Javier Peñalosa Castro
“Con el Jesús en la boca”, tienen Donald Trump y sus negociadores a los “neoliberales” mexicanos agrupados lo mismo en el gobierno que en la iniciativa privada —que a final de cuentas son lo mismo— con sus amagos levantiscos de poner fin al Tratado de Libre Comercio, firmado en las postrimerías del sexenio de Carlos Salinas de Gortari, y que tanto ha beneficiado a los dueños del dinero en los tres países y perjudicado —en mayor o menor medida— a quienes aportan su fuerza de trabajo para generar la riqueza que concentran, cada día más groseramente, los multimillonarios de la región.
A partir del 11 de octubre, los negociadores iniciaron en Washington la cuarta ronda de negociaciones. Ahí estuvo de visita, y mostrando sus buenos oficios negociadores, el primer ministro canadiense Justin Trudeau quien, pase lo que pase, siempre será el ganón, pues mientras Trump le jura amor eterno y ofrece suscribir un acuerdo bilateral con su país, recibe el afecto de Peña Nieto y de sus lugartenientes en la negociación del Tratado.
Trudeau tiene, sin duda, una sonrisa “de millón de dólares”, de “niño bonito”, que no sólo le sirve para arrancar suspiros a mujeres de los tres países con su apostura, sino para mantener los increíbles privilegios de que gozan en México las empresas canadienses, y de manera muy señalada las mineras, que saquean a ciencia y paciencia del gobierno mexicano las riquezas naturales de nuestro país con sus empresas mineras, a lo cual debe ayudar, sin duda, la influencia del insigne asilado político mexicano en Canadá, Napoleón Gómez Urrutia, quien, desde Vancouver, continúa manejando el principal sindicato de trabajadores mineros de nuestro país.
Resulta muy difícil creer que el gobierno canadiense sea el principal interesado en incluir un apartado laboral en el TLC, para que las condiciones de trabajo de los obreros mexicanos sean equiparables a las de quienes realizan labores similares en Estados Unidos y Canadá, pues son precisamente las mineras canadienses y las automotrices estadounidenses las principales beneficiarias de los bajos salarios que se estilan aquí (hasta diez veces por debajo de lo que se pagan nuestros vecinos del norte).
Tampoco parece que a los empresarios que llevaron a Donald Trump al poder les preocupe mucho devolver su lustre a las armadoras de vehículos de la zona de Detroit o llevarse las empresas maquiladoras de las fronteras mexicanas a lugares donde simplemente no encontrarán algún estadounidense en su sano juicio dispuesto a trabajar por el salario mínimo (¡el de allá!), por el que suspiran tantos mexicanos).
Por eso los tres firmantes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte no incluyeron —ni lo harán— el libre flujo de personas y de mano de obra dentro de este pacto, como ocurrió al constituirse la Unión Europea. En nada ayudaría a sus intereses la justicia y la equidad para los trabajadores de nuestro país.
Durante los últimos días el gobierno mexicano ha adoptado un discurso con tintes nacionalistas en el que se percibe la intención de “curarse en salud” ante un eventual fracaso en la renegociación del TLC. En el fondo, lo que hay son presiones de los dueños del dinero en los tres países para que no se mueva una coma a los acuerdos que les han permitido enriquecerse a lo largo de más de 23 años y que, ciertamente, no se han traducido en beneficio tangible alguno para los trabajadores mexicanos ni para la mayoría de las familias de clase media.
La eventual salida del TLC permitiría a sus principales beneficiarios actuales continuar como hasta ahora, con la explotación ventajosa de nuestros recursos naturales, sin pagar los impuestos que les corresponden y sin retribuir con justicia a quienes extraen por ellos la riqueza del subsuelo o ensamblan vehículos y aparatos electrónicos que con su salario jamás podrán adquirir.
Que no nos asusten con el petate del muerto. Si el TLC se acaba, será porque así conviene a los poderosos de los tres países.
Por otra parte, nuestros empresarios y el gobierno difícilmente voltearán, como pretenden, hacia otras regiones del mundo para diversificar el intercambio comercial y la asociación productiva. Los socios comerciales fuera de Canadá y Estados Unidos seguirán siendo España, Francia, Alemania y el Reino Unido, como ha ocurrido tradicionalmente (más allá del acuerdo comercial que tenemos con la Unión Europea). Con las naciones que forman parte del cacareado Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), ya sin Estados Unidos, con Latinoamérica y el resto del mundo, tampoco se ven avances que hagan pensar en la consolidación de una posición independiente.
Enormemente benéfico para el país resultaría pues que dejáramos el TLC, que nos decidiéramos a dar un nuevo rumbo al manejo del país, con la elección de un nuevo gobierno que asuma una estrategia de comercio y negocios integral, caracterizada por relaciones justas y beneficios para toda la sociedad, y no para unos cuantos. Antes, habrá que evitar a toda costa la permanencia del PRI, la llegada del engendro formado por el PAN, el PRD y sus adláteres o de cualquier émulo del Bronco, incluida la mujer del infame Calderón y la confabulación de todos éstos para evitar que se produzca el cambio requerido.