Magno Garcimarrero
Me doy cuenta en carne propia, que el envejecimiento es ni más ni menos un retorno, un recule, de las condiciones físicas y mentales de los seres vivos, animales y humanos. Así como en el desarrollo embrionario la ontogenia recapitula la filogenia, según una vieja teoría, así también, pero al revés, conforme avanzamos en edad, se van deteriorando y perdiendo funciones y aptitudes ganadas, regresando paulatinamente a un infantilismo inerme, dubitativo e inepto.
Para los viejos y viejas, llega un tiempo en que las pérdidas se hacen dolorosamente… y acaso festivamente visibles, veamos, se pierde: el pelo que alguna vez peinamos con orgullo; los dientes con los que nos dábamos el lujo de mascar chicharrones; la flexibilidad de las articulaciones que nos permitía hincarnos y acuclillarnos sin pujar; la tensión muscular para cargar, empujar y lucirnos; la vista que es la función más útil para todo; la erección para hacer familia, o nomás para el puro malacatonche; la humidificación para lo mismo; el sueño para el descanso y recuperación; la lisura de la piel para función sensitiva y estética; el equilibrio para no andar a los mayatazos; el ritmo cardiaco que nos avisa que estamos vivitos y coleando; la retención esfinteriana que nos permite socializar sin andarla cag… echando a perder; la memoria que nos permite recordar quienes somos y quienes son nuestros prójimos; la sonrisa que da entender que somos personas bien adaptadas socialmente y, el conocimiento de las proporciones de nuestro cuerpo que, nos permite no espantarnos con nuestras manitas en las noches de insomnio.
M.G.