A Eduardo Aznar, caballero y diplomático español.
La decisión de no invitar al Rey de España a la toma de posesión de la presidenta Claudia Sheimbaum, no solo contraviene a la añeja tradición diplomática mexicana, sino a los lazos históricos, culturales, de raza y fraternos que unen a México y España. Como es de esperarse, el gesto, ha ocasionado revuelo en ambas orillas del Atlántico y el respaldo de opositores españoles a esta medida de rudeza innecesaria, da cuenta de que obedece más a motivos políticos que a razones de Estado.
Es importante destacar la diferencia entre virreinato y colonia. El virreinato de la Nueva España, vivió una prosperidad inusitada a lo largo de tres centurias, los naturales estuvieron excluidos de la esclavitud y se construyó una nación mestiza que fue un reino integrante de la metrópoli. Los sajones en cambio establecieron colonias donde solo se buscó extraer riqueza para su Estado central. Los españoles promovieron el mestizaje, los peregrinos del “Mayflower” no. En los Estados Unidos ya independientes del Reino Unido, la esclavitud estuvo vigente hasta 1863. Sin embargo, los británicos con gran tino conformaron el “Commonwealth”, aglutinando a sus antiguas colonias, en cambio los iberoamericanos no hemos logrado consolidarnos alrededor de una comunidad de naciones.
Por razones lógicas, las relaciones diplomáticas entre España y México a partir de 1821, fueron complejas, España en un inicio no reconoció los Tratados de Córdoba y México respondió decretando una expulsión de peninsulares, que resultó en un caos, pues no eran pocas las familias mexicanas que contaban con algún peninsular entre sus integrantes. En 1836, al fin España reconoció la independencia de México, iniciándose nuestra vida diplomática en común, en ese momento quedaron zanjados reclamos y diferencias. El primer Ministro Plenipotenciario de España en México, fue Angel Calderón de la Barca, casado con Frances Erskine Inglis, conocida como la Marquesa Calderón de la Barca, quien escribió una de las crónicas costumbristas más célebres del México decimonónico. La relación bilateral tuvo su primer bache a fines de 1856 cuando fueron asesinados súbditos españoles en las haciendas de San Vicente y Chiconcuac, aledañas a Cuernavaca. El escándalo fue mayúsculo y a pesar de que los culpables fueron ejecutados, se rompieron las relaciones, mismas que se restablecieron en 1859 trás la firma del Tratado Mon- Almonte.
En 1862, se dió una de las muestras más conocidas de la concordia hispano-mexicana cuando el general Juan Prim, Conde de Reus, casado con la mexicana Francisca Agüero y González, se opuso a la intervención francesa y a las ambiciones de Napoleón III, acuñando con justicia el título de “Amigo de México”.
El porfiriato representó una era de magníficas relaciones con España, aunada al arribo de migrantes hispanos que vinieron a “hacer la América”. Con motivo de las fiestas del centenario en 1910, el Rey Alfonso XIII envió como su representante a un afamado militar, el Marqués de Polavieja, quien regresó a Porfirio Díaz el uniforme de gala del general Morelos y otros trofeos de guerra tomados por los realistas, en una opinión personal, aquellas acciones sellaron en definitiva la reconciliación hispano-mexicana.
La cruenta guerra civil en España, significó la llegada de miles de exiliados republicanos que encontraron en México, al igual que quienes les precedieron al hacer la América, la extensión de una patria. Unos y otros no sólo echaron raíces sino que sus aportes en todos los campos han sido invaluables y han contribuido notablemente a la grandeza de México.
El apoyo de México a la República Española, supuso una distancia con el Franquismo, sin embargo, los lazos entre mexicanos y españoles, al igual que hoy, estuvieron por encima de ideologías políticas, fueron muchas las manifestaciones de ello, como por ejemplo la popularidad del cine mexicano en España y la presencia de artistas españoles en México. Al restablecerse la democracia en España, la relaciones diplomáticas retomaron un nuevo brío, los reyes visitaron México reuniéndose en un cálida recepción con el exilio republicano, México a su vez, tuvo la autoridad moral para pedir al gobierno republicano en exilio que se disolviera, una España democrática no podía tener dos gobiernos.
En 1991 se llevó a cabo en Guadalajara, Jalisco, la primera reunión Iberoamericana de jefes de Estado y de Gobierno, que buscó lograr la integración y fraternidad de los pueblos de América y Europa de lengua española y portuguesa. En Guadalajara, las muestras de reconocimiento de todos los asistentes al Rey Juan Carlos I fueron notables. Desafortunadamente esta iniciativa nunca logró equipararse al mencionado “Commonwealth” británico.
Las cruentas jornadas de la conquista, desafortunadamente como en cualquier conflicto bélico no fueron tersas. Sin embargo, hay referentes mexicanos que dan cuenta de que la unión de dos mundos está por encima de cualquier reclamo extemporáneo. Estos referentes parten desde lo que consigna la desgastada placa de granito que se alza en Tlatelolco a la orilla de los vestigios prehispánicos y la iglesia de Santiago, misma que reza:” El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cuauhtemoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo, ni derrota. Fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”
A mediados del siglo XIX, cuando la independencia, no supuso sacar a los indígenas de la miseria, misma que fue descrita de manera muy cruda por escritores como Manuel Payno, otro gran escritor , historiador y político, Guillermo Prieto, quien incluso salvó la vida a Juárez, pronunció un juicio certero al afirmar : “La independencia, nos convirtió en gachupines de los indios” refiriéndose al nuevo rol de criollos y mestizos en el México independiente. La presencia de indígenas en la nueva élite mexicana fue muy contada, limitándose a figuras como Juárez, Altamirano o Tomás Mejía.
A mediados del siglo pasado, Don Miguel León Portilla, autor de la Visión de los Vencidos y máximo nahuatlato de México, resumió magistralmente el significado de nuestra raíz española al afirmar: “Si un mexicano odia lo español, se odia a sí mismo”
Al final del día la raíz española en México no está en duda ni en discusión, es tan preponderante como la precortesiana. Los tlaxcaltecas de hoy lo han asimilado perfectamente, independientemente de su rol histórico en la conquista, asumen jubilosos ambos orígenes. Se denominan como la “Cuna de la Nación” y ostentan orgullosos la combinación de los apellidos castellanos con los de origen náhuatl.
Desairar al Estado Español es descortés y un yerro diplomático, sin embargo, por encima de ello, la contundencia, la fuerza de la identidad, de la memoria histórica y de la sangre nunca podrán desatar los nudos entre México y España.