Epistolario
Por Armando Rojas Arévalo
SOLEDAD: Mi padre fue maestro y recorrió buena parte del país con las Misiones Rurales Culturales, que eran un esquema basado en la educación para la vida y el trabajo. Eran instituciones educativas itinerantes, destinadas a la atención de personas mayores de 15 años de edad para proporcionarles los estudios básicos de Primaria y Secundaria, así como de formación para el trabajo. Esta educación se apoyaba en la participación y la solidaridad social.
Se alentaban con la misión pedagógica de Vasconcelos; por esos años nace la máxima expresión pictórica mexicana: el muralismo, con nombres propios de la estatura mundial de David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera. Su visión era global, así lo constatan la distribución masiva de obras literarias clásicas en una sociedad iletrada, o las relaciones con personajes clave de Latinoamérica, como el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre o Gabriela Mistral, quien colaboró en aquellas reformas pedagógicas.
Una de mis hermanas, Lupita, tomó muy en serio el apostolado, estudió para maestra y pidió la enviaran a la sierra Tarahumara. Yo, más urbano, luego de titularme en la UNAM y dedicarme al periodismo, un tiempo me dediqué a la apasionante tarea de alfabetizar a coras, tepehuanes, mexicaneros y yaquis en la sierra del Nayar. Hay fotos y documentos que hablan de mi labor en la delegación del INEA en Nayarit, y en la parte que hoy califican de “muy peligrosa” en la costa y la tierra caliente de Michoacán. Posteriormente me incorporé al claustro académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, del que me retiré hace tres años, después de más de 20 de abrevar en las aulas de Ciudad Universitaria. Sé, por consiguiente, cuál es la tarea del magisterio.
Ni mi padre, ni mis hermanas ni yo dejamos –tampoco mis compañeros maestros- de educar a los niños y adultos bajo nuestro encargo, so pretexto de paros por demandas salariales o porque deseábamos más y mejores prestaciones u honorarios extras por prebendas políticas. No fuimos mártires; éramos conscientes de que este país requiere de más mexicanos mejor educados para salir adelante.
Mis vivencias con los coras en pueblos encaramados en lomas desiertas o separados por barrancas profundas, forman parte de mis recuerdos inolvidables.
Como cuando conocí la humildad del obispo de Tepic, Monseñor MANUEL ROMERO ARVIZU, franciscano él, que constantemente salía a visitar las misiones de la sierra y pernoctaba en misiones católicas en villorios, cuando bien le iba, o a campo abierto resguardado en una tienda de campaña o una bolsa para dormir.
Hablábamos de que a este país había que cambiarlo de raíz, o nos llevaba la chingada. Como yo acababa de llegar de Chiapas le interesaba mucho saber de mi experiencia en la “guerrilla” del EZLN alentada por SAMUEL RUIZ GARCIA, Cáritas y SALINAS DE GORTARI.
Noches de luna y estrellas en la que los gobernadores y chamanes coras nos ofrecían un pequeño mordisco al peyote entre cánticos monótonos. Un día de carnaval me invitó a presenciar desde la barda de piedra de la iglesia de la “El Pinito”, una carrera maratónica entre coras, viéndolos correrentre cerros y barrancas, con el cuerpo pintarrajeado y sin la menor muestra de cansancio. Era el peyote.
En El Pinito, cuando el obispo ya iba en camino –a pie, por supuesto- a otra comunidad, me tocó recibir a un cora que entre sollozos y gritos me pidió salvar a una niña que había sido mordida por una víbora de cascabel. “Dónde está”, le pregunté. ”Tú puedes pedir una avioneta, sálvala, por favor”, me dijo. “Allá, allá enfrente”, me señaló al caserío al otro lado de la barranca. Fuimos Alberto Figueroa y otros compañeros alfabetizadores creyendo que llegaríamos pronto.
Bajamos la barranca y subimos. ¡Cinco horas! La niña de seis años se moría, la tomé en mis brazos, mis compañeros alfabetizadores y yo emprendimos el regreso. La avioneta que solicitamos no llegó nunca. Llegamos a El Pinito, con la niña muerta en mis brazos. ¡¡Carajo!!, grité y grité para que Dios me escuchara y creo que él escuchaba otras angustiosas peticiones. Se la di al padre para que le diera sepultura y regresé a Tepic, profiriendo mentadas de madre por la impotencia.
Otro día, en la Sierra del Nayar, muy cerca del pueblo La Mesa, subí a una aldea que estaba sobre un cerro, a petición de una señora que había hecho el viaje exprofeso. Se llama “La Guerra” el pueblo, en homenaje a la batalla entre coras y españoles.“Mire” –me dijo, cuando ya estábamos en el pequeño pueblo. Eran como las 7 de la noche y aquello estaba tan oscuro que no se veían ni el brillo de los ojos, mucho menos la Luna ni las estrellas.
-¿Ya vio”?
-Sí. Pero también veo que tienen postes de luz y lámparas, pero no funcionan.
-¡Pura madre, jefe! El gobernador vino a inaugurar la planta de luz, pero no hemos tenido luz. La planta no sirve. Nos la entregó así. Madreada.
Ahí nos tienes llevando después la planta para reparar, a Tepic, y a las dos semanas después la regresamos a poner la luz en los cinco postes callejeros.
Yo no sé si sea parte de la labor del magisterio, lo que sí creo que el magisterio es servir a quienes lo necesitan. Educar, primero; servir, después.
Perdón por la expresión. Les miento y les remiento la madre a los “maistros” que colapsan la vida de las ciudades, con bloqueos que causan molestias y daños económicos, en demanda de mayores prestaciones laborales, y se prestan a hacer el papel de esquiroles para reventar eventos de “los adversarios”. Es el ejemplo que les dan a las nuevas generaciones.
De veras, no tienen madre. Deberían darse una vuelta por aquellas regiones del país donde hay hambre, miseria, analfabetismo o carencias sociales para sentir la rabia que se experimenta ante tanta ignominia.
¡Carajo, déjense de mamadas! Este país está reventando, y no creo que ustedes, maestros, vayan a ser los primeros en encabezar la revuelta, porque son buenos para organizar marchas de descontento sobre el asfalto y con el permiso de quien les da croquetas, pero no para partirse la madre por aquellos que aún se encuentran en la ignorancia y viven en la ignominia.
Por cosas como ésta, el nivel de la educación en México es lamentable.
A ustedes, que les den lo que quieren los hace felices. ¿Y los otros mexicanos, qué?
¡No jodan!
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