Luis Farías Mackey
Recupero de Innerarity unos párrafos a cuál más de actuales. Dice él del “antagonismo ritualizado, elemental y previsible, (que) convierte la política en un combate en el que no se trata de discutir asuntos más o menos objetivos sino de escenificar (performar) unas diferencias necesarias para mantenerse o conquistar el poder”.
Para él las controversias políticas hoy en día “tienen menos de diálogo que de combate por hacerse del favor del público. Los que discuten no dialogan entre ellos, sino que pugnan por la aprobación de un tercero. Ya Platón consideraba que está estructura triádica de la retórica imposibilitaba el verdadero diálogo, sustituido por una competencia decidida por el aplauso”. La justa no es por resolver problemas, sino popularidad; los que discuten no hablan entre sí, compiten por una aprobación plebiscitaria. Por ello Habermas hablaba del “espectáculo por aclamación”.
La política espectáculo vive de la controversia y el desacuerdo, se trata de “obtener no sólo la atención de la opinión pública sino también el liderazgo en la propia hinchada, que premia la intransigencia, la victimización y la firmeza”.
Y, claro, esto conduce a “un estilo dramatizador y de denuncia, que mantiene unida a la facción en torno a un eje elemental pero que dificulta mucho la consecución de acuerdos más allá de la propia parroquia”.
Pero “quien se pertrecha con el único argumento de su radical coherencia cuenta con poco recorrido en política, pues ésta es una actividad que tiene que ver con la búsqueda de espacios de encuentro, el compromiso y la implicación de los otros”.
Y en esto Innerarity cita a Urbinati, quien sostiene: Cuando los líderes se dirigen directamente al pueblo radicalizando, los asuntos hacen más difíciles las negociaciones entre partidos: “el terreno de la política se vuelve más fértil para el activismo de los líderes, lo que no implica sin embargo activismo del pueblo”. Tal es nuestra situación de marginación y silencio de la vida pública nacional, exacerban nuestras tripas, pero ni nos escuchan, ni participamos en el quehacer político; sólo sufrimos sus consecuencias.
La deliberación pública se vacía de inteligencia, imaginación y sutilezas, porque el pueblo ya no es protagonista de su destino. Pierde el alma que mueve a la Nación.
Y ya lo hemos visto hasta el cansancio, la “publicidad negativa suele funcionar de entrada, pero distancia a la gente corriente de la política y genera un clima de desconfianza que suele contaminarlo todo”.
El antagonismo constitutivo y motor de los populismos “es una manera de hacer política muy elemental” que Foucault caracterizaba como un poder “pobre en recursos, parco en sus métodos, monótono en las tácticas que utiliza, incapaz de invención”.
Y así llegamos al corazón del problema de nuestros días y nuestros políticos: “El talento del político para resolver problemas, para reconciliar posiciones aparentemente irreconciliables de un modo aceptable por todos los afectados, depende de su capacidad de reformular los problemas y los desacuerdos de tal modo que la reconciliación sea posible”, citando a Ankersmit: “Dicho de otra manera: el político debe poseer el talento estético de ser capaz de representar la realidad política de un modo nuevo y original. Podemos esperar poco del político que no tiene ese talento y que se limita a darnos ‘fotos’ de la realidad política”. Porque “la política debe ser capaz de convertir la representación, en síntesis, dejar de ser una mera confrontación de intereses fijos de los representados y convertirse en una construcción de algo verdaderamente común”.
Concluye Innerarity: “definir las propias posiciones con el automatismo de la confrontación y mantenerlas incólumes es un ejercicio que no exige mucha imaginación. En el negativismo de la oposición y en el hooliganismo de quienes apoyan al gobierno se concentran un montón de tópicos y estereotipos (…) Muchas experiencias históricas ponen de manifiesto, por el contrario, que los partidos dan lo mejor de sí cuando tienen que ponerse de acuerdo, apremiados por la necesidad de entenderse. Los mejores productos de la cultura política han tenido su origen en el acuerdo y el compromiso, mientras que la imposición o el radicalismo marginal no generan casi nada interesante”.
Entendámoslo: “con amigos dentro y enemigos fuera no se hace casi nada en política; nunca han dado lugar a algo duradero las integridades inmaculadas que nadie puede compartir (solo adorar), las patrias donde no pueden convivir los diferentes o los valores que sólo sirven para agredir”.
- — Creel no entendió su papel de presidente del pleno ni entiende la urgencia de conversar la política de un modo nuevo y original; al contrario, cayó en el mismo pecado de “berrinche” de López Obrador y sus hooligans. Exijamos una nueva representación de nuestros problemas, no tozudez en los mismos estereotipos de siempre: imaginación y originalidad, espontaneidad propia de la libertad y la creación.