Magno Garcimarrero
Quizá ya conté que, hace años, platicando con mi querido amigo, ciego, Pepe Gonzáles, le dije que yo, como buen ateo, no creía en dios ni en la resurrección y, él me replicó: “Estás equivocado, tiene que haber resurrección, porque yo tengo la esperanza de ver en una nueva vida”. Esto fue una lección emotiva e inolvidable; tanto que me puso a pensar que tan milagroso, o que tan difícil o fácil es resucitar y claro, busqué en la Biblia que es el libro que habla con más fe de la resurrección y, me encontré que resucitar es un asunto bastante común y corriente, pero poco estudiado.
Antes que Jesús, resucitara a Lázaro y, a su vez él mismo resucitara después de tres días de muerto, el Divino Maestro resucitó a la hija de Jairo, según cuenta el evangelista Marcos (5:21-42). También resucitó al hijo de la viuda de Naín (Lucas 7:11-17). Así que no se puede afirmar que Lázaro fuera el decano de los resucitados.
Simón apodado Pedro, el discípulo de Jesús, también resucitó a la dadivosa Tabita, conocida también con el nombre griego de Dorcas. (Hechos de los apóstoles 9:36-42). Pablo de Tarso, también se sorrajó el milagro de resucitar a Eutico quien, por dormirse en un balcón, oyendo el sermón de Pablo, se cayó y se mató, pero inmediatamente Pablo se acercó al difunto, lo abrazó y lo resucitó.
Casi mil años antes de la era cristiana, el profeta Elías también resucitó al hijo de la viuda de Sarepta (1Reyes 17: 17-23). Eliseo, profeta que sucedió a Elías, también resucitó al hijo de una sunamita mediante el necrofílico procedimiento de echársele encima al cadáver del chico y besarlo. (2Reyes 4:51-37). También Eliseo ya difunto y al momento de su entierro, resucitó a un moabita que se cayó muerto sobre sus huesos. (2Reyes 13:20-21).
Otros resucitados de quienes se tiene noticia, o más bien no se tiene noticia después de haber recobrado la vida, han sido: aquel que, siendo cadáver, santa Elena acostó sobre el madero, para identificar la verdadera cruz mediante la resurrección. Otra milagrería fue la resurrección de aquella vaca de Gil Cordero, ahogada en el río Guadiana y que la Guadalupana de Cáceres, en la España del siglo XIII, volvió a la vida para certificar la aparición de la Virgen. El milagro lo repitió la guadalupana en México, en la casa de Juan Bernardino, el tío de Juan Diego, aunque no completo sino a medias, porque según se cuenta, el tío estaba moribundo, atacado por el cocoliztli, cuando llegó la Virgen y lo curó. Aunque también corrió la versión de que sí estaba bien muerto y lo resucitó la Virgen, para que Zumárraga que era un cura tozudo, entendiera el milagro de la aparición.
Tres dudas aparecen entre estos sucesos: la primera surge porque esa saga se queda corta y no informa nada sobre esa segunda vida de los resucitados… salvo en el caso de Lázaro que de inmediato se levantó y “andó” -como dijo el sacristán- (anduvo pendejo) por un rato; pero después y de los demás redivivos, no hay nada dicho. Tampoco hay información respecto a si la vida recobrada es más duradera que la primera, si obedece a las estadísticas de Organización Mundial de la Salud, o si es eterna como la que se propone para la resurrección en masa en el fin de los tiempos. También nace la duda respecto al propósito de la resurrección de animales, como es el caso de la vaca de Gil Cordero… ¿Qué fin tuvo? ¿Ya rediviva dio leche condensada? ¿Murió por segunda vez de vieja? ¿Tomó vacaciones o quedó vacunada contra la muerte, como su nombre lo indica?
A estas alturas, he recogido la opinión de prestigiadas y prestigiados filósofas y filósofos, que señalan lo antinatural de la resurrección, su falta de idoneidad y, la bondad de una muerte oportuna y sin repeticiones. Descansar en paz es el mejor deseo.
M.G.