Por Aurelio Contreras Moreno
Según el panel de especialistas y científicos que cada año, desde la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, fijan la hora del llamado “reloj del fin del mundo”, la humanidad se ha acercado a tan sólo dos minutos y medio de su extinción con el arribo de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos.
Más allá de esta metáfora del conteo para la destrucción, lo que definitivamente llegó a su final fue la era de la cooperación en términos de mediana normalidad entre México y su vecino del norte, gracias a la abierta hostilidad del más racista e ignorante de los presidentes norteamericanos de los últimos 50 años.
Esto es un hecho que no parece que, al menos en el corto plazo, vaya a tener vuelta de hoja. Trump ha hecho todo lo que ha estado en sus manos para torpedear cualquier intento de negociación que permitiera alcanzar acuerdos mínimos, dignos y aceptables en materia comercial, migratoria y de derechos humanos entre ambos países. Su consigna ha sido ofender y humillar al gobierno mexicano, con la intención de someterlo o, por lo menos, aumentar su “rating” entre las babeantes audiencias norteamericanas que, como si miraran una pelea de lucha libre estilo gringo, aúllan con el cuento de que de esa forma su país será “grande” otra vez.
Históricamente, México y Estados Unidos han tenido una relación de desencuentros que han pasado incluso por guerras en las que nos ha tocado la peor parte. La última, la ocupación del puerto de Veracruz por tropas norteamericanas en 1914.
Nuevamente, un gran peligro se asoma con las amenazas de Trump de hacer que nuestro país pague su muro fronterizo a como dé lugar, bajo cualquier circunstancia, lo que deja abiertas demasiadas vías por las que la caprichosa irresponsabilidad de este émulo de Adolfo Hitler intente imponerse por sobre la racionalidad y las reglas de la convivencia internacional.
La administración de Enrique Peña Nieto ha sido exhibida en su incapacidad para hacer frente a las provocaciones de este cuatrero devenido en presidente de la nación más poderosa del mundo. Lento y temeroso para tomar decisiones, el Presidente de México fue obligado este jueves por el propio Trump, con sus exabruptos en Twitter, a llevar la relación a niveles que se acercan a la ruptura cancelando la visita a Washington que tenía programada para el próximo martes, lo que debió haber hecho al menos desde un día antes, ante la sucesión de agravios y abiertas agresiones del gobierno norteamericano a nuestro país.
Sin embargo, algo bueno podría salir de este muy complicado episodio para México. Por principio de cuentas, aunque tardía, la decisión del presidente Enrique Peña Nieto de cancelar su reunión con Trump fue respaldada, con sus respectivos matices, por todas las fuerzas y actores políticos relevantes del país, incluido el líder de Morena, Andrés Manuel López Obrador. Algo que no había logrado nunca durante lo que va del sexenio.
Si algo le urge a México en momentos como éste es cerrar filas como país ante las muy creíbles amenazas del exterior y actuar en unidad para enfrentar esta crisis, más allá de las mezquindades que tradicionalmente caracterizan el ejercicio de la política. Es obligación de la clase gobernante anteponer los intereses de la nación sobre los suyos.
Asimismo, esto representa una oportunidad para revalorar la producción nacional e impulsar el consumo interno, de la misma manera que abre nuevos horizontes para buscar nuevos aliados y socios en otras latitudes. Además, no nos va a quedar de otra.
No es exagerado calificar éste como el inicio de una nueva guerra fría. Sólo que el fantasma que recorre Europa y América es el del fascismo, y en lugar de la “Cortina de Hierro” y el Muro de Berlín, tenemos el muro de Trump.
Porque citando al filósofo alemán Georg Hegel, lo único que nos enseña la historia es que no nos ha enseñado nada.
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