En el corazón comercial de Cancún, una plaza que prometía ser un espacio de impulso para pequeños y medianos negocios se ha convertido, según testimonios recabados, en un terreno minado por el abuso de poder, los tratos diferenciados y un ambiente laboral profundamente hostil.
Nos referimos a Plaza Espacio, un centro de negocios que, de cara al público, presume dinamismo y variedad, pero cuya administración carga con señalamientos serios sobre prácticas poco éticas y, en algunos casos, francamente intimidatorias.
Diversos locatarios han comenzado a alzar la voz —aunque aún con temor de represalias— frente a lo que describen como una gestión caprichosa, marcada por el incumplimiento sistemático de los acuerdos establecidos en contrato. A esto se suma una práctica cada vez más común: la modificación unilateral de condiciones de arrendamiento, cambiando cláusulas, o reglas sin previo aviso ni consenso. Lo que en papel se firma, en la práctica se ignora o se altera a conveniencia de la administración.
Desde la omisión deliberada de cláusulas que protegen a los negocios de competencia desleal interna, hasta la retención de documentos clave que obstaculizan los trámites ante autoridades, las quejas son persistentes.
Pero lo más alarmante no es sólo lo administrativo. Lo que realmente enciende las alertas es el relato coincidente de un patrón de conducta por parte del propietario del lugar, Raymundo del Castillo, quien habría utilizado su posición para imponer condiciones, exigir privilegios e incluso ejercer una forma de intimidación constante hacia empleados y encargados de los locales. Según versiones que circulan en los pasillos de la plaza, las agresiones verbales, el trato denigrante y las insinuaciones inapropiadas no son hechos aislados, sino parte de una dinámica que ha normalizado el miedo como herramienta de control.
El episodio más reciente —y tal vez más preocupante por su carácter público— tuvo lugar en un local del lugar, donde se señala que, en horas de operación, frente a trabajadores y comensales, el propio administrador habría arremetido contra una encargada por no acceder a una exigencia fuera de la carta, profiriendo insultos, amenazas de clausura y gestos de humillación. Lo que debió ser una jornada laboral más, terminó en un acto de violencia simbólica y física, marcado por el poder ejercido desde el abuso.
Este tipo de incidentes no sólo dañan la dignidad de quienes laboran en el sitio; también deterioran el tejido empresarial que tanto necesita de reglas claras y respeto mutuo para florecer. Cuando el liderazgo se convierte en autoritarismo y la autoridad en chantaje, los espacios que deberían ser motores de desarrollo se transforman en entornos tóxicos.
Más allá del caso concreto, lo que está ocurriendo en Plaza Espacio refleja una problemática más profunda: la falta de mecanismos de protección para quienes trabajan en centros comerciales fuera del radar de las grandes cadenas, donde muchas veces el poder se concentra en una sola figura, sin contrapesos ni supervisión real.
Lo que está en juego aquí no es sólo el bienestar de un grupo de locatarios, sino el modelo de convivencia que queremos construir en los espacios públicos y comerciales de nuestras ciudades.