José Alberto Sánchez Nava
1.-Los programas sociales, diseñados con la noble intención de tender la mano a los más necesitados, se han convertido en la columna vertebral de la solidaridad en nuestra sociedad mexicana. Sin embargo, no se pueden ignorar las posibles consecuencias colaterales que estas políticas asistenciales cuya detonación en tiempos electorales podrían tener en nuestra economía, específicamente en el ámbito de la inflación.
2.-La distribución masiva de recursos financieros a grupos vulnerables indiscutiblemente cumple con un imperativo humanitario innegable, pero no podemos cerrar los ojos ante la realidad económica que se cierne sobre nosotros. La aplicación desmesurada de estas políticas podría generar efectos de shock inflacionarios, llevando consigo el riesgo de desequilibrar la delicada danza entre la oferta y la demanda, pilares fundamentales de nuestra estructura económica.
3.-Al aplicar un enfoque con el más mínimo sentido común que rigen a las leyes económicas, fundadas en la las leyes de la oferta y la demanda, nos encontramos con la necesidad apremiante de reconsiderar cómo canalizamos estos recursos. Entender que el dinero, en última instancia, es una forma de deuda respaldada por un equilibrio de precios es crucial. Este equilibrio no solo debe reflejar la capacidad del dinero circulante destinado para satisfacer las necesidades básicas de quienes lo reciben mediante programas sociales, sino también la oferta de bienes y servicios disponibles en el mercado para satisfacer esa demanda, de lo contrario equivaldría a que el gobierno está haciendo uso de la máquina de hacer dinero, sin tomar en cuenta la oferta de bienes y servicios, que se encuentran bajo el flagelo de la inseguridad reflejada en el cobro de derecho de piso a agricultores y comerciantes de productos y servicios del campo que conforman la canasta básica en México cuyo incremento de precios en el mercado, se debe a la presión por parte del crimen organizado en una especie de doble tributación.
4.-Partimos de la premisa fundamental de que, en su esencia, el dinero funge como una promesa de pago respaldada por la oferta tangible de bienes y servicios. La inflación se convierte, entonces, en un indicador de desequilibrio, una señal de que la oferta no puede mantenerse al ritmo vertiginoso de una demanda inflada artificialmente como consecuencia de programas sociales con efectos electorales y a la vez la cadena productiva de bienes y servicios de consumo encareciéndose por factores de inseguridad y baja rentabilidad.
5.-Es de vital importancia reconocer que, para evitar distorsiones económicas y los indeseados fenómenos inflacionarios, la inversión estratégica en actividades primarias es ineludible. Estas actividades, que forman la columna vertebral de nuestra economía, deben orientarse hacia la producción de bienes esenciales que componen la canasta básica en México, pero sin factores como la inseguridad la cual eleva los costos de producción.
6.-La estabilidad económica se construye sobre la premisa de un delicado equilibrio entre la demanda y la oferta. Al concentrar esfuerzos y recursos en fortalecer las actividades productivas primarias, estamos trabajando no solo en el presente sino también en el futuro. Esto implica una inversión sabia en sectores como la agricultura, la ganadería y la pesca, garantizando así un suministro constante y equitativo de bienes esenciales para la población.
7.-En conclusión, abogar por la asistencia social no debería implicar un sacrificio económico. Es imperativo que nuestras políticas asistenciales se diseñen y ejecuten con la prudencia económica necesaria para evitar las consecuencias indeseadas de la inflación. En lugar de ser meros espectadores de un desequilibrio potencial entre lo que producimos y lo que consumimos, insto a nuestras autoridades a abrazar una visión integral que reconozca la importancia de mantener la armonía entre la oferta y la demanda, fomentando las actividades primarias en México y combatiendo la inseguridad a la cual es sometida la cadena productiva de bienes y servicios en México, preservando así la estabilidad económica que todos anhelamos. La solidaridad no debe comprometer la solidez de nuestros cimientos económicos; es hora de equilibrar la balanza.