La relación bilateral no siempre ha sido fácil, pero los vínculos que unen a México y a Guatemala son tan antiguos como indisolubles partiendo desde el esplendor del pasado maya que compartimos en común. El conquistador de la hermana nación fue el temible “Tonatiuh,” Pedro de Alvarado, quien se hizo acompañar de su esposa por el rito tlaxcalteca, Tecuelhuetzin, hija de Xicohtencatl el viejo. Ya bautizada recibió el nombre de María Luisa Xicohtencatl, fue muy apreciada en Guatemala donde murió probablemente en 1537 y está enterrada en la catedral de Antigua.
La Capitanía General de Guatemala de la cual formó parte Chiapas, a su vez quedó sujeta al virreinato de la Nueva España. La colindancia geográfica derivó en lazos económicos, culturales e incluso familiares que aún perduran entre guatemaltecos y mexicanos, particularmente chiapanecos. Durante la guerra de independencia, los realistas guatemaltecos intentaron tomar control de Chiapas, pero fueron derrotados por Mariano Matamoros en la Batalla de la Chincúa, alrededor de Tonalá en mayo de 1813, acción que afianzó en definitiva el dominio mexicano en la entidad sureña. Al proclamarse el imperio mexicano,
Centroamérica se le adhirió, pero con la abdicación de Iturbide, la región se escindió de México. Ahí los chiapanecos eligieron ser mexicanos, lo cual, si bien constituye una página destacada en el orgullo nacional, también marcó el nacimiento de un añejo sentimiento antimexicano en Guatemala. A lo largo del aciago siglo XIX, guatemaltecos intentaron sin éxito incursionar en Chiapas siendo siempre rechazados por fuerzas mexicanas.
El 7 de abril de 1907, fue asesinado en la Ciudad de México el general Manuel Lisandro Barillas, ex presidente de Guatemala quien era asilado político, el magnicidio tensó la relación entre las dos naciones, hasta el punto de que Don Porfirio consideró invadir el vecino país. En 1920, tropas guatemaltecas capturaron al rural Francisco Cárdenas, asesino material de Madero y quien alcanzó a suicidarse antes de ser entregado a México.
El general Luis Alamillo Flores, fundador de la Escuela Superior de Guerra y uno de los forjadores del actual Ejército Mexicano cuenta en sus memorias que en su juventud, fue comisionado como ayudante del agregado militar mexicano en Centroamérica, su primer destino fue Guatemala y ahí constató la acentuada hostilidad a los mexicanos, incluso añade que sus caseros no daban crédito a que fuera mexicano en virtud de ser “gente tan buena y tan correcta”.
En la década de los cincuenta México fue puerto de abrigo para Jacobo Arbenz, pero también en diciembre de 1958 México y Guatemala casi entraron en guerra, cuando cazas guatemaltecos ametrallaron pesqueros mexicanos aludiendo a que faenaban en su mar territorial, la crisis diplomática se prolongó casi un año.
A lo largo de 36 años (1960-1996) Guatemala vivió la prueba más dura de su historia, la guerra civil guatemalteca, uno de los conflictos de mayor duración en la historia reciente del hemisferio y que se tradujo en doscientos mil muertos, cuarenta y cinco mil desaparecidos y cien mil desplazados. El enfrentamiento entre los gobiernos militares y lo guerrilleros de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca enlutaron y ensangrentaron el país.
De aquellos años da cuenta el militar, escritor y parlamentario mexicano Fausto Manuel Zamorano Esparza de extensa y distinguida hoja de servicios en el Ejército Mexicano. Como agregado militar de México en Guatemala, el general Zamorano fue testigo de primer orden de las difíciles jornadas de la guerra civil guatemalteca y de la valiente actuación de diplomáticos mexicanos en labores de asilo y humanitarias.
No pocos exiliados políticos guatemaltecos llegaron a México en ese periodo, entre la década de los setenta y ochenta, vivió en Cuernavaca, Guillermo Toriello Garrido, el “Canciller de la Dignidad”, como ministro de relaciones exteriores guatemalteco, firmó por su patria, la Carta de las Naciones Unidas en San Francisco. Ser miembro de una de las familias más prominentes de Guatemala, no le impidió consolidarse como uno de los políticos de izquierda progresista más congruentes de Centroamérica. Un hombre excepcional en el sentido más amplio del término y un guatemalteco universal.
En 1983, poco más de 45,000 refugiados guatemaltecos se encontraban en México, lo cual no fue cosa menor para el gobierno mexicano, que debió atender el problema en concordancia a nuestra tradición de asilo y a los protocolos internacionales. En un principio los campamentos de refugiados estaban cerca de la frontera, las condiciones no eran las adecuadas y varias veces fueron atacados desde el lado guatemalteco.
Entonces se decidió organizarlos y reubicarlos, los refugiados fueron llevados a sitios escogidos en Quintana Roo y Campeche donde se les construyeron comunidades dignas con todos los servicios y se les dio trabajo permanente, aquí colaboró también el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), afortunadamente esta historia tuvo un final feliz. Es importante también destacar el papel de México como mediador en las pláticas y negociaciones que llevaron a la firma definitiva de la paz en Guatemala en 1996.
Hoy, más de cuarenta años después de la llegada de los refugiados guatemaltecos a México, en un escenario inaudito, nos sorprendió hace unos días, la noticia de que cientos de mexicanos se internaron pidiendo asilo en Guatemala y huyendo de la violencia criminal en Chiapas. Lo deseable es que vuelvan lo más pronto posible a sus hogares, pues ningún mexicano debe ser desplazado de su terruño bajo ninguna circunstancia, mucho menos por la violencia. Deseable es también que este lamentable episodio no signifique entrar a un Guatepeor en nuestra histórica y compleja relación bilateral con Guatemala.