A Alejandro González Acosta, habanero y tlalpeño.
José Martí nació un 28 de enero de 1853 en una modesta casa en la calle de Paula número 41 muy cerca de la muralla de La Habana. El joven Martí desde muy temprana edad destacó con una enorme fuerza de carácter que fue la columna vertebral de una trayectoria consagrada a las letras, el periodismo, pero sobre todo a la lucha inquebrantable por la independencia de su patria. Empresa en la que dejó familia, fortuna, salud y finalmente la vida, cayendo en combate el 19 de mayo de 1895 en el paraje de Dos Ríos en el Término Municipal de Jiguaní. Al momento de su muerte era ya de facto presidente de la República de Cuba.
Su corta vida no fue impedimento como ya se mencionó, para añadir a su personalidad de patriota el ser uno de los intelectuales consagrados de la América que se escindió de la metrópoli, a pesar de su condición de hijo de españoles, consolidó un fuerte sentido de orgullo, identidad y nacionalismo hacia su tierra natal, al igual que sucedió en otros momentos y en otras circunstancias con tantos criollos americanos.
En su adolescencia era ya del dominio público su fervor por la causa de la independencia de Cuba, lo cual antes de ser prenda de orgullo familiar fue un justificado dolor de cabeza para sus padres, que a la estrechez económica añadieron la beligerancia política de su primogénito.
Al contar con 17 años ocurrió un incidente que derivo en su “bautismo de fuego” en la lucha por la emancipación cubana. Ocurrió que cierta tarde un grupo de jóvenes voluntarios incorporados a las fuerzas españolas para combatir a los “Mambises” los insurgentes antillanos, marchaban por una céntrica calle de La Habana, cuando al pasar junto a la ventana de la casa de Fermín Valdés, amigo de Martí, escucharon unas inocentes y juveniles risas, que ellos interpretaron como una burla o provocación.
Entonces volvieron más tarde al domicilio para catearlo y encontraron un escrito firmado por Martí y Fermín censurando a los jóvenes cubanos que se unían a los cuerpos de voluntarios. Varios muchachos entre ellos Martí y Fermín fueron detenidos, imputados como enemigos de España y sujetos a un consejo de guerra del cual el veredicto era previsible.
Los jóvenes fueron declarados culpables y a Martí se le sentencio a seis años de presidio y trabajos forzados en las canteras de San Lázaro sitio donde fue sometido a tratos crueles que mermaron su salud. Gracias a las incansables gestiones de sus padres, Martí estuvo preso poco menos de un año en el presidio y los trabajos forzados le fueron conmutados por el destierro.
Así el joven patriota partió a España donde el exilio no lo amilanó, al contrario, se granjeo las simpatías de propios y extraños, se enfrentó adversarios poderosos, desplegó su prolífica producción periodística y literaria, se hizo abogado y se erigió en la más visible voz del exilio cubano en Europa, viajo a Francia también donde conoció a personajes de la talla de Víctor Hugo.
Los Martí Pérez, ciertos de que en La Habana no podrían volver a estar todos juntos, emigraron a México, puerto de abrigo de tantos cubanos y pidieron a Pepe que los alcanzara para reunificar a la familia.
En febrero de 1875, Martí arribó solo a Veracruz y tomó el tren a la Ciudad de México. En la capital mexicana surgieron sentimientos encontrados, su familia estaba bien establecida, su padre con una mejoría económica gracias un contrato para proveer de vestuario al ejército, pero en cambió lo sorprendió la noticia de la muerte de Ana, su hermana pequeña y la más querida. En ese momento surgió la amistad con el influyente Manuel Mercado, su hermano mexicano y protector de su familia. No en vano la correspondencia de Martí a Mercado es considerada el testamento político del prócer.
En esos días, México vivió las intensas jornadas de orgullo nacional y auge cultural de la República Restaurada, Martí pronto se relacionó con figuras de la talla de Guillermo Prieto, Altamirano, el Nigromante y Vicente Riva Palacio. Mercado a su vez le consiguió trabajar en la prestigiosa “Revista Universal” diario de literatura y política.
Aquí es donde despuntó como uno de los referentes intelectuales de la República Restaurada. Es entonces cuando publicó su primera crónica en México, la cual versó sobre su participación en la conmemoración de la batalla del Cinco de Mayo en el cementerio de Tlalpan. En dicha ceremonia, un grupo de obreros, le pidieron a Martí ser el orador principal y orgulloso afirmó: “Las fiestas patrióticas son necesarias y útiles. Los pueblos tienen necesidad de amar algo grande, de festejar algo sensible y su conciencia y creencias fundamentales, que no son otra cosa que las de la propia tierra”.
Sin duda alguna su vibrante discurso en Tlalpan no solo fue una prenda de afecto y gratitud a México, sino la expresión de lo que anhelaba para Cuba, y el inicio de su destacado periplo mexicano.