Desde Filomeno Mata 8
Por Mouris Salloum George
Somos grandes en suponer, como todos los pueblos emergentes latinoamericanos, que ahora sí nos llegó la hora de la liberación. Cuando comprobamos lo contrario, ya no hay nadie que nos consuele. Es una vieja historia, una amarga secuela que ha dejado profundas heridas, visibles cicatrices que no pueden ocultarse.
Los pueblos hermanos de Latinoamérica han sufrido la misma decepción y tal vez cuando despertaron fue el día en que los barbudos de Sierra Maestra tocaron esa diana de la esperanza. Robert Taber, en La guerra de la pulga, brindó por la emoción que significaba haber triunfado contra el miedo de una casta de caciques caribeños.
Todo lo de antes fue pelear contra los grandes emporios agropecuarios, petroleros, industriales, comerciales que, bajo la batuta de la Fundación Rockefeller decidían la suerte de más de 300 millones de seres en el hemisferio occidental.
Hoy no es diferente. Sólo cambiaron los nombres, pero no las intenciones. Estuvimos a punto de subirnos a la locomotora asiática, rusa, europea, ser parte de las grandes ligas… pero nadie se explica por qué se volvió a fracasar.
Los pueblos hermanos de Latinoamérica esperaban que México representara el escuadrón de proa para subirse al tan esperado momento de ser parte actuante en el mundo. Querían saber lo que se siente al participar en el gran movimiento petrolero de rechazo al debilitado dólar norteamericano.
Querían saber cómo podían aprovecharse los nuevos flujos de financiamiento a las empresas de nuevas tecnologías, cómo se accedía a los nuevos préstamos para desarrollar actividades agropecuarias, satelitales, a los nuevos mundos de participar en el mercado de bienes de capital, sin estar sujetos al dominio del gabacho.
Los hermanos las exigían y esperaban que México hiciera valer la llegada al poder de un régimen de esencia contestataria para acompañarse en la disputa por abrir de una vez por todas los canales de la comercialización e intercambio para acceder a condiciones competitivas en el comercio exterior.
Cuál iba a ser el nuevo rostro latinoamericano al emprender un nuevo camino, una concepción del desarrollo que finalmente clausurara el fatídico factor eterno de nuestra existencia como naciones independientes. Cómo iba a ser ese nuevo sol que empezaba a brillar desde el Anáhuac.
Cómo iba a ser el Continente el día que no se postergaran las grandes reivindicaciones de los desposeídos, cuando por fin fuéramos dueños de nuestro propio destino. Que todos abandonáramos el fantasma del protectorado maquilador, de la tienda de raya de los finqueros. Lo esperaban como esperar el tan ansiado maná.
Por el contrario, los mexicanos hemos regresado a la sociedad de la crisis. Los optimistas quieren ver en las decisiones de política social la corrección de fondo del modelo entreguista. Sin embargo, para su desesperanza, podemos decirles que no es así.
Se trata de una simple corrección en pantalla de recursos provenientes del presupuesto, cuyo destino afecta a los que tienen y a los que no tienen. De ninguna manera es un mecanismo de redistribución equitativa del ingreso nacional. No se trata de una medida profunda que corrija rumbo alguno.
No va a producir otra cosa que ingresos fiscales cautivos, ahora en los bolsillos y en manos de públicos que ya estaban ahí, desde mucho antes. Es una especie de compensación paralela a aquéllas que ya estábamos acostumbrados. Una medida que puede aumentar frustraciones. Es empleo temporal disfrazado. No ofrece ningún lugar en el mundo a quien lo recibe.
Y como van las cosas, tal parece que otra vez fallamos y nos fallamos. Por no defender a tiempo las cuestiones esenciales de productividad petrolera, sindicalismo democrático, justicia jurídica para los delincuentes de lesa patria, dejamos ir una oportunidad de oro.
Porque los capitales asiáticos, rusos y europeos ya tienen miedo de venir a establecerse en México, tienen miedo de un gobierno que tiene miedo de aplicar la ley, aun en su conveniencia. Tienen miedo de no ser defendidos con inteligencia y conocimiento.
Y nuestros hermanos latinoamericanos piensan que si nosotros fallamos, ya no hay pa’ dónde hacerse.
Volveremos a ser el continente de las frustraciones.