José Luis Parra
Arturo Ávila Anaya no vive del pueblo, pero sí muy bien. Mientras millones de mexicanos hacen malabares para pagar la renta o la hipoteca de un departamento de interés social, el vocero de Morena en la Cámara de Diputados cerraba el pasado 8 de marzo un trato inmobiliario en una de las zonas más exclusivas del planeta. Sí, del planeta. Rancho Santa Fe, California. Barrio de millonarios. Vecino de Bill Gates y Janet Jackson. Faltó solo Luis Miguel para completar el estatus.
La propiedad, según los registros públicos del condado de San Diego, fue adquirida por el módico precio de 4.15 millones de dólares. De contado pagó 2.2 millones. El resto, lo financió con una hipoteca inusual, sin intermediación bancaria: el vendedor —el Zohn Family Trust— le otorgó el préstamo directamente. Un “crédito de confianza”, como le dirían en la colonia si el fiado fuera para tortillas y no para mansiones de película.
Declaración “austera”
Hasta ahí, todo legal. Lo curioso empieza cuando uno revisa su declaración patrimonial. El diputado de la 4T —esa que jura austeridad republicana, combate a la corrupción y amor al pueblo— sí reconoció tener “tres casas y un departamento”. A ojo de buen cubero, uno supondría que entre esos inmuebles se encuentra la casita californiana. Pero solo reportó un pasivo de 1.6 millones de pesos mexicanos. Es decir, alrededor de 83 mil dólares.
¿Dónde quedó el resto de la hipoteca? ¿Pagó de golpe 1.85 millones de dólares en unos cuantos meses? ¿Recién comprado el inmueble y ya casi saldada la deuda? ¿Milagro financiero o negocio exprés? ¿Remodeló y revendió en semanas? Si así es, que dé el curso. Si no, que dé explicaciones.
Transparencia con lentes oscuros
El problema no es que los diputados tengan propiedades. El problema es que presuman transparencia cuando lo único que exhiben es opacidad elegante. En la plataforma DeclaraNet, Arturo Ávila “cumplió” reportando lo mínimo. Nada de direcciones, nada de valores, nada de nombres empresariales ni montos detallados. ¿Y para qué? Si total, nadie pregunta. O peor: el que pregunta, molesta.
Además, no existe al momento un registro oficial que indique que la hipoteca fue cancelada. Es decir: la deuda, en papel, sigue viva. Pero en su declaración, ya casi ni rastro.
El cinismo como estrategia
Cuando la información salió a la luz gracias a Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, Ávila no se preocupó. Se burló. Llamó al colectivo “Mexicanos a favor de la Corrupción”. Y remató con la arrogancia de quien se sabe impune: “Soy un empresario exitoso. Compro propiedades. Las declaro. Soy morenista”.
Listo. Caso cerrado. O casi.
¿Que los números no cuadran? Detalles técnicos. ¿Que la narrativa de austeridad se va por la borda? Peccata minuta. ¿Que nadie sabe cómo un diputado pagó casi 2 millones de dólares de contado en meses? “El dinero no se pregunta, mijo”, como diría un clásico.
Más dientes… pero para morder al adversario
Lo peor es que mientras Ávila festeja su adquisición y remodelación en el edén californiano, su partido promueve reformas para “fortalecer” a la Unidad de Inteligencia Financiera. Dicen que es para evitar que vuelvan los García Lunas. Pero si se aplicaran sus propios filtros, el sistema se haría el harakiri.
México tiene un problema serio de simulación patrimonial. Diputados con casas que no habitan, con fortunas que no explican, con deudas que desaparecen mágicamente. Pero eso sí, todos muy indignados cuando se trata del adversario.
La verdadera mansión es la doble moral.