Sara Lovera*
Hace 36 años, el 19 de septiembre de 1985, el terremoto fue un parteaguas para la sociedad mexicana. Su estruendo cegó miles de vidas y reveló la inoperancia de un gobierno agotado. Los siguientes años iniciamos una impresionante movilización para mejorar en todo sentido al país, en un proceso llamado transición a la democracia.
La sociedad civil se alzó, ante el sistema económico que imprimió todo su horror contra las y los trabajadores. Dos gremios escribieron historia, al lado de las propuestas de cambio, coraje y valía: las costureras y las telefonistas. Unas, aplastadas por inmensos y pesados rollos de tela que cegaron sus vidas, actuando con dignidad de clase; otras, marcando con su defensa sindical el comienzo de la revolución tecnológica. Sus despidos anunciaron una verdadera transformación.
Pero fueron las costureras quienes revelaron paso a paso cómo era su explotación: encerradas, con jornadas extenuantes, sujetas a pagos miserables. En esos talleres campeaba la ilegalidad, los contratos de protección, los castigos inhumanos. Fuertes y decididas rompieron la sumisión milenaria. En 20 días construyeron una cooperativa y un sindicato nacional. ¿Cómo olvidarlas?
Cada gota de sudor, cada escarnio sufrido durante décadas, develó el entramado del sistema sindical podrido, “charro”.
Hoy, nadie podría entender cómo su rebeldía fue el anuncio de la toma de conciencia colectiva para encaminar nuevos derroteros. Ellas contribuyeron a la modernización política, al sistema de partidos, a la creación del Instituto Federal Electoral (IFE, hoy INE). Abrieron paso a los derechos humanos y a la creación de cientos de organizaciones civiles, hoy desacreditadas por la 4T.
El neoliberalismo y la globalización acabó con esa industria. Las telefonistas, en cambio, contribuyen al fin del viejo sindicalismo, aún sobreviviente sostenido por el poder, un valladar infranqueable y consentido por actores políticos, no del pasado, sino del presente. Sabemos que, sin ellas, las operadoras del 02 y el 09, entre otras y otros, no hubiera sido posible una nueva legislación laboral.
A pesar de las indemnizaciones a más de 500 fábricas, del nuevo aire sindical, en 2021, los viejos modos están aquí y ahora. Los noventa afiliados —la mayoría mujeres— al Sindicato Único de Trabajadores de la Agencia de Noticias del Estado Mexicano (Sutnotimex) cumplieron un año y medio en huelga para exigir que se les restituya el Contrato Colectivo de Trabajo (CCT) que desconoció la empresa del gobierno. Paralelamente, el mismo modelo se imprime a las y los colegas del diario La Jornada.
Así, la sociedad logró sacar el Partido Revolucionario Institucional (PRI) de Palacio Nacional, pero la realidad sigue hilvanada con la sangre de las costureras y, en plena transformación, estamos como antes: tratando de borrar 36 años de historia.
Incomprensible la inoperancia de la Secretaría del Trabajo, inaceptable el ultraje a las y los trabajadores de Notimex, increíble definir a los gremios organizados como conservadores. Insostenible el gobierno que nos ha dejado sin vacunas básicas para las y los recién nacidos: brotes de poliomielitis, sarampión y tosferina están en puerta. Indefendible la negativa a implantar un salario básico universal.
Así estamos, bajo los escombros, pero sin sumisión. Apelo a demoler la vuelta de la estulticia laboral. No olvidar, pero no una historia deformada a modo, sino la nuestra, la que se levantó de los escombros de 1985.
*Periodista. Directora del portal informativo SemMéxico.mx