La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
La transformación termina donde el statu quo comienza
El ocho de marzo, instituido como el Día Internacional de la Mujer, es la fecha simbólica en la que, colectivos feministas y mujeres en lo individual, se manifiestan para exigir, con total legitimidad, que termine todo tipo de violencia de género.
Esta violencia incluye la que despliega un acosador en la calle, las agresiones físicas y sicológicas en el entorno familiar, la discriminación laboral, la sistémica que desprecia las políticas públicas transversales y, desde luego, la impunidad que prevalece ante la ejecución de cientos de feminicidios, que son una de las máximas expresiones de odio.
Sin embargo, aunque existen elementos de sobra para el malhumor de las mujeres que reclaman sus derechos, hay quienes pretenden descalificarlas por su radicalismo: ¡son beligerantes! ¡pintarrajean! ¡rompen cristales! claman las buenas conciencias.
En este sentido, el problema de fondo, es que se pretende analizar el fenómeno desde una perspectiva coyuntural, cuando la expresión de enojo se ha engendrado a lo largo de cientos de años, en sí, tiene su origen en el modelo civilizatorio. Así pues, la desigualdad no surgió en la época neoliberal, en todo caso, prevaleció.
Por ello, resulta torpe pedir paciencia, cuando se contabiliza un feminicidio cada dos horas. El tamaño del problema es equivalente al enojo de la agraviadas, ese es el termómetro al que tienen que recurrir los gobernantes, escudarse en ‘pretendidos complots’ de los conservadores que ‘manipulan’ las movilizaciones, sólo es incapacidad de respuesta.
Justo esto, es otra muestra de discriminación, las puertas del poderoso se abren para negociar con empresarios, pero con los colectivos feministas se dialoga desde atrás de la valla, con una imaginaria cinta de vinil con la leyenda: cuidado, mujeres protestando.
Posdata rupturista: además de cristales, con su iconoclastia, también rompen pelotas.