A lo largo del virreinato y el siglo XIX mexicano, Tacubaya se erigió como un lugar privilegiado en el valle de México, su clima, ubicación y el hecho de estar sobre el nivel del lago, evitando las recurrentes inundaciones, lo convirtieron en sitio predilecto de descanso para las elites novohispanas y mexicanas. En consecuencia, se levantaron magnificas casas, jardines, y construcciones religiosas como el templo y convento de San Diego y el señorial Palacio del Arzobispado.
Lo anterior motivó que, a lo largo del siglo XIX, Tacubaya fuera escenario de hechos relevantes en nuestra historia tales como que el Palacio del Arzobispado fue cuartel de Iturbide previo a su entrada la Ciudad de México en 1821 y que ahí mismo se llevaron a cabo los primero trabajos de la Junta Provisional Gubernativa antecedente del Primer Imperio Mexicano. Años más tarde en 1832 en Tacubaya, sucedió el incidente en el local de un repostero francés que detonó la Guerra de los Pasteles en 1838 y en diciembre de 1857, los conservadores suscribieron el “Plan de Tacubaya” que desconoció a la Constitución de ese mismo año y desembocó en la Guerra de los Tres Años y la Gran Década Nacional.
En este último escenario, el país se dividió en dos gobiernos, el liberal con Juárez a la cabeza y que se estableció en Veracruz, y el gobierno conservador de Miramón que a pesar de su estrella militar no pudo tomar nunca el puerto jarocho. El 11 de abril de 1859 las fuerzas del implacable Leonardo Márquez llegaron a las lomas de Tacubaya para enfrentarse a las tropas liberales que amagaban la capital, iban al frente de Santos Degollado jefe de indiscutibles prendas, pero lamentablemente de escasa pericia militar, lo que le valió ser conocido como el “Héroe de las Derrotas”. Pronto en la Ciudad de México corrió como un reguero de pólvora la noticia del inminente enfrentamiento en Tacubaya, así como también de que las fuerzas de Degollado no contaban con personal de sanidad militar.
Entonces médicos y estudiantes de medicina de la capital sin ningún otro interés que ser congruentes con los principios de su profesión se ofrecieron para atender a los heridos. La batalla fue muy cruenta y las bajas cuantiosas en ambos bandos, los conservadores aplastaron a los liberales, y Márquez tomó el cuartel general de Degollado que a duras penas pudo escapar. Al conocer la victoria de su lugarteniente, Miramón se desplazó a Tacubaya, en el convento de San Diego, conferenció con Tomás Mejía y Márquez, a este último le ordenó fusilar a todos los oficiales y jefes prisioneros, fueron ejecutados más de 400. Hay versiones que sostienen que la dureza con los vencidos en Tacubaya, obedeció a un ánimo de revancha de Miramón por haber fracasado en su intento de tomar Veracruz.
Márquez siempre cómodo en su papel de verdugo, se excedió en la orden recibida y no contento con fusilar a los militares, violando las leyes universales de la guerra en cuanto al respeto a la bandera blanca en hospitales de sangre y a los propios médicos militares, envió al paredón a los médicos y estudiantes de medicina. Las tropas de Márquez como bestias entraron al hospital de campaña, remataron a los heridos en sus camas y apresaron a 53 inocentes entre médicos, pasantes de medicina, también a civiles ajenos a la contienda, extranjeros, al Licenciado Agustín Jáuregui un pacífico vecino de Mixcoac que fue sacado de su domicilio tras una cobarde denuncia anónima e incluso a adolescentes, casi niños, que tuvieron la mala fortuna de encontrarse en el lugar equivocado.
Los fusilamientos comenzaron en el jardín del arzobispado con la ejecución del general Marcial Lazcano el prisionero de más alta jerarquía. Continuaron con el resto de los militares y algunos voluntarios como el joven abogado de 24 años Manuel Mateos, hermano del destacado político, escritor y militar Juan A. Mateos, brillante liberal que escribió como homenaje a su hermano Manuel, la mejor crónica de los hechos. A ellos siguieron los 53 inocentes que a partir de entonces son recordados como “Los Mártires de Tacubaya”, entre los médicos fusilados se encontró Juan Díaz Covarrubias que fue también un talentoso poeta, ha sido inmortalizado en un grabado de Primitivo Miranda en el momento previo a recibir la descarga de fuego.
Otro médico fue Ildefonso Portugal a quien de nada le valió ser primo hermano de Severo del Castillo, Ministro de Guerra de Miramón. Entre los militares logró salvar la vida el Coronel Bello, quien en el paredón grito que tenía una confesión para Márquez, los soldados del pelotón al escucharlo, bajaron sus fusiles, entonces Bello corrió hacia ellos, derribo a dos a puñetazos y de ahí saltó una barda huyendo bajo el fuego de los frustrados y asombrados verdugos.
Concluido el festín de sangre, las tropas de Márquez se entregaron al pillaje y al saqueo para después entrar triunfantes a la Ciudad de México. El Cabildo Eclesiástico de la Catedral de México ordenó un Te Deum para celebrar la victoria en Tacubaya y las damas conservadoras impusieron una banda color carmesí a Leonardo Márquez en reconocimiento a su triunfo.
Los excesos cometidos, así como el asesinato de médicos y civiles inocentes, no solo opacaron la victoria militar de los conservadores, sino representan la mancha más ignominiosa para su causa, mancha que opaca la figura de Miramón quien es considerado por muchos como el gran equivocado de nuestro convulso siglo XIX.
Leonardo Márquez en cambio a partir de entonces, fue conocido como el “Tigre de Tacubaya” reputación que consolidó al ser responsable posteriormente de las muertes de Ocampo, Degollado y Leandro Valle, así como de la traición a Maximiliano en 1867. No en vano fue expresamente excluido de la amnistía a conservadores e imperialistas tras el triunfo de la república, asombrosamente no murió ni en combate ni traicionado sino muy sereno y anciano en su cama en La Habana en 1913 y donde sus restos reposan en una tumba perfectamente conservada en el histórico Cementerio Colón.