Historias para armar la Historia
Ramsés Ancira
Una de las definiciones más aceptadas sobre lo que es la inversión se resume de la siguiente manera: privarse de bienes en el presente para disfrutar de mayores rendimientos en el futuro. De acuerdo con esto el presidente López Obrador tendría razón al evitar el endeudamiento para resolver la caída de la economía provocada por el Coronavirus, pues esto nos complicaría a que no haya ganancias cuando las cosas mejoren porque estarán comprometidas en pagar las deudas.
Algunos críticos de López Obrador asumen que invertir ahora en proyectos como la refinería de Dos Bocas o el Tren Maya representa un terrible error, porque no se garantizan las ganancias “y es tirarle dinero bueno al malo”. Otros proyectos como el Aeropuerto de Santa Lucía o el tren México-Toluca, este último heredado de la administración de Enrique Peña Nieto, también tienen sus detractores.
En contraparte el economista británico John Maynard Keynes propuso el incremento del gasto público como una medida indispensable para superar la crisis económica… y si hay algo que en México no puede negar nadie, cualquiera que sea su ideología, es que vivimos una muy profunda, que llevará años superar.
Quizá uno de los trabajos menos conocidos de Keynes es “Las consecuencias económicas de la Paz”, escrito en 1919. El nombre de la obra se debe a que recién terminada la Primera Guerra Mundial, donde el gran perdedor fue Alemania, para terminar con el conflicto bélico las potencias ganadoras condenaron a la perdedora a indemnizaciones impagables.
Keynes advirtió que bajo estas condiciones iban a provocar en Alemania un enorme resentimiento, tal y como efectivamente ocurrió. Esto fue el caldo de cultivo perfecto para que Adolfo Hitler levantara el ánimo de los alemanes haciéndoles creer que eran una raza superior, que había que buscar culpables de sus carencias económicas y lo encontró en las personas de ascendencia judía, no solo porque fueran las de mayores riquezas, sino porque proporcionalmente contaban con un mayor número de universitarios.
A este respecto hay una anécdota que viene al caso. En una película alemana reciente, basada en hechos reales, una niña de aproximadamente nueve años, hija de un crítico literario, se pregunta porque reciben tantas agresiones del gobierno si ellos se asumen como una familia socialista. El hermano mayor le explica que socialismo y nacionalsocialismo, o Nazismo, no son la misma cosa. Igual hoy, en México, una persona se puede considerar de izquierda, o al menos progresista, pero si no es AMLOISTA, debe prepararse para todo tipo de descalificaciones e insultos personales.
La película, por si alguien quiere verla, se llama “Cuando Hitler robó el Conejo Rosa”. En este caso se le menciona como ejemplo de un viejo adagio que dice que, si quieres tener éxito en la política, búscate un enemigo. Hitler lo encontró en los judíos, pero antes, para que no hubiera duda de que eran una raza perfecta, mandó a las cámaras de gas a niños discapacitados. ¿Habrá alguna semejanza con la falta de quimioterapias para niños con cáncer?
Una de las características del nazismo, fue la quema de libros; una de las características de la marca 4 T es la satanización de los intelectuales. Casi ninguno se salva del calificativo de “chayotero”, corrupto y cosas peores.
Cuando López Obrador anunció una Cuarta Transformación, pero esta vez sin violencia, sonaba bien; pero si la Independencia, La Reforma y la Revolución provocaron inevitables guerras civiles, también esta, abreviada como 4T, la está produciendo, por lo pronto en guerras virtuales a través de las redes sociales, pero que pueden escalar y convertirse en batallas materiales.
La historia de México tiene numerosos ejemplos de cómo las divisiones entre mexicanos han sido la principal causa de nuestras derrotas. La guerra de 1847, con la consecuencia de la pérdida de más de dos millones de kilómetros cuadrados podría ser la más representativa. En 2020, el anuncio de que los ejecutivos de algunos estados, abandonarán la Conferencia Nacional de Gobernadores porque no ven ningún beneficio del pacto federal, debe ser motivo de alerta máxima.
