Por Aurelio Contreras Moreno
En medio de la controversia causada por la decisión de los partidos de postular como candidatos a cargos de elección popular a personajes salidos de la farándula o que son simplemente populares, pero carentes del conocimiento mínimo acerca de la función pública, surge también el cuestionamiento sobre el rol de los propios ciudadanos en el empoderamiento de esta pobrísima forma de hacer política.
Tras conocerse a varios de quienes aspiran a ocupar una curul, una alcaldía, un cargo edilicio y hasta una gubernatura a partir de su popularidad en las elecciones venideras en México, hay que examinar también la razón por la que los partidos toman estas alternativas y que no es otra que el hecho de que los ciudadanos sí votarían en favor de las mismas.
En un momento de quiebre de los sistemas democráticos que han llevado a la pérdida de la legitimidad de los actores políticos tradicionales –de lo cual no hay más responsables que ellos mismos a causa de su conducta-, en varios países y regiones los votantes han decidido en diferentes momentos optar por candidatos antisistema que rompieran, al menos en teoría, con el “orden establecido” –Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador son un ejemplo- o de plano por otra clase de prospectos que no ofrecen nada más que una suerte de identificación popular en función de la fama, el carisma y la exposición mediática a la que tengan acceso.
Al votar los ciudadanos por esa clase de candidatos, sin ninguna propuesta o idea política concreta y que en realidad no son más que arribistas en búsqueda del jugoso “hueso” y las “mieles” del erario, queda de manifiesto ese estado de marcada debilidad en la que se encuentra la sociedad civil mexicana, asolada también por una crisis de representatividad que además es avivada desde las cúpulas que buscan la reconcentración del poder en muy pocas manos, como es el caso evidente de nuestro país.
El discurso del propio presidente López Obrador ha ido en ese sentido todo el tiempo: como hace con todo aquello que le represente un estorbo a su intención de centralizar toda la vida pública del país alrededor suyo, el mandatario ha fustigado y hostigado a todas las asociaciones y organismos de la sociedad civil que han cumplido un importante papel en la construcción de un estado democrático que dejara atrás la época del partido único, omnipotente e incuestionable.
En cambio, permanentemente se refiere al “pueblo” como ese ente “infalible”, “sabio” y “bueno” por naturaleza que, por supuesto, está representado por quienes lo apoyan. Quien lo cuestiona o disiente, entra en la categoría “malévola” y “antipatriótica” del “adversario” –al que en realidad considera un enemigo-, el “conservador” y toda esa serie de epítetos con que el presidente –y por añadidura, sus seguidores- suele desacreditar a quien no está de acuerdo con él.
Esa dicotomía entre el pueblo y la sociedad civil explica en cierta medida el estado de confrontación que vive México en la actualidad –junto con otros fenómenos complejos como la desigualdad, la discriminación y la marginación-, y también sirve para entender la brutal clientelización, vía la abierta manipulación electoral de los programas sociales, en la que el actual régimen intenta fincar su legitimidad política y social y, por supuesto, su permanencia en el poder.
En la emisión de la semana anterior de La Clave –programa de análisis periodístico y entrevistas transmitido semanalmente vía Facebook Live y conducido por los periodistas Mónica Camarena y quien esto escribe- la ex presidenta del IFE, del IFAI y actual titular del Consejo Rector de Transparencia Mexicana, la doctora María Marván, explicó de manera precisa esa diferencia entre “pueblo” y “sociedad civil” que marca la discusión pública y la manera de entender la relación entre gobernantes y gobernados en México.
“Es mucho más fácil hablar de pueblo que de sociedad civil. El pueblo por definición es amorfo, no está organizado y no exige, agradece. La sociedad civil está organizada, no es amorfa, tiene intereses específicos, lucha por intereses específicos, interviene en política y a partir de ahí, exige”, aseveró.
Y agregó: “lo que hoy necesitan nuestros políticos, nuestras políticas, nuestros partidos políticos, son ciudadanos y ciudadanas que de manera organizada, a través de partidos, a través de organismos de la sociedad civil, a través de instituciones intermedias, puedan exigir mejores políticas públicas, puedan exigir rendición de cuentas, puedan exigir transparencia, puedan exigir calidad de información. Y desde luego que eso molesta, porque es la manera en la que acotamos el poder”.
“El poder nunca se contiene a sí mismo, las paredes que lo contienen siempre son externas. El poder es como un gas, se expande hasta donde se le deja”, sentenció la académica.
Menos pueblo y más sociedad civil tendría que ser la consigna para frenar las ya nada veladas tentaciones autoritarias del régimen. Y solo así, se dejaría de llevar a incompetentes a los espacios de decisión pública.
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