos como convivir, pero Napoleón el pequeño olvidó de la lección que una partida de zarrapastrosos le suministrara, en Haití, al ejército de su tío el Napoleón verdadero. Sin recordar aquello, el autor de la pieza dio rienda suelta a la imaginación y clamó: “Los primeros representantes de la Intervención francesa, comprendiendo a poco tiempo el verdadero espíritu que estaba animando el país, y unidos a sus hombres más distinguidos, dirigieron el movimiento político que había de transformar la situación, que había de darle un nuevo carácter, un nuevo ser a la infortunada nación mexicana.” Ya sabemos que aquella parvada de los “hombres más distinguidos”, estaba compuesta, entre otros, por José M. Gutiérrez Estrada, José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar, Antonio Escandón y Garmendia, Tomás Murphy y Alegría, general Adrián Woll, Ignacio Aguilar y Marocho, Joaquín Velázquez De León, presbítero Francisco Javier Miranda y Morfi y Ángel Iglesias y Domínguez. Asimismo, se agregaba la curia católica encabezada por los arzobispos de México, Antonio Pelagio De Labastida y Dávalos y el de Michoacán, Clemente de Jesús Munguía y Núñez. A ellos, los acompañaba una partida de ambiciosos quienes, en sus sueños húmedos, se veían convertidos en nobles.
Según la narrativa de El Diario del Imperio, “¡Oh! Que porvenir tan grandioso, tan halagüeño se ofreció aquellos primeros días en que se estableció el gobierno provisional bajo los auspicios de la intervención francesa. La monarquía se proclamó de la manera más solemne, más entusiasta que nunca se haya visto; la voz de la Asamblea reunida en la capital, fue secundada unánimemente del mismo modo en casi todo el país; miles de firmas cubrieron las actas de los Departamentos apoyando aquella declaración por la cual asimismo se ofrecía la corona del restaurado Imperio al archiduque Maximiliano”. Es imposible negar que no faltaron quienes, carentes de dignidad, fueron a arrodillarse ante el barbirrubio. De esa manera, aquietaban sus complejos de inferioridad, nunca faltan aquellos que tienen sus convicciones al ras del piso y nunca perderán la oportunidad de acomodarse ante quien esté de moda. Pero como, a pesar de que no lo quisieran admitir, los castillos estaban cimentados en el aire y se caían a pedazos, el escritor optó por cerrar la pieza con una evocación nostálgica.
Inmerso en su mundo imaginario remembraba que, según él, “¡Nunca podrán olvidarse aquellos días que hicieron nacer tan nobles y tan dulces esperanzas!… Y sin embargo, parece que Dios aún quería sujetar a México a nuevas pruebas, a mayores sufrimientos, a más duros y terribles combates…”. Pero que insistencia con que El Gran Arquitecto no tenía nada mejor que hacer que andar viendo a que prueba sometía a los habitantes de estas tierras y todo con el fin de castigarlos porque cometieron la osadía de ver hacia el futuro y no aceptaban plácidamente que un príncipe europeo viniera a civilizarlos. Por supuesto que existían quienes aparecían dispuestos a someterse ante cualquiera que llegar e inmediatamente asumir posturas imitadoras para no quedarse fuera de la moda prevaleciente. Por lo pronto, se quedaban con las ganas de acabar de convertirse en vasallos europeos, pero dejaban una herencia que si bien no había iniciado por ellos, haría que muchos intentaran continuarla..
Por ello, no pudimos sustraernos a recordar lo que nos comentará quien hoy es el rector de la Universidad Autónoma de Piedras Negras, y en el pasado fuera nuestro maestro de biología en la Preparatoria de nuestro pueblo, Xavier N. Martínez Aguirre, quien nos indicaba como muchos de los miembros de la clase gobernante de nuestro país, y nosotros agregaríamos acompañados por una parvada de lamesuelas, desde la independencia hasta nuestros días, se la han pasado en un proceso de mimetismo eterno en función de comportarse conforme para donde el viento sople e imitar en consecuencia. A ello, le respondimos que efectivamente, tenemos más de dos siglos de “independencia” y, en general, se continúa con la búsqueda para lograr una identidad. Aún, hoy en día, hay quienes tratan de imitar a los españoles, otros quieren ser estadunidenses de segunda, no faltan algunos que desearan ser franceses, unos más se dicen orgullosos de sus raíces indígenas, pero su actuación se parece más a cualquiera de las tres nacionalidades que hemos mencionado. Pocos entendemos que somos producto de una amalgama de múltiples razas-etnias y no tenemos por qué tratar de imitar a nadie, somos mexicanos con todas las virtudes y defectos inherentes al ser humano. Esto último, ayer y hoy, es algo muy difícil de aceptar para quienes continúan aspirando a ser gobernados por el habitante de un palacio quien les diga amar a su pueblo, siempre y cuando éste adopte actitudes de vasallo. Eso deseaban quienes fueron a traer a Maximiliano, los de hoy ya no necesitan ir en busca de un príncipe europeo, ya tienen en casa quien les aplique la misma receta y ellos se sientan felices porque pueden soñar que podrían pertenecer a su cofradía cercana y, en caso de no lograrlo, les basta con les dediquen una mirada o al menos les envíen un saludo a la distancia, mientras les lanzan un mendrugo de comida. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (25. 21.71) Por favor, si alguien encuentra por ahí un par de gramos de vergüenza, enviárselos a la actual clase gobernante de nuestro país cuyos integrantes no tienen el menor rubor en ir a mendigar que no les apliquen un impuesto a nuestros connacionales quienes no tuvieron otra opción sino largarse para mejorar sus condiciones de vida. En lugar de exigir allá, deberían de demandar aquí que se crearan las condiciones para que se diera la inversión productiva generadora de empleos bien remunerados. Eso sí, la disminución de la tasa a 3.5 por ciento a las remesas la celebran como si ellos hubieran influido en algo y, por lo tanto, las armas nacionales se cubrieron de gloria. Vaya desfachatez.
Añadido (25.21.72) De pena ajena la actuación del presidente de Sudáfrica durante su visita a la Casa Blanca. Poco tuvo que decir ante las evidencias que le mostraron exhibiendo cómo sus gobernados de raza negra discriminan y asesinan a los agricultores blancos para despojarlos de sus bienes. ¿Pues no nos decían que el racismo era una cosa que solamente lo practicaban los blancos?
Añadido (25.21.73) Una muestra más de lo que genera el lavado de cerebro en las universidades estadunidenses en las cuales la educación pasó a segundo término siendo sustituida por el adoctrinamiento político de “izquierda”. No importa si se denominan Harvard, UCLA, NYU, Columbia o, como en esta ocasión, Illinois. Lo que de ahí sale, con excepciones honrosas que conocemos de primera mano, es basura en cantidades considerables. Muy satisfechos deben de estar los irracionales, dizque de izquierda, quienes venden que la única forma de resolver los problemas en el Medio Oriente es mediante el fin de Israel y el extermino de los judíos en donde quiera que se encuentren.