Claudia Rodríguez
Hasta la pobreza extrema.
La política asistencialista no puede ser eterna, menos si son los contribuyentes que menos ganan, quienes en buena medida sostienen a la primera.
Es cierto que las cifras de la pobreza en México son realmente vergonzantes, casi la mitad de la población se encuentra en estos niveles, pero entre ellos hay quienes alcanzan la dolorosa calidad de pobreza extrema.
De acuerdo al Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), viven en pobreza quienes tienen al menos una carencia social (en los seis indicadores de rezago educativo, acceso a servicios de salud, acceso a la seguridad social, calidad y espacios de la vivienda, servicios básicos en la vivienda y acceso a la alimentación) y su ingreso es insuficiente para adquirir los bienes y servicios que requiere para satisfacer sus necesidades alimentarias y no alimentarias; en tanto que la pobreza extrema la padecen quienes tienen tres o más carencias, de seis posibles, dentro del Índice de Privación Social y que, además, se encuentra por debajo de la línea de bienestar mínimo. Las personas en esta situación disponen de un ingreso tan bajo que, aun si lo dedicase por completo a la adquisición de alimentos, no podría adquirir los nutrientes necesarios para tener una vida sana.
Política asistencialista cacha votos.
Que la mitad de la población sea pobre es ya un reto para la sociedad, pero sobre todo para quienes administran y gobiernan el país; ya que este escenario no se valida por generación espontánea, fueron los gobiernos priistas y en el último tramo de la trayectoria, también panistas, quienes pusieron las bases de esta máquina de pobres, aceitándola con engranes de dádivas que se cobraban en las jornadas electorales.
Era la fórmula perfecta para perpetuarse en el poder y no crear fuentes de empleo que demandarán tan sólo, seguridad social y derechos laborales. Además de que se creaba un cúmulo inmenso de gobernados a los que primordialmente les importa en primerísima instancia llevar alimentos a su hogar, por encima de participar activamente en la sociedad, en los ámbitos educativos y laborales.
Gastar, sin invertir en el factor humano.
Desde hace décadas, la fórmula ha estado abonando en la muerte lenta de “la gallina de los huevos de oro”. A menor empleo formal, menor recaudación. Y no es que todos se estén muriendo de hambre, pero el empleo informal que va creciendo ante el formal, es al final, trabajar al día, sin que en el futuro y/ o la tercera edad, se tenga cuando menos una pensión y la oportunidad de ser atendido por el servicio de salud del Estado.
Hay excepciones en la burocracia de la 4T que han obtenido fallos legales favorables –algunos aún reversibles– para ganar más de lo que establece la Ley Federal de Austeridad Republicana, pero la mayoría de los trabajadores en México –sobre todo las mujeres– ganan entre dos o tres salarios mínimos.
La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del Instituto Nacional de Geografía e Informática (INEGI), para el segundo trimestre de 2018, revelaba que, de los 125 millones de habitantes en México, 93 millones tienen 15 años o más, y de estos 55.6 millones forman parte de la Población Económicamente Activa (PEA), que incluye a todos los habitantes que están disponibles para la producción de bienes y servicios en el país.
De esa PEA, el 70% vive o sobrevive y en su caso sostiene a su familia o contribuye al gasto, con sueldos de 200 o 300 pesos diarios.
Dar más a los quienes se atiende a través de la política de asistencia que a quienes y retornan sus ingresos a la economía nacional, será siempre dar un tiro certero al corazón del sistema.
Acta Divina… “Primero los pobres” sostiene el presidente Andrés Manuel López Obrador, su promesa de campaña.
Para advertir… Es equivocado descobijar a la cada vez más pauperizada clase media.
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