EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Marco Polo (1254-1324).
Ciudad de México, sábado 6 de marzo, 2021. – “Desde mi más temprana adolescencia puse en ti, singular estrella errante del cielo más alto, mi admiración y, por tanto, mi amor más puro.
“Tan diamantinos esa admiración y ese amor, que hoy, cuando ya estoy andando los caminos que cierran el círculo, en vez de encontrarlos declinantes o del todo apagados –como está en la condición humana que ocurra– los hallo dentro de mí tan lozanos como ayer y con raíces aún más profundas que las de entonces.
“A nadie he envidiado tanto como a ti, mi señor Marco Polo. Por ninguna otra hubiera cambiado mi vida pequeñita, salvo por la tuya, enorme y refulgente como el rubí del rey Sendemain.
“Un amor semejante, bien me autoriza a dedicarte estas páginas, en las que quise, con las fuerzas que tengo, demostrártelo.”
Imposible resistir la tentación de transcribir este prólogo completo, tomado del libro Elogio de Marco Polo (El Globo Rojo, 2014) que prácticamente no existe, para que disfruten de esta prosa poética, amorosa y sorprendente del cubano Félix Pita Rodríguez (1909-1990) a propósito del Libro de las Maravillas del Mundo, que Marco Polo relató a Rustichello, el escribano, cuando compartían celda en la cárcel de Génova y Marco Polo recordaba las geografías, las ciudades visibles y las invisibles, como las que luego describió Ítalo Calvino en su libro, de todo lo que vio y conoció durante los veintiséis años que anduvo por la ruta de seda y el territorio infinito del Gran Kahn.
Este libro lo leo cada dos o tres años desde 1985, cuando Eraclio Zepeda me llevó a la editorial el original y sólo alcanzamos a levantar las galeras. En el 2013 lo transcribí, línea por línea, para mandar imprimir una edición elegante y limitada para corresponderle así a Felix Pita Rodríguez.
“¡Permanencia tan frágil la del héroe, sin la sombra rescatadora del escriba! Tres líneas si acaso en un oscuro capítulo de la historia de don Rodrigo de Vivar, sin el anónimo juglar Medinacelli que lo eternizó transmutándole en Cid Campeador. ¡Pobres hazañas sin el poeta que las canta, que les da voz con fuerza capaz de detener el cáncer erosionante, disgregador, del tiempo! ¿Estarían acaso aquí Roldán y los Doce
Pares de Francia, y el rey Artús y sus caballeros de la Tabla Redonda sin los espejos de sus escribas?”
Necesitamos encontrar herramientas para trasladar lo que está en el inconsciente al espacio frágil y olvidadizo del consciente. La poesía nos ayuda a realizar este traslado, a veces penoso, como el que hacían en las minas de carbón soterrado en las profundidades de Piedras Negras, rascándolo para sacarlo en pedazos y llevarlo directo a los hornos de la termoeléctrica, para que generara esa luz con la que un día, podemos ver de qué estamos hechos.
“Si en vez de prisionero de guerra, Marco hubiese caído en la batalla de Curzola, todo su periplo se hubiera perdido para siempre. Su buena estrella lo quiso vivo, para que la chispa surgiese de su encuentro con Rustichello en la celda de la cárcel de Génova. Y él, con el poder de la magia del poeta, transformó la hazaña perecedera en la crónica sin muerte del Libro de las Maravillas del Mundo. Y si el olvido es como no haber existido, sin Rustichello, Marco no hubiese sido… Rustichello, casi sin poder respirar, escribía sin parar, abolido el tiempo… Nunca más otras ciudades como las suyas. Ni ahora, ni siquiera entonces. El poeta las totaliza, las resume, las acendra.”
Convertido en el Rustichello de la obra de Felix Pita, me puse a trasladar ese texto, ese que guardé hace treinta y seis años antes de cerrar la editorial. Por fin lo publiqué en el 2014 para leerlo de principio a fin en voz alta, como ahora lo hago con su permiso:
“Mi señor Marco Polo: desde mi más temprana adolescencia puse en ti, singular estrella errante del cielo más alto, mi admiración y, por tanto, mi amor más puro.”
Empezando a recorrer, como en un sueño, los territorios del Gran Kahn.