Palabra de Antígona
Sara Lovera*
Las imágenes son elocuentes. Las largas filas para comprar tortillas o recibir agua las hacen las mujeres; mayoría en las filas organizadas por el Ejército para recibir despensas; cuando reconstruyan sus casas, serán ellas las que organizarán enceres y cocinas destruidas; ellas las buscadoras de cuerpos y desaparecidos.
Según Naciones Unidas en el desplazamiento por los efectos del cambio climático, las mujeres y las niñas en refugios o campos de desplazados enfrentan los mayores riesgos de violencia sexual machista y durante la reconstrucción cargan un peso desproporcionado al reorganizar sus hogares y buscar recursos para administrarlos.
En Acapulco, donde más de la mitad del casi millón de habitantes vive del turismo, serán ellas la mayoría desempleadas. De acuerdo al Observatorio Laboral de la Secretaría del Trabajo, la participación femenina en el turismo es del 58 por ciento.
El Fondo de Población de Naciones Unidas descubrió que la trata sexual se disparó después de que ciclones y tifones y que la violencia de pareja aumentó durante cambios extremos. Las tormentas tropicales en América Latina y otros fenómenos meteorológicos alteran las relaciones humanas.
Un estudio de la Universidad de Cambridge publicado en la revista The Lancet Planetary Health, descubrió que la violencia de género puede aumentar durante o después de acontecimientos relacionados con fenómenos como los ciclones y los huracanes.
Las regiones afectadas por desastres climáticos destruyen medios de subsistencia y exacerban la pobreza, ello tiene el riesgo de incentivar a las familias forzar a sus hijas, en matrimonios infantiles, para que haya una boca menos que alimentar.
En Acapulco se destruyeron 541 hectáreas agrícolas, la pérdida de cosechas debido al cambio climático puede afectar la salud sexual y reproductiva.
El recuento de la vulnerabilidad es inmenso. No sabemos si lo van a mirar en Acapulco, ahora sólo se habla de lo “más urgente” y existe el mito de que las guerrerenses son mujeres que no se dejan, que gritan, las que tramitan y protestan, autoras de las pancartas pidiendo alimentos, agua y luz.
Al paso de los días serán ellas quienes carguen con la responsabilidad de niños y niñas, enfermos y, como se ha visto repetidamente en los testimonios radiales, de prensa y televisivos, son las que hacen filas para recuperar a sus muertos.
El desastre, con daño o destrucción del 63 por ciento de los inmuebles, implica que por un tiempo indeterminado miles de familias vivirán en la calles, lo que destruye también la vida sexual, habrá que llegar a zonas incomunicadas para proporcionar servicios de salud sexual y reproductiva, como condones, métodos de planificación familiar y para la prevención del VIH y las infecciones de trasmisión sexual.
El tema sanitario obliga a prevenir enfermedades trasmitidas por vectores, comunes en zonas calientes y costeras, como la fiebre del dengue, relacionada con abortos espontáneos, nacimientos prematuros y anemia.
No son cosas banales de mujeres, son, como la salud mental, las cosas que construyen el día a día de las relaciones humanas, entre hombres y mujeres, perdidas a simple vista en la emergencia, que sólo ve dinero y acciones y omisiones del gobierno.
Hoy entre mujeres y hombres anida el miedo, la violencia familiar, la lucha por subsistir, como indican las experiencias analizadas por la ONU donde el deterioro y la vulnerabilidad por razones de género, se cobra en ellas. Medio millón de acapulqueñas, angustiadas, desesperadas ¿quién las pensará? ¿quién las mirará?
Veremos.
*Periodista Directora del portal informativo https://www:semmexico.mx