La infortunada circunstancia histórica del coronavirus, la pérdida parcial o total de ingresos de personas de la clase media, como podrían ser los trabajadores técnicos y manuales de la industria cinematográfica; artistas no consagrados que no pueden darse el lujo de cobrar por conciertos virtuales; meseros; empresas y personas que tienen como actividad central la de ofrecer banquetes y espectáculos para fiestas familiares; médicos y personal de hospitales públicos insuficientemente protegidos; y muchos casos más, provocan desesperación. Lo que sigue a ello es la búsqueda de culpables.
Y aunque López Obrador se aferre a achacar todos nuestros males al pasado, quizá también pueda encontrar buenas lecciones de este, como la de recordar el eslogan de José López Portillo, quien llegó a la presidencia sin oposición alguna: “La Solución somos Todos”.
Por eso la pregunta, y con la filosofía campesina de que “con esta mula nos tocó arar” ¿Qué hacemos con el presidente, cuando faltan dos tercios de su gobierno por cumplir? La frase popular de que no se cambia de caballo al cruzar un río, aplica bien a estas alturas de la administración.
El 19 de marzo de 2010, durante la administración de Felipe Calderón fueron ejecutados en el Tecnológico de Monterrey, por elementos del ejército, los estudiantes Jorge Antonio Mercado Alonso y Javier Francisco Arredondo. El tres de julio de 2020, En Nuevo Laredo, tres jóvenes con las manos amarradas fueron parte de las 12 personas asesinadas por elementos del Ejército Mexicano. Uno de ellos había sobrevivido a la balacera, pese a lo cual, inerme, lo asesinaron.
En 2010, durante la administración de Calderón se cometió la Masacre de San Fernando, con un saldo de 58 hombres y 14 mujeres ejecutadas, hasta la fecha solo se sabe que el crimen fue cometido por “diversión” del grupo de crimen organizado Los Zetas ya que no hubo petición de rescate. El 4 de noviembre de 2019, seis niños y tres mujeres de la Familia Le Barón, fueron asesinados en el Municipio de Bavispe, Sonora, durante la administración de López Obrador, quien sin embargo insiste en que “Ya no hay torturas, desapariciones ni masacres”. Amnistía Internacional refuta que en esta administración han desaparecido 11 mil 653 personas.
En el caso de la familia Le Barón ni siquiera se presentó el secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo, a pesar de que el crimen se cometió en su Estado. Fue el de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard el primero en hacerse cargo del asunto.
Y es por aquí donde podría estar la respuesta a ¿qué hacemos con el presidente? y nuestra propuesta es: reducir el presidencialismo.
Para enfrentar la pandemia del Coronavirus, la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinta Arden integró un comité de respuesta, cuyas dos terceras partes estaban integrados por personas pertenecientes a partidos opositores. Fue quizá el primer país del mundo en controlar los contagios.
Una de las principales críticas que se le hacen a López Obrador es la de querer controlarlo todo. Quizá una de las mejores fórmulas para cambiar esto sería la de una reforma de Estado, que cambie el término de secretarios, por el de ministros. Hoy, de las 19 personas titulares, al menos las tres cuartas partes se comportan más como achichincles que como estadistas. Ni se diga de los legisladores.
Transcurrida una quinta parte del siglo XXI, la democracia ya debería haber madurado lo suficiente como para dejar obsoleta la frase de que “el poder no se comparte” y una verdadera participación social en temas como la inversión en el Tren Maya o la refinería de Dos Bocas, y no simples consultas patito (¿o debería decir consultas gansito?), seguramente podrían hacernos pasar este trance de una manera más tersa.
ÚLTIMA HORA
Fuentes médicas del ISSSTE me informan que en San Luis Potosí no cuentan con pacientes intubados. ¿Damos gracias a San Peje?
No, no están intubados porque, aunque tienen camas y ventiladores disponibles no tienen médicos con el conocimiento para hacerlo, varios de ellos han muerto, tampoco cuentan con sedantes para relajar a los pacientes de manera que puedan soportar el tubo en las vías respiratorias. Los doctores solo pueden esperar a verlos morir. ¿Alguien ha visto esto en las conferencias de López Gatell o en el informe presidencial?
Por este medio solicitamos a los médicos y enfermeras que se identifiquen, nos den información sobre la situación en los hospitales que laboran al correo editorialparadigma@gmail.com. Sus nombres no serán publicados, su cédula profesional es solo para garantizar la fiabilidad de la fuente.