Luis Albertol García / Moscú
*El número 19 de Brasil sintetizó el papel de la plantilla de Brasil.
*En Rusia practicaron un modelo para el divo y Coutinho.
*La eliminación ante Bélgica impidió conquistar el sexto cetro mundial.
*Los “torcedores” lamentaron que su fiesta del futbol acabara así.
Como un modesto homenaje, al mismo tiempo que una condolencia por su despedida de la Copa FIFA / Rusia 2018 debido a un desafortunado malabar de “Fernandinho” en su propia meta y a un trallazo del belga Kevin de Bruyne en el minuto 76, hemos recreado detalles sobre un equipo que eleva hasta el firmamento la alegría los “torcedores” o los hunde en la más oscura depresión a que llevan las derrotas.
La fiesta del futbol acabó para ellos en la jornada en que, sin sofisticación, el cuadro de Bélgica desarrolló un talentoso estilo de practicar el futbol, despidiendo a Brasil el 6 de julio de 2018, cuando era el amplio favorito de millones de aficionados devotos y creyentes en su selección, que quiso jugar de poder a poder, sin poderlo.
“¡Pai!”, gritó el niño, al ver llegar la figura protectora del papá cortando el aire tibio del Mar Negro que sube por las hondonadas cubiertas de árboles enormes mecidos por ese viento tonificante, similar al que se respira en Petrópolis, población serrana cercana a Río de Janeiro -refugio templado del antiguo emperador Pedro II hasta 1889-, ante el calor tropical de la costa carioca.
Era uno de los niños de Thiago Silva, el capitán de Brasil, que corría a encontrarse con el patriarca del clan, en un ritual familiar que se repitió en cada entrenamiento del equipo nacional brasileño, el más laureado de siempre, con derrotas o sin ellas, amado en la persona de cada uno de los jugadores.
Futbolistas y famiiares, ambos grupos, formaron romerías paralelas hasta el campo de entrenamiento situado en Sochi, donde la cordillera del Cáucaso y un mar verde azul se juntan en un paisaje bucólico y semitropical que los futbolistas asocian con los morros del Corcovado, de la Gávea, de los Dos Hermanos o el Pan de Azúcar, figuras pétreas que vigilan eternamente a Río de Janeiro.
Con pensamientos que se vuelven recuerdos de una época feliz en la antigua capital brasileña, vamos al día en que el equipo verde y oro comenzó el Campeonato Mundial con un inquietante empate (1-1) frente a Suiza en Rostov, capital de los cosacos del Don apacible que nos mostró Mijail Sholojov en sus novelas.
Desde entonces, el equipo se fue reforzando en el clima familiar del balneario ruso por excelencia, y fue ahí, como en el campo de juego, donde la comunidad brasileña giró alrededor de Neymar Santos y Philippe Coutinho, la pareja de amigos desde la adolescencia, que los muestran como parte fundamental de una tribu, cada uno en su función.
Thiago, como en el París Saint Germain, ofició de papá protector, a veces seriote con sus labios pulposos y la mirada fiera, ocupado de sus hijos y también de que Ney, la figura de la verde amarela y sus compañeros del alma, gocen de las mayores comodidades posibles dentro de la cancha.
Los laterales, el punta y los interiores hicieron dobles esfuerzos, como Willian Borges, el volante del Chelsea de Roman Abramovich –zar del futbol europeo con sus millones invertidos en todo lo imaginable-, que también auxilia a Casemiro, medio centro que cubre el flanco derecho y ataca como un extremo cuando el equipo recupera la pelota.
Los brasileños quisieron ser fuertes en el marcaje y con el balón crear espacios para atacar, y fue así como se midieron en los cuartos de final a Bélgica el viernes 6 de julio, ante un conjunto que fue considerado un paradigma en Rusia, que dejó de ser una selección deslumbrante cuando atacaba; pero elevando su nivel competitivo gracias a la simplificación de sus esquemas.
Las elaboraciones de Brasil también trataron de ser sencillas y el orden defensivo claro, y el entrenador —el elogiado “Tite”— lo dispuso así con su poder de persuasión y un diseño táctico de macaco viejo.
Cuanto más en forma se pusiera Neymar —que se recuperaba después de la fractura que sufrió en febrero de 2018 del quinto metatarso— mejor funcionaría la maquinaria construida a su alrededor, haciendo evocar a Rivaldo, “Juninho”, Ronaldo Nazario y “Ronaldinho”, la delantera que, en 2002. conquistó un mundial con la camiseta amarilla.
La quinteta se impuso por el peso desequilibrante que generó la creatividad encadenada, y la selección de Adenor Bacchi trató de dirigir todos sus esfuerzos hacia el ingenio de Neymar, de cuya calidad nadie duda, como dice Willian.
Él fue el autor de la asistencia al ídolo que abrió el marcador ante un equipo de México que elevó demasiado y aún en exceso sus expectativas, al vencer (1-0) a Alemania en un buen partido, correspondiente a la fase de grupos.
“Ney está mejorando en cada partido. Esperemos que continúe así. Es un jugador importante, de gran calidad, que puede decidir el partido en cualquier momento”, confiaba “Tite” al poner a Willian por la derecha para que actuara de extremo natural y cubriera el campo al replegarse.
El hombre del Chelsea, número 19 con el “scratch”, posee un físico privilegiado, es elástico, resistente y potente a la vez, cualidades que empleó para ganarse un sitio en el primer aspirante a un título que muchos esperaban, compitiendo con Douglas Costa, el extremo zurdo de la Juventus, que llegó a Rusia en un estado físico excepcional y tuvo que esprar su turno en la banca de los suplentes.
En el modelo brasileño había que correr para Neymar y Coutinho, sin que el movedizo Gabriel Jesús fuera un 9 de referencia, sino un delantero que jamás interrumpiera su ciclo de movimientos, para defender o para generar espacios.
No marcó goles en Rusia, pero dio una lección en lo que respecta al oficio de enredar a las defensas contrarias para provecho de sus colegas: “Criticaron a Gabriel Jesús”, dijo Willian, “no se dieron cuenta de lo que trabajó para el equipo en el medio campo, cómo ayudó en los marcajes y en molestar a los centrales rivales cuando salían, cuánto ayudó robando pelotas a los volantes y a los laterales contrarios”.
Willian es un tipo serio que, desde pequeño, ha sido consciente de la vida austera y monótona a que conduce al profesionalismo en el futbol: en 2016 sufrió una crisis al fallecer su madre de cáncer y él no pudo evitar que eso afectara a su carrera, perdió cinco kilos de peso y desapareció de las alineaciones con frecuencia; pero en el camino de Rusia recuperó su mejor versión.
Se sintió más maduro, más experto que en 2014; pero no solamente él, sino toda la selección, que considera fue más consistente, y sabe que, a veces, por las circunstancias del partido, el buen juego no aparece y entonces lo importante es tener esa confianza.
Gabriel Jesús, Willian, Casemiro, “Paulinho”, “Fernandinho”, Fagner, Marcelo, y Filipe Luis, compusieron el batallón de la logística en un Brasil menos sorprendente pero eficaz, y a las órdenes de Neymar; pero eliminado con todo y sus atletas al servicio del definidor, que mostró algo de “jogo bonito”, teatral e insuficiente para aspirar a una sexta corona mundial.
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