Magno Garcimarrero
Maternidad es certidumbre sin duda, en tanto que paternidad es duda razonable. Corre en México, y acaso en todo el orbe, el viejo dicho: “hijo de mi hija mi nieto… hijo de mi hijo, ¿quién sabe?”. Este criterio nos ha llevado a la adoración dogmática-religiosa de la maternidad virginal, mientras que la paternidad la relegamos a un segundo plano. (PP= Pepe= padre putativo). Y no sólo en la fe y el amor, también en el rencor y el odio: a eso se debe que insultemos mentando la madre, nunca al padre.
También por eso un buen número de mujeres que no logran concebir se sienten frustradas, mientras que son raros los hombres que se frustran por no ser padres. Aunque en la actualidad en los países democráticos como el nuestro, ser padre y madre es ya un estorbo para el desarrollo personal. Solo en los países monárquicos anacrónicos, las dinastías reinantes se esmeran en tener engendros que los sucedan en el trono.
Cuenta la historia que, los emperadores mexicanos Maximiliano y Carlota, cuando cayeron en cuenta que no podían ser padres legítimos, porque no practicaban el malacatonche entre ellos, decidieron adoptar a los nietos del emperador mexicano Agustín de Iturbide. Así tramitaron la adopción y tutela de Agustincito de Iturbide y Green y de Salvador (Chavita) de Iturbide y Marzan, concediéndoles los privilegios de heredar el trono de México. Con lo que no contaron, dada su ingenuidad, fue con que las respectivas madres de los chamacos no tenían llenadera, así que les salió más caro el caldo que las albóndigas.
También se corre la conseja de que, Tanto Maximiliano fue padre natural de Julián Sedano, concebido con la “India Bonita” Concepción Sedano, como que el teniente coronel Alfred Van der Smissen fue padre de Máxime Weygand, engendrado con Carlota Amalia emperatriz de México. ¡Sabrá Dios!
Por suerte, ahora es mejor ser una papa, porque ya es un desprestigio ser papá y Papa.