Por Aurelio Contreras Moreno
La aplastante derrota de los partidos que tradicionalmente controlaron la esfera pública y política en México los últimos decenios tendría que obligarlos a reinventarse si es que pretenden no desaparecer dentro de tres años.
El PAN, pero sobre todo el PRI y el PRD fueron prácticamente borrados de los espacios de representación pública en el país. Éste último, junto con partidos parasitarios como el PVEM, Nueva Alianza, Movimiento Ciudadano y Encuentro Social, incluso está a un paso de perder oficialmente el registro, lo cual se determinará una vez que sean desahogadas las impugnaciones a la elección del pasado 1 de julio.
Pero parece que siguen en un aparente estado de pasmo y que no se han dado cuenta de su verdadera situación: un electorado que harto de años y años de abusos, corruptelas y vejaciones, decidió concentrar todo el poder en una sola opción política y colocar a las demás en una situación de marginalidad de la que no podrán salir si no hacen algo radicalmente opuesto a su actuación de los tiempos recientes.
Empero, en esos partidos están más preocupados por disputarse los despojos que dejó el 1 de julio que por realmente hacer un ejercicio de autocrítica sobre las razones que los llevaron a la catástrofe que hoy viven.
En Acción Nacional, el cobro de facturas entre los grupos antagónicos que fracturaron al blanquiazul en la pelea por la candidatura presidencial amenaza con una escisión todavía mayor. Los anayistas buscan terminar de echar del PAN a los calderonistas, que ya cocinan un plan B: fundar otro partido, cuya consecuencia será reducirse aún más ante la nueva hegemonía política del país, la del lopezobradorismo.
A nivel estatal el descalabro es todavía más fuerte. El panismo yunista no termina de digerir la derrota ante Morena y para garantizarse protección e impunidad, pretende hacer lo mismo que hace dos años intentó el duartismo: colocar alfiles en los órganos de procuración e impartición de justicia que les cuiden las espaldas a los que se van, a riesgo de enturbiar la transición gubernamental y de que, una vez concretado el cambio de estafeta en los poderes Ejecutivo y Legislativo estatal, la reacción contra ese grupo sea todavía más virulenta.
A ello hay que añadir que en el panismo veracruzano también hay un reacomodo nada terso de sus grupos en pos de su control. La facción que encabezan José de Jesús Mancha y Julen Rementería -que ha usufructuado la dirigencia de ese partido desde hace por los menos 15 años- se aferra con uñas y dientes a su hoy reducido coto de poder, mientras que los yunistas -a quienes les abrieron la puerta luego de su salida del PRI- se han determinado a tomar por asalto al blanquiazul, ya sea a través del mismo Miguel Ángel Yunes Márquez o de alguno de sus personeros, a fin de sobrevivir políticamente los años que vienen, sin la engorrosa necesidad de acordar más con lo que queda del viejo panismo, que por su parte pide una renovación total de sus órganos de dirección.
En el PRI la situación es similar. A nivel nacional, luego de la renuncia de René Juárez a la dirigencia, los supervivientes del naufragio, como los ex gobernadores Ulises Ruiz e Ivonne Ortega, así como el ex secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong y el propio Manlio Fabio Beltrones, se aprestan a pelear por el cascarón de un partido que sigue en manos de una reducida mafia, en la que el ex presidente Carlos Salinas de Gortari mantiene un peso innegable.
En Veracruz, la orfandad priista no podría ser mayor. Con un José Yunes Zorrilla aislado por decisión propia, el senador Héctor Yunes Landa se abalanza sobre el tricolor con el objetivo de apropiárselo y junto con su asociación política, Alianza Generacional -a la que nutre desde la militancia priista para convertirla en partido-, construir una hipotética nueva candidatura a la gubernatura dentro de seis años.
En el PRD, se darán por bien servidos si no pierden el registro una vez que sean desahogadas las impugnaciones de la elección. Pero aún si sobrevive, como partido de izquierda está aniquilado y lo más probable es que termine migrando a Morena, como también lo hacen ya varios priistas y uno que otro panista.
En ninguna de éstas, que alguna vez representaron opciones políticas reales para el electorado, se advierte intención ni deseo alguno por reinventarse, por refundarse en algo mejor o por lo menos diferente. Y de seguir por ese camino, estarán condenadas a diluirse para terminar desapareciendo.
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