El mes de septiembre, enmarca una sucesión de efemérides engarzadas a grandes momentos de la historia de México y a la enorme proeza de construir una nación donde el bien común debe ser la constante y no una utopía. De manera preponderante recordamos el inicio y consumación de la lucha de independencia, así como las dramáticas jornadas que nos llevaron a perder más de la mitad de nuestro territorio en la guerra del 47.
Septiembre también alude a dos figuras asociadas a la Gran Década Nacional y la guerra contra la Intervención Francesa y el malogrado Segundo Imperio de Maximiliano de Habsburgo: Miguel Miramón y Tomás Mejía, ambos generales considerados por muchos con justicia, los mejores del bando conservador.
Miramón a quien la historia oficial, que suele ser implacable con los vencidos, ha llamado “el gran equivocado” recuerda también que más allá de sus virtudes y prendas personales, y su posterior trayectoria que lo llevó incluso a ser con 26 años el presidente más joven de la república, participó como Niño Héroe en el 47. Miguel Miramón concurrió como cadete a la Batalla de Chapultepec el 13 de septiembre de 1847, donde se batió con valor y fue hecho prisionero por el enemigo. En un acto de elemental justicia, cuando se erigió durante el porfiriato el primer monumento a los Niños Héroes, se inscribió en el obelisco que aún se levanta a los pies del Castillo, el nombre de Miramón junto al de sus compañeros cadetes.
Tomás Mejía a su vez, fue un indígena puro otomí que nació el 17 de septiembre de 1820 en Pinal de Amoles en la Sierra Gorda queretana, fue un destacado militar que se distinguió en la Batalla de La Angostura contra los norteamericanos y posteriormente en el ejército conservador donde fue siempre congruente con sus ideales católicos y monárquicos. Fue fiel a los principios morales de la guerra, tratando con respeto a sus prisioneros, cuando los conservadores hicieron prisionero a Mariano Escobedo, Leonardo Márquez, conforme a su costumbre, estuvo presto a fusilarlo, Mejía entonces lo ayudo a escapar. Años después Mejía fue apresado tras el sitio de Querétaro, Mariano Escobedo quiso devolver el favor, pero Mejía se negó diciendo que no podía abandonar a Maximiliano y Miramón a su suerte.
El 19 de junio de 1867, Miramón y Mejía acompañaron con a Maximiliano al paredón sellándose así el episodio que marcó de manera definitiva la independencia y la soberanía de México tras poco más de cuarenta años de luchas civiles e invasiones extranjeras. Los dos generales conservadores murieron por sus ideales y con la entereza que los acompañó en vida, Maximiliano también murió con honor, no se podría esperar menos de un Habsburgo, sin embargo, una diferencia abismal lo separó de sus lugartenientes mexicanos.
Ese abismo estriba en que si bien Miramón y Mejía pagaron las consecuencias de sus actos ante un tribunal militar, como mexicanos tuvieron el derecho a disentir y pertenecer al partido conservador, caso contrario atañe a Maximiliano quien, a pesar de su imperial figura, no tuvo ningún Derecho a ensangrentar a una nación soberana e independiente.
Generalmente se ha romantizado la figura de Maximiliano, la literatura, algunos sectores de la opinión pública, el teatro, la televisión el cine y las redes sociales entre otros, se han encargado de vendernos la imagen de un rubio y bondadoso príncipe europeo, que mutaba del boato de su antigua casa imperial al folclor de vestirse de charro asumiéndose como el primero y más orgulloso de los mexicanos. Lo venden muy bien, como una víctima de su hermano Francisco José y de un Juárez inexorable y duro como una piedra. Sin embargo, nada más alejado de la realidad, Maximiliano fue víctima de sus ambiciones personales y de sus propias circunstancias, se jugó todo, incluso la vida para gobernar una joven nación que no era suya y perdió la apuesta.
No supo retribuir a los propios, comenzando con Carlota, su emperatriz, a quien nunca consideró en público ni en privado llevándola al extremo de la locura que la acompañó por 60 años hasta su muerte en 1927, tampoco lo hizo con los conservadores mexicanos que literalmente dieron todo por él y en contrapartida adoptó posturas liberales en su administración.
Se opuso al Clero, una de las columnas del bando conservador y del imperio, llegando al extremo de la torpeza de no concretar acuerdos con Monseñor Pedro Francisco Meglia, el Nuncio Papal, quien irritado y sin resultados abandonó México y en consecuencia la Santa Sede dejó al imperio de opereta a su suerte. Pero si bien rompió con Pio IX por hacerse el liberal en contrapartida autorizó el esclavismo que abolieron décadas atrás Hidalgo, Morelos y Guerrero por medio de colonias de confederados recién derrotados a quienes invitó a México y que por fortuna jamás se establecieron.
Nunca concretó la creación de un ejército imperial mexicano y en cambió se sometió como títere a Bazaine quien se convirtió en el hombre fuerte de México, esta postura a su vez selló su destino, Bazaine lo obligó a expedir el Decreto Negro del 3 de octubre de 1865, por medio del cual, cualquier mexicano que fuera sorprendido con armas en la mano, seria ejecutado en el acto sin formación de causa alguna. Esta ley draconiana detonó innumerables atrocidades ensangrentando no solo al país sino las manos del Habsburgo, al final fue uno de los más sólidos alegatos que lo sentenciaron a muerte en 1867.
Se ha censurado a Juárez con dureza por no haber indultado a Maximiliano, ni siquiera las peticiones de Víctor Hugo, amigo de la República lo lograron. Sin embargo, al final no se debe juzgar a Juárez por defender a su patria y consumar su independencia, tampoco se debe festinar la muerte de Maximiliano en el Cerro de las Campanas, eso le resta grandeza a la la victoria republicana, se debe en cambio entender el final de Maximiliano y el fracaso de Napoleón III como la consecuencia de sus ambiciones personales y también como la consolidación de la robusta nacionalidad mexicana, la cual aún tiene largas jornadas pendientes para alcanzar los sueños de los defensores de la República en aquellos aciagos años de lucha contra la intervención y el imperio.