Juan Luis Parra
Recientemente, un político republicano de Arizona, Leo Biasiucci, publicó en sus redes sociales que necesitaban salida al mar. Y no se quedó en la metáfora: rebautizó parte del noroeste mexicano como “New Arizona”, con una imagen satelital y una invitación para que Trump nos haga “una oferta que no podamos rechazar”.
Aberrante.
Ofende.
Me hierve la sangre.
Ese amor a la patria, ese ente imaginario diseñado por la élite política para gobernarnos funciona en mi psique.
Mi primera reacción fue violenta.
Me ofende como si intentaran robarle a mi familia.
Y no es sólo un tuit.
Desde el Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848, el noroeste ha estado en la mira del Uncle Sam. Sus bienes y recursos naturales son codiciados.
Mucho terreno sin desarrollar, mucho abandono.
Arizona y California quieren más.
Soy sonorense, mestizo como cualquier mexicano. “Yori”, según la lengua yaqui. Pero mi piel morena, mi cabello negro y mi espíritu son indios.
Esta tierra no tuvo nombre antes de ser Sonora. Los yaquis la llamaban Hiaki. Los seris se referían a su territorio con nombres del mar. Los ópatas nombraban sus asentamientos Batuc y Huépac. Fue hasta el siglo XVII que surgió “xonotl”, “lugar de maíz”, en lengua ópata, o quizá “Señora”, en referencia a la Virgen. En 1824, tras la independencia, se adoptó oficialmente el nombre Sonora como estado federativo.
Desde entonces, nunca hemos sido una tierra unida. Antes, cada pueblo tenía su nombre. Con el tiempo, aprendimos a decirle Sonora a esta tierra que nos da hogar, nos alimenta, nos sostiene.
Desde siempre, ha sido gobernada por extranjeros. Como pasa en muchos estados, gente de fuera llega a dictar qué comer, qué sembrar, qué pensar.
Somos gobernados, y como tales, dóciles y obedientes. Hasta que no.
La revolución vino del norte, y estoy seguro de que volverá a suceder. Esta vez no será bélica, sino cultural y mediática.
Nuestra tierra, la que queremos dejar a las siguientes generaciones, está en peligro. Y no es una exageración. Los intereses estadounidenses siguen vigentes. Ya tienen una presencia fuerte en Puerto Peñasco y San Carlos. Si fuese territorio gringo, seguramente lo desarrollarían mejor que nosotros.
Porque el noroeste lleva doscientos años en el abandono.
Nada de lo que tenemos es gracias a los tecnócratas del ayer ni a los chairos de hoy. Gobernantes que viven a casi dos mil kilómetros. Pero estos últimos se excedieron: en estos dos sexenios, nos dejaron solos.
No tenemos agua. El crimen gobierna y sustituye al Estado. Generamos energía con el Parque Solar de Puerto Peñasco: 2,000 hectáreas de paneles, futura capacidad de 1,000 megavatios. Pero la energía no es para nosotros. Se conecta al Sistema Eléctrico Nacional. Y la CFE decide.
Mientras tanto, tenemos apagones diarios. Cuando se va la luz, se va hasta la antena del celular.
No nos respetan. Ni los mexicanos, ni los gringos.
Yo amo a mi país. Pero mi amor por Sonora es mayor que por una patria que ya no representa nada. No daría mi vida por Adán Augusto, ni por Marina del Pilar, ni por Mario Delgado.
Las presas están vacías. No hay lana. El SAT aprieta, pero los recursos no alcanzan.
Nos gobiernan nuevos ricos que hace unos años estaban en buró de crédito, con Coppel tocando su puerta. Políticos hambreados, sin la capacidad de gobernar a 130 millones de mexicanos.
¿Solución? Organizarnos.
El agua se resuelve con una desaladora. La energía, con una planta nuclear. Y no hablo al aire. Va con números:
Con una inversión de 130 mil millones de pesos aproximadamente, equivalente a una fracción del presupuesto destinado a proyectos como el Tren Maya, la Refinería de Dos Bocas o el AIFA, podríamos construir en Sonora una planta nuclear que garantice el suministro energético de Hermosillo por al menos 40 años. Esta infraestructura permitiría, además, alimentar una planta desaladora en Bahía de Kino, asegurando el abasto de agua potable para la región.
Israel, enfrentando condiciones climáticas similares a las de Sonora, ha logrado que aproximadamente 80% de su agua potable provenga de plantas desaladoras, como la de Sorek, que produce hasta 228 millones de metros cúbicos al año. Este enfoque ha convertido al país en un referente mundial en gestión hídrica.
Sonora aporta mucho más de lo que recibe. En 2023, generó el 3.4% del PIB nacional, más de 840 mil millones de pesos, y, con base en ese peso económico, se puede estimar que la Federación recaudó alrededor de 153 mil millones de pesos en impuestos provenientes del estado. ¿Cuánto regresó? Solo 50 mil millones en transferencias. Es decir, por cada peso que Sonora le da al país, la Federación le devuelve 33 centavos. Así de claro.
Si eso no pasa, es porque el status quo necesita que sigamos vulnerados. Que todo siga igual. Que no salgamos de la lona.
Por eso vienen por nuestra tierra. Narcos, políticos ambiciosos y ahora extranjeros. Todos quieren explotar nuestra tierra hasta exprimirnos. Luego nos tirarán al basurero.
¿Vamos a defenderla o vamos a seguir tragando polvo mientras otros se la reparten?