Joel Hernández Santiago
Don Miguel Montes García fue un abogado de excelencia y un político que, podríamos decir, de excepción porque sus actos públicos eran congruentes con su ideal democrático basado en la justicia, así, a secas: La justicia en sí y para sí. Fue un hombre forjador de ideas novedosas acorde al tiempo que vivió y quien estimuló la historia política y social del país para conocimiento de todos y en beneficio de todos.
Este 11 de septiembre hace un año que falleció don Miguel (1937-2020), y parece que fue ayer cuando ocurrió el deceso. Y se siente su ausencia.
También parece que fue ayer cuando se le veía discurrir, alegar, defender criterios políticos y jurídicos y, por supuesto, sus reflexiones respecto de lo que consideraba que debería ser la ley: en beneficio de la gente y no en su perjuicio, nunca.
Con su vozarrón de trueno afirmaba: “La ley debe estar a disposición de todos para hacer justicia; nunca para cometer actos impuros y dañinos; nunca una traición”.
Y sabía lo que decía el abogado egresado de la Universidad de Guanajuato, estado en el que vivió prácticamente toda su vida y para el cual fue procurador federal de la Defensa del Trabajo; presidente de la Junta Central de Conciliación y Arbitraje; director de Educación Pública; secretario general de Gobierno; en dos ocasiones diputado al Congreso de Guanajuato y presidente del Congreso.
Ya en México fue diputado federal en dos ocasiones, Oficial Mayor del Senado de la República; luego Ministro de la Suprema Corte de Justicia y Fiscal especial para el caso Colosio. Tanto y de tanta responsabilidad.
Era su forma de entenderse y de entender la abogacía y la función pública. Pero también le preocupaba el conocimiento. Era un hombre que trascendía a su función para valorar los hechos del pasado con visión de futuro.
A la manera de Herodoto sabía que si conocemos el pasado evitaríamos errores en el futuro, pero también tendremos herramientas para solucionar fenómenos sociales, a sabiendas de que el hombre es repetitivo en sus costumbres y hechos.
Así que como Oficial Mayor en el Senado de la República (1985), junto con don Antonio Riva Palacio, por entonces presidente de la Gran Comisión y don Carlos Ferreyra Carrasco, en Comunicación Social, estimularon un proyecto editorial que recogía lo que hemos hecho los mexicanos para ser México.
Como pocas veces esta Institución legislativa llevó a cabo la investigación y la coordinación editorial de una colección de once tomos: “Planes en la Nación Mexicana”, en la que colaboraron historiadores de altísima calificación académica, de El Colegio de México, del Instituto Mora, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y más.
La recuperación fue exitosa y los libros fueron entregados, junto con otras obras que hoy son referencia de esta institución Legislativa, como “Pliegos de la diplomacia insurgente” que relata las vicisitudes de José María Morelos y Pavón durante la lucha de independencia y su relación con Francisco Álvarez de Toledo; “La restauración del Senado” –luego de su desaparición en el siglo XIX- y una larga lista de biografías de senadores ilustres –frente a los que los de hoy senadores parecen pálidas sombras–: Miguel Ramos Arizpe, Carlos María de Bustamante, Teodosio Lares, Mariano Otero… tantos más: Veinte; “Historia del Senado”; “El recinto del Senado”…
Don Miguel Montes García era –y aun es- un hombre respetado en el medio de los abogados y, sobre todo, en la política nacional. La vivió en tiempos en los que enfrentar y rebelarse al status quo político era pecado capital. Podía costar la vida política. Pero supo ser libre y sobrevivir por sus dotes legislativas y políticas y, sobre todo, por su criterio para analizar y definir los puntos sustanciales encontrar diferendos o contrastes.
Tenía amigos en distintos partidos. Era apreciado y visto con toda consideración y respeto cordial porque cuando refería algún tema en el que intervenía o se le consultaba, dialogaba con interés cierto, para concluir en verdad, en solución. Y en esto era obsesivo.
Era incisivo también. No permitía elogios ni aplaudía de forma gratuita. Por supuesto tenía malquerientes. Muchos. ¿Y por qué no? ¿Quién no los tiene? Éstos le atribuían mal carácter y defectos de trato o de formación. No importa.
Era duro como las piedras del campo… Y es que eso era… Nunca dejó de ser un hombre de campo. Lo traía en la vida. Sabía ser gente de a pie y disfrutar de las cosas menores que le llenaban de regocijo. Tenía un enorme acervo musical. Y le gustaba la trivia y la bohemia.
Y tanto más que se puede decir de un personaje que ya no está. Pero que en su obra está. Y en la herencia intelectual y política que legó para muchos. Tanto y más habrá que decir de su paso como Procurador General de Justicia del D.F., y su ambición por capacitar y profesionalizar al personal que tiene vínculos directos con la sociedad…
Ya un año. Vaya que don Miguel supo hacerla. Se fue cuando las cosas se habrían de poner color de hormiga, cuando la pandemia está a la vista y acecha; cuando en la política todo parece incomprensible y sin salvavidas; cuando la vida sigue, aunque falte él para regañar-decir-dialogar-reír-aconsejar-y caminar por ahí, como si nada; como si todo: el gran amigo. El enorme amigo